martes, 2 de agosto de 2011

LA NECESIDAD DE DISTINGUIRSE

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

El primero de diciembre de 2006, casi a la misma hora en que Felipe Calderón tomaba posesión como Presidente de la República tras una elección polémica, muy cerrada y con resultados cuestionados, Andrés Manuel López Obrador mandó un claro mensaje de lo que sería su estrategia una vez que “la imposición” se consumara. Mientras la Cámara de Diputados vivía momentos de climática tensión con la tribuna tomada, enfrentamientos físicos entre diputados y protestas dentro del salón de sesiones, en un mitin en el Zócalo de la Ciudad de México, el político tabasqueño advirtió: “No habrá normalidad política hasta que no haya democracia”, es decir, que no la habría mientras estuviera en la presidencia Felipe Calderón, “el espurio”. Lo que no sabía López Obrador es que, a la par de anunciar sus deseos, estaba sellando su debacle.

De alguna manera, lo expresado por AMLO indicaba la continuación de la política establecida en el conflicto post electoral, la cual se inició con el Plantón de Reforma que, paradójicamente, golpeaba directamente a los habitantes de la ciudad que más lo respaldaba. Se trata de una lógica de confrontación total, de aumentar la presión al máximo, de buscar doblar al enemigo, de ser un factor de descomposición del régimen hasta colapsarlo para que el camino de reconstrucción sólo pudiera ser llevado a cabo bajo el liderazgo de aquél que había sido “despojado” de la presidencia por “la mafia del poder”. Pensaba que entre peor estuviera la situación del país, mejor para él y su causa. Se equivocó. La premisa fue correcta, la consecuencia no.

Los graves problemas de México no han sido provocados por el movimiento cuyo líder se propuso evitar la normalidad democrática, a pesar de sus reiterados intentos por enrarecer el clima político y apostar a la ingobernabilidad. Su creciente debilidad y aislamiento le restaron notablemente capacidad de incidencia.

La división interna en el PRD inicia por la determinación del papel que debían jugar los legisladores de ese partido en las Cámaras. Se tenía una enorme fuerza legislativa y el excandidato presidencial exigía que las bancadas perredistas se opusieran a todo, hicieran contraste permanente y obstruyeran al máximo la vida institucional del parlamento. Cuando le hicieron saber directamente que existía la posibilidad de que se aprobaran importantes reformas, algunas de ellas demandas históricas de la izquierda, contestó que esas serían aprobadas “cuando tengamos la presidencia”.

El problema fue que las diferencias de opinión no se resolvieron en las instancias internas sino que López Obrador decidió estigmatizar a los que discrepaban de las suyas. En la plaza pública acusó de “moderados”, “traidores”, “legitimadores”, “colaboracionistas”, entre otras lindezas, a quienes pensaban que aun siendo oposición debían impulsar el Programa del partido en el Poder Legislativo. El odio y la intolerancia se fueron gestando a expensas de un liderazgo que encadenó su supervivencia política al mantenimiento de una narrativa mesiánica y martirológica que anatemizaba cualquier desviación de la ortodoxia establecida desde la palestra del mitin vuelta púlpito. Si la izquierda es, como pienso, libertaria, entonces ésta fue sostenida desde entonces por “herejes” que se rebelaron al pensamiento único impulsado por la figura fuerte y, en ese momento, dominante del ex candidato presidencial y decidieron resistir a la hoguera moral con la que los amenazaba.

El cierre de calles, las tomas de tribuna, el discurso beligerante y amenazador, la lucha fraticida alejó a muchos ciudadanos que creyeron en una opción de izquierda en el 2006. Mucha de la cultura política democrática impulsada desde la misma izquierda sufrió graves regresiones cuando se echó mano del viejo y putrefacto discurso sectario, propio de los años 70s, que hace del que discrepa un enemigo en casa que hay que extirpar. Recordando a los ultras del CGH, hicieron su aparición los “puros” que gustan de los autos de fe en la sabiduría del líder máximo, que no se permiten dudar, que convierten en adversario a todo aquel que no acepte el credo completo y que incluso proscriben a esa herramienta indispensable de la política que es el diálogo porque, dicen, es un elemento “legitimador”. Así que en lugar de dar una cara democrática, tolerante, incluyente, abierta, se mostró lo contrario a ojos de la ciudanía.

