miércoles, 30 de noviembre de 2011

JUICIO A CALDERÓN

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

La situación de inseguridad y violencia por la que atraviesa México es muy grave y delicada; pretender subestimarla no sólo resulta vano ante la magnitud de los hechos sino irresponsable, pues atenderla como amerita debiera ser de absoluta prioridad para todos. Lo que está en juego, aunque buena parte de la clase política -ahogada en su mezquindad- no quiera verlo, es la viabilidad del Estado mexicano y, frente a ello, palidece el resultado de la próxima elección presidencial. En lugar de luchar por las ruinas, resulta apremiante elevar la mira y encontrar caminos compartidos para responder con inteligencia, unidad y fortaleza a este tremendo reto que se nos presenta como Nación.

Eso lo entendió Javier Sicilia y, por lo mismo, en todo momento ha llamado a la reconciliación sin dejar de reclamar con firmeza un indispensable cambio en la estrategia y concepción gubernamental de una lucha contra el crimen que ha tenido magros e incluso contraproducentes resultados, así como el respeto irrestricto a los Derechos Humanos y la satisfacción de justicia a las víctimas de la violencia. La impunidad que se vive en el país es intolerable y para combatirla nadie puede escamotear el derecho que asiste a los mexicanos de acudir a organismos internacionales con el objetivo de que presionen al Estado a cumplir con su responsabilidad de perseguir los crímenes y sancionar a violadores de las garantías fundamentales. De ahí que el movimiento que encabeza haya tenido el acierto de recurrir a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Algo muy distinto a lo que se pretende con el llamado “Juicio a Calderón”.

Lo primero que hay que decir es que no hay tal petición de “Juicio a Calderón” en la demanda. Lo que se presentó en La Haya es una solicitud de investigación para que la Corte Penal Internacional determine si el Presidente, los Secretarios de Marina, Defensa Nacional, Seguridad Pública, otro funcionario y/o capos de la droga son responsables de “crímenes de guerra” o de “lesa humanidad”. Aunque resulta evidente que la CPI carece de competencia, si acepta revisar el caso para decidir, es decir, iniciar lo que llama “análisis preliminar” –facultad discrecional del fiscal-, los promotores tendrían el triunfo que buscan, pues el verdadero “juicio a Calderón” es mediático.

Por cierto, hay que decirlo, los demandantes contaron con la inesperada, pero eficaz ayuda del gobierno federal que publicó un desafortunado y visceral comunicado que, además de darle relevancia al asunto, comete el despropósito de amagar con “proceder legalmente” contra los 23 mil ciudadanos signantes. Con independencia de la opinión que merezca el documento interpuesto, lo cierto es que están en su derecho de acudir a esa instancia y sólo un régimen autoritario puede proceder contra alguien que lo denuncia jurídicamente. Y aunque la vocera Alejandra Sota se dio a la tarea de peregrinar en los medios de comunicación para aclarar que el gobierno no hará lo que amenazó con hacer, el daño ya estaba hecho y, como era de esperarse, los demandantes no se dieron por enterados de la retractación.

Ahora bien, que en México hayan promovido una demanda distinta a la que en realidad interpusieron en La Haya –en éste no responsabilizan a Calderón de los 50 mil muertos- da luces sobre el objetivo de esta aventura jurídica y demuestra que los abogados que la promueven están plenamente conscientes de las dificultades que existen para que prospere. En primer lugar, la CPI tiene el principio de complementariedad, es decir, sólo puede ser competente en caso de que no haya instancias judiciales en el país o estás no quieran actuar. Pero el Poder Judicial, si bien está rebasado por la ola de violencia, existe y es independiente. El propio Netzaí Sandoval, uno de los abogados promotores, reclama con razón a Felipe Calderón no haber establecido los protocolos de actuación de los militares en los retenes que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le pidió, pero con eso él acepta que sí hay tribunales no sometidos al Ejecutivo y que están trabajando.