Mantener el discurso de la polarización cultivo al voto duro, lo exasperó, lo hizo sentir víctima de “las fuerzas oscuras”; pero al hacerlo se aisló del resto de la población y por eso creció el rechazo social, no sólo hacia AMLO que transmitía estar envuelto en una revancha personal sino también al PRD, partido con el que el grueso de la población, aun después de los conocidos desencuentros, no deja de identificarlo; y no es para menos, pues fue Presidente Nacional, jefe de Gobierno y candidato presidencial de ese instituto político. Eso explica el por qué ambos –partido y ex candidato- fueron cayendo en las preferencias electorales y aumentando los negativos a la par desde que se cometió el imperdonable error de cerrar Reforma.

La confrontación estridente y visceral no es rentable electoralmente. Eso lo sabe muy bien López Obrador, pues como Presidente Nacional del PRD se preocupó por quitarle a éste (y a sí mismo) la imagen rijosa que cargaba. Pero tras la elección del 2006, AMLO se equivoca al dejarse de preocupar por las urnas y apostar por la crisis política, tal y como lo anunció aquel primero de diciembre del 2006. Así que, sin tomar en cuenta a la dirección perredista, que no controlaba, apoyado por su núcleo cercano, el bejaranismo y los partidos pequeños que ven en él un salvavidas para su registro, mantuvo la idea de tensar al máximo para lograr que “renuncie Calderón”.

Hay que decir que el PRD impulsó importantes reformas, valiosas para el país y conforme a su Programa, a pesar de contar con la oposición abierta del político tabasqueño y sus grupos afines. Pero en la percepción de la sociedad siempre deja más honda impronta el conflicto, la estridencia y el escándalo que la propuesta, el acuerdo y la iniciativa. El caso es que “los platos rotos” los pagó la izquierda en general.

Es evidente que AMLO falló en sus cálculos y el ansiado colapso no llegó a pesar de las difíciles condiciones del país. Peor aún, las fallas, omisiones e incapacidades del gobierno de Calderón no fueron capitalizadas por él, como sería natural siendo el principal opositor, sino que el PRI y, en gran medida, el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, crecieron a costa de la ineptitud gubernamental y la irresponsabilidad de quien prefirió buscar la ruptura institucional en lugar de preparar la siguiente elección.

Los resultados en el Estado de México son una fuerte advertencia de lo que puede ocurrir en el 2012 si no se sacan las lecciones pertinentes y se corrige. La estrategia de confrontación fracasó y no sólo abrió el camino para el regreso del PRI a Los Pinos sino también puso en riesgo la continuidad de la izquierda en el Distrito Federal. Como AMLO no va a cambiar, así tenga hoy la tercera parte de las preferencias electorales que tenía en 2005, resulta indispensable hacer un deslinde y distinguir a la izquierda democrática, abierta, plural, tolerante, incluyente de la que no lo es.

La lucha de generaciones por la democratización del país pueden perderse, pues todo indica que Peña Nieto busca reconstruir buena parte del andamiaje institucional del viejo régimen y para muestra la insistencia de sus diputados cercanos por instaurar la “cláusula de gobernabilidad” que le garantizaría al próximo presidente tener la mayoría en ambas Cámaras. Pero es preciso anteponer a la posibilidad de la restauración, no la gris continuidad de un régimen disfuncional sino la culminación de la transición democrática que la alternancia quedó a deber. Por eso es tan importante que la izquierda cuente con un Programa de transformación que, lejos de confundirse con la biografía de un hombre, pueda incluir a grandes sectores de la sociedad y sirva para volver a entusiasmar con el cambió a una ciudadanía que hoy es, con toda razón, escéptica.

Es indispensable que la izquierda que logró la despenalización del aborto y las bodas gay en México se muestre a los ciudadanos como la más consecuente defensora de sus derechos, la que no dejará de empujar por el ensanchamiento de éstos ni por la conquista de nuevos. Que se distinga como la que reivindica el diálogo en momentos en que se estigmatiza por sectores extremos y fanatizados; la que practica la crítica y la autocrítica y entiende que la discrepancia enriquece; la que sabe que la intolerancia incuba violencia y empiedra el camino del autoritarismo; la que sabe que la negociación es práctica legítima, necesaria e indispensable de la política, reconoce legitimidad en el pensar diferente y sabe coexistir y construir acuerdos con otras ideologías en beneficio de la sociedad; la que es consciente de no poseer la verdad absoluta y combate todo intento de imponer un “pensamiento único”.

La distinción debe darse en el terreno de las ideas, pero también de las prácticas. Hay una separación de la clase política con el resto de los ciudadanos que una izquierda que espera incluirlos necesita estrechar. Por ello, tal izquierda debe acercarse a la sociedad civil y compartir sus causas que signifiquen mayores libertades, respeto a los derechos humanos o políticas públicas más justas. En ese sentido, debe abrirse a los planteamientos de movimientos civiles como el que se ha generado alrededor de Javier Sicilia o el que exigen una “reforma política ya”, expresando su respaldo político e institucional sin pretender dirigirlos y respetando su autonomía.

La izquierda de la que hablo reivindica la libertad humana y sabe que una distribución equitativa de la riqueza y la extensión de una educación de calidad a todos los confines del país son condiciones de posibilidad, materiales y culturales, para su realización. Sabe que para avanzar en la justicia social es indispensable aumentar la productividad, fomentar inversiones, atraer capitales, promover la competitividad y acabar con los monopolios, así como equilibrar las cargas impositivas para acabar con privilegios fiscales de los que ganan más.

Dicha izquierda también es consciente que la seguridad requiere de un trabajo de inteligencia profesional que se adelante a la delincuencia, que permita reducir las ganancias y los recursos del crimen, así como de una participación ciudadana intensa y de una política de Estado sobre el tema. Por supuesto, considera que la discusión sobre la regulación de la producción, distribución, comercialización y venta de drogas no es tabú y que es momento de ponerla en la mesa para un debate serio en el país y en las organizaciones multilaterales para que también se discuta globalmente.

En fin, si hay una izquierda que apuesta a construir un país mejor, dialogando y acordando con otras fuerzas políticas de ideologías distintas e incluso contrapuestas, como corresponde en una democracia, entonces debe de mostrarse… ¡ya!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Fernando creo que sería contraproducente enfrentar hoy al mesías tropical. Déjame elaborar un cuentito muy mal redactado:
Ebrard o cualquiera otro que represente un pensamiento moderno de izquierda se hace a un lado y deja que AMLO fracase rotundamente en el 2012.
Llegan las elecciones presidenciales y se da un resultado muy similar al registrado en el Estado de México. Muchos nos rasgamos las vestiduras por el regreso del PRI al poder, lo cual queda totalmente fuera de lugar. Así debería ser la normalidad democrática, aún a riesgo de que Peña Nieto logre reconstruir el entramado que mantuvo al PRI en el poder durante 70 años.
Después del estrepitoso fracaso de AMLO se percibe que la izquierda está condenada a desaparecer en México.
Pero ese líder que decidió hacerse a un lado, su grupo y una gran cantidad de ciudadanos convencidos de que la única y verdadera solución a largo plazo es la izquierda, toman la estafeta y se unen en un gran movimiento por la reunificación del país y al mismo tiempo para rescatar y refundar un movimiento socialdemócrata con una visión clara. Mientras, AMLO y sus acólitos simplemente se diluyen hasta desaparecer del mapa político del pais.
Eso es muchísimo mejor para México y la izquierda que aparecer como los causantes de la división de "las izquierdas" en el 2012.
¿Sabes qué estaría de la chingada? Que a Ebrard le gane su formación priista y las cosas sigan igual "ad infinitum", pero creo que vale la pena el riesgo.

Anónimo dijo...

Muy buen articulo,duro,cinsizo,pero actualmente en lo personal me parece un buen cuento de hadas sin ofenderte mi estimado por el contrario reconozco tu capacidad de análisis,pero hoy AMLO y la izquierda en general duermen el sueño de los justos,esperando tambien sacar raja por interés personal.el arribo de nueva cuenta del PRI es un hecho y es inevitable y por supuesto es una factura que tendrá que pagar AMLO y compañía

Puente dijo...

He visto con gran decepción la desintegración de la izquierda a nivel organización y sobre todo teórico. Una débil plataforma teórica le impedirá una acción efectiva. Me pareció ver una luz de esperanza en este blog pero se ha deshecho. Cambia a AMLO por su igual Secilia otro mesías de propuestas esquizoides. En fin no hay horizontes para un futuro próximo.