Por otra parte, existen cuatro crímenes tipificados. “Genocidio” que no aplica, pues se refiere al intento de exterminio de un grupo específico de la población, sea racial, étnico o religioso. “Crímenes de guerra” tampoco aplica, pues legalmente, según los criterios internacionalmente convenidos, México no está en guerra ni vive un “conflicto armado”. “Crimen de agresión” menos aplica, ya que éste se refiere al ataque ilegal e injustificado de un Estado contra otro.

Queda “crímenes de lesa humanidad”, el comprende “las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, encarcelación, tortura, violación, prostitución forzada, esterilización forzada, persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos u otros definidos expresamente, desaparición forzada, secuestro o cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre”; pero, ojo, “siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”.

En México hemos visto crímenes atroces, pero el carácter “generalizado y sistemático contra UNA población civil y con conocimiento de dicho ataque” sólo podría sostenerse en el caso de los migrantes centroamericanos que son agredidos con regularidad para extorsionarlos, reclutarlos o aniquilarlos. Pero la responsabilidad de ello recae plenamente en el crimen organizado que lo realiza, a pesar de que éste haya logrado corromper a agentes del Instituto Nacional de Migración. Es un despropósito quitarles un gramo de responsabilidad a las infames bandas de delincuentes que, entre otras cosas, a eso se dedican y que han convertido el paso por México en un verdadero infierno para miles y miles de personas que buscan llegar a Estados Unidos. El gobierno de Calderón hace bien en combatirlos, aun cuando lo haga de manera deficiente. Recordemos la complementariedad de la CPI y el hecho de que hay procesados por este tipo de agresiones a los indocumentados, de tal suerte que no se ve cómo pueda acreditar su competencia. Es verdad que está lejos de solucionarse este grave problema, pero afortunadamente existe una presión creciente, tanto de la opinión pública nacional como de de la comunidad internacional, para que el gobierno remedie dicha situación.

Es obvio que los promoventes no se plantean que lleguen “cascos azules” a buscar al líder de los Zetas o al Chapo Guzmán. Lo que quieren es un elemento de propaganda para responsabilizar en tiempos electorales a Felipe Calderón de todos los ejecutados durante su sexenio con independencia de que la demanda diga otra cosa. Para eso, como dijimos, les basta con que el fiscal, Luis Moreno Ocampo, determine hacer un “análisis preliminar”, lo cual es su facultad discrecional. Ya lo hizo en Honduras y en Colombia, aunque en el primer país se debió al golpe de Estado que ahí ocurrió y en el segundo por el caso conocido como “los falsos positivos” en el que el ejército de ese país disfrazó de guerrilleros caídos a civiles que ellos mismos asesinaron. Por desgracia para el gobierno federal, el exabrupto en el comunicado de presidencia amenazando a los demandantes de La Haya podría contribuir a que el fiscal acepte realizar el mismo procedimiento “preliminar” en México.

Desde el inicio de su gobierno he sido crítico de la estrategia contra el crimen de Felipe Calderón y considero apremiante que la cambie. Sin duda que es responsable institucional por aplicarla y por no corregirla a pesar de sus malos resultados, pero eso no lo convierte en delincuente, mucho menos en “criminal de guerra” o culpable de “crímenes de lesa humanidad”. La primera razón por la que no me adhiero al “juicio a Calderón” es porque no veo ningún atisbo de justicia y, en cambio, sí de venganza. Brazas del 2006 que siguen encendidas. Nada más que la situación electoral cambió radicalmente y avivarlas tiene beneficiarios evidentes: el PRI y Peña Nieto, quienes van al frente y estarían felices de que la confrontación PRD-PAN regresara a los niveles que ellos supieron aprovechar tan bien y que los reposicionó. La estrategia debe ser para ganar, no para pelear el segundo lugar.

Otra razón por la que no comparto el “juicio a Calderón” tiene que ver con que la Corte Penal Internacional es una institución trascendente, creada por el Estatuto de Roma y establecido contra la opinión de gobiernos autoritarios y la oposición, por no decir hostilidad, de los Estados Unidos que insiste en moverse en la impunidad dentro del concierto de las Naciones. No fue creada para ser utilizada en la lucha doméstica facciosa de un país democrático con todos y sus asegunes. Es una pena que denota la descomposición política de nuestro país que se le pretenda utilizar como elemento de propaganda electoral. Con ese manoseo se le falta al respeto y se le abarata, contribuyendo a desgastar su imprescindible peso político y autoridad moral. Se hizo para cosas grandes, para poner en su lugar a dictadores déspotas o generales inhumanos que cometen crímenes inefables. Sus antecedentes son Nuremberg y Tokio, y se creo pensando en lo ocurrido en Croacia, Bosnia-Herzegovina, Ruanda, Camboya, Guatemala. La CPI juzgó a Milocevic y ojalá hubiera existido antes para que juzgara a Pol Pot. Es una desproporción alucinante pretender que ocurra lo mismo con Felipe Calderón, el cual está combatiendo a las organizaciones criminales que han mostrado exultantes su brutalidad y salvajismo, aunque lo haga de manera deficiente.

También considero que el problema de la seguridad en México debe verse como un asunto de Estado de primera importancia y que eso obliga a la unidad nacional contra el crimen. Es necesario acordar una nueva estrategia que sea más efectiva, que cuente con una labor de inteligencia que permita dar golpes de precisión, golpear las finanzas de los cárteles y reducir la violencia. Por eso es correcto que los candidatos presidenciales planteen la reconciliación y sería conveniente que los seguidores de cada uno de ellos actuaran en consonancia para no dar mensajes contradictorios y que la gente crea en su autenticidad. Y eso va más allá del proceso electoral. Gane quien gane necesitará del apoyo de todos y de la sociedad para hacerle frente con éxito al crimen organizado. Ojalá, a la luz de la experiencia, se dé el acuerdo para plantear a nivel global, regional, bilateral y nacional la discusión inaplazable de legalizar, es decir, regular las drogas.

Por supuesto, reconozco el derecho que los 23 mil ciudadanos a acudir a la CPI y demandar lo que a su interés convenga y me parecería inadmisible que se emprendiera cualquiera acción legal en represalia contra cualquiera de ellos por parte del gobierno federal. Al parecer, por fortuna, eso no ocurrirá.

Con independencia del derrotero de la demanda en la CPI, los mexicanos tenemos que encontrar solución a una situación intolerable que ha costado la vida a más de 50 mil personas y en donde se muestra el desprecio por el valor de la vida y la dignidad humanas. Decapitados, desollados, secuestrados, asesinatos masivos, torturas y ejecuciones exhibidas por video en la red son botones de muestra de una realidad que duele y desasociega. La impunidad es abrumadora, baste recordar el informe de Human Rights Watch: de un universo de 35 mil asesinatos sólo se ha llegado a condenar a 22 personas. Además, dice el mismo informe, se han incrementado las violaciones a los Derechos Humanos y hay no pocas víctimas inocentes causadas por parte de las fuerzas de seguridad. Es comprensible y compartida la indignación social y la clase política, con participación ciudadana, debe dar respuesta. Pero para ello necesita tener visión de Estado y, aunque sea por sobrevivencia, enfrentar en conjunto el problema antes que buscar capitalizarlo en las urnas. ¿Serán capaces?

PD. Aprovecho para invitarte a la presentación de mi libro "Herejía, crítica y parresía" en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el próximo domingo 4 de diciembre a las 18:30 hrs en el Salón Antonio Alatorre. Participarán el diputado Guadalupe Acosta Naranjo y el Dr Jorge Ortiz

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lunes, 21 de noviembre de 2011

EL NUEVO AMLO

Fernando Belaunzarán
twitter: @ferbelaunzaran

El cambio surge de la autocrítica, aunque ésta no se haga explícita. Si las cosas funcionan, no hay razón para hacerlas diferente. Se requiere la convicción de que se está mal o de que pudiera estar mejor para correr el riesgo –cualquier cambio lo conlleva- de ser distinto a como se ha sido. El tamaño del giro expresa si son simples ajustes, la búsqueda del perfeccionamiento de un camino ya trazado, o si, en cambio, se pretende transitar por un camino nuevo. El caso de Andrés Manuel López Obrador sorprende por su audacia. Después de cinco años de ser reiterativo y predecible, apuesta a reinventarse radicalmente, no obstante ser el político más conocido del país y sobre el cual pesan, a favor o en contra, opiniones tajantes. Parece difícil, pero el intento de modificar un escenario adverso para poder ser competitivo debe reconocerse, pues implica, además de no da la batalla por perdida, que tiene un principio de realidad que le indica, con razón, que su estrategia seguida en los últimos cinco años resultó fallida.

En el 2006, a AMLO no le faltaban razones para sentirse indignado tras un proceso en el que ilegalmente intervinieron el Presidente de la República y algunas cámaras empresariales para abonar a una campaña sucia y difamatoria que lo identificaba como “un peligro para México”; pero la reacción que tuvo tras los traumáticos resultados no pudo ser más desafortunada a su causa, pues, entre otras cosas, parecía darle la razón a sus detractores e hizo, a los ojos de millones de mexicanos, creíble la imagen pendenciera, autoritaria, obstinada, revanchista e intolerante que crearon de él. Las urnas ya no fueron su preocupación y trabajó para que las calles decidieran la suerte del presidente “espurio” y, en la crisis, emergiera su figura fortalecida para retomar el camino de la “salvación” del país que el “fraude” había interrumpido.

Andrés Manuel lo dijo con todas sus letras el 1o de diciembre del 2006 ante la accidentada toma de posesión del presidente “espurio”: “No habrá normalidad política mientras no haya democracia”, es decir, en tanto se mantuviera el “gobierno de facto”. Por eso, los diputados y senadores de la bancadas más grandes que la izquierda ha tenido en su historia, desde su óptica, no debían servir para impulsar su programa o reformas necesarias para el país sino para obstruir, contrastar y descomponer la situación para un régimen que “no tiene remedio” y que sólo sirve a los intereses de la “mafia en el poder”. Aunque no está demás recordar que ahí está la causa original de la desavenencia de AMLO con los Chuchos, en el papel que deberían desempeñar los legisladores perredistas, lo fundamental para efectos de este análisis es que no hubo tal ruptura constitucional y que Felipe Calderón terminará su sexenio entregando la banda presidencial al candidato que gané la contienda electoral del próximo año. Y si el objetivo ya no se cumplió, se necesitaría algo más que obstinación para mantener una estrategia pensada para la insurrección, así sea “pacífica”, y no para hacer proselitismo electoral.

Muchos recuerdan los buenos resultados electorales, el despunte que tuvo el PRD, cuando Andrés Manuel López Obrador y Jesús Ortega eran Presidente y Secretario General de ese instituto político. Pero lo primero que hicieron fue quitarle la imagen de rijoso al “Partido del Sol Azteca” y lo segundo hacer alianzas con los entonces estigmatizados “ex priístas”, pero esto último es otra historia. Si algo sabe AMLO es que la confrontación exaltada, más aun la que es llevada al terreno de la acción callejera, resulta contraproducente en los comicios. No por nada, cuando Fox junto con su partido y el PRI cometieron el despropósito de desaforarlo, él llamó explícita y enfáticamente a no tomar calles, avenidas, casetas y edificios públicos. Ese acierto, aunado a que se ganó el debate en la opinión pública, hizo retroceder al gobierno y lo puso con un pie en Los Pinos. Eso provocó en él un exceso de confianza que lo llevó a cometer graves errores, pero eso también es otra historia. El caso es que en el movimiento poselectoral de 2006 decidió cerrar la avenida más emblemática del corazón del país porque su apuesta para disputar el rumbo de la nación dejó de ser, al menos prioritariamente, electoral.

Las consecuencias fueron inmediatas. Después de arrasar en julio de 2006, en ese mismo año, la izquierda apenas pudo vencer en Chiapas (septiembre) y en Tabasco, la tierra de AMLO, perdió (noviembre). Después de encabezar el rechazo ciudadano por años, el PRI y Madrazo fueron desplazados de ese lugar por los partidos del entonces llamado Frente Amplio Progresista y por su excandidato presidencial, quien durante mucho tiempo dominaba las encuestas.

Ahora bien, quien aprovechó esa circunstancia en los comicios subsiguientes no fue el PAN sino el PRI, pues el gobierno de Felipe Calderón, deseoso de una política que lo legitimara tras las elecciones cuestionadas, se metió en el pantano de la “guerra” y, lejos de dar la impresión de imponer orden, se vio rebasado por la violencia. Si a eso le agregamos la crisis, el desempleo, la desigualdad, etc., pues entenderemos que se volvió un pasivo electoral que debió ser capitalizado por el principal opositor, como sucede en todo el mundo, pero en México no sucedió así y el partido que estaba en el sótano en 2006 y que muchos dudaron de su viabilidad futura resurgió. El espacio que dejó López Obrador en su aislamiento se llenó con la imagen de un personaje de escasa o, al menos, desconocida sustancia gracias a una campaña mediática bien diseñada por la televisora más influyente del país. Así fue como Enrique Peña Nieto se aprovechó de las dos decepciones: hacia el gobierno rebasado de Calderón y hacia la oposición beligerante y rupturista de AMLO.

De poco sirve lamentarse de los errores pasados, pero sirve conocerlos para entender qué pasó, saber dónde estamos y buscar no cometerlos en el futuro. Al escuchar el discurso actual del “Nuevo AMLO”, es evidente que él es plenamente consciente de ellos y por eso su cambio es tan abrupto y, en mi opinión, hacia la dirección correcta. Su brusco viraje hacia la moderación hace palidecer las diferencias, antes nítidas, con los Chuchos y otras corrientes perredistas. Sus llamados a la reconciliación, a ver hacia delante y a lograr un “pacto nacional” son los mismos que machaconamente hizo Jesús Ortega al frente del PRD. Ahora, para López Obrador los “moderados” ya no son “conservadores más despiertos”, pues asumió varias de sus tesis y propuestas fundamentales. Aunque algunos se molesten, resulta notorio, para cualquier observador de criterio independiente, el achuchamiento de AMLO.

Para ser honestos, López Obrador incluso va más allá. Su audacia lo llevó a plantear una idea provocadora, en el mejor sentido de la palabra, que si bien ha servido para la carrilla, puede ser atractiva en estos momentos de zozobra y desamparo para millones de personas. Me refiero a su propuesta de la “república amorosa”. Cierto que parece anticlimática tras cinco años de confrontación rabiosa, incluso dirigida contra los que dentro de la izquierda discreparon de su estrategia, pero nadie puede dudar de la capacidad de comunicación que posee AMLO y que ha demostrado en distintos momentos. Su reto es ser creído después de toda el agua que ha corrido, pero sería un error desestimar sus posibilidades conseguirlo.

La “república amorosa” no está dirigida al Círculo Rojo, aunque ahí ha generado cierta expectación por lo sugerente del concepto. Y ya tuvo un primer éxito al hacer que todos discutan sobre ella, así sea para burlarse, pues eso permite que baje la frase a otros estratos con mayor facilidad. Por supuesto, para que tenga éxito necesita de los medios masivos de comunicación y, en ese sentido, es muy afortunada para él –y también para la empresa que busca aceptación de todos los actores para dar cuenta del proceso con credibilidad- su reconciliación con Televisa.

AMLO llegó a un punto en el que su viejo discurso ya es incompatible con lo que ahora quiere proyectar. O Televisa dejó de ser de “la mafia en el poder” o acepta que se debe pactar con una parte de ella, lo cual rompe con la mística que hizo de los “principios” como guardianes de la pureza y se cae en el campo de la “traición”. Hace apenas unos meses decía que no podía haber alianza en el Estado de México con el PAN porque no se podía “olvidar” quiénes le habían “robado” la presidencia, pero ahora le propone a Calderón “borrón y cuenta nueva”. Hay que resaltar que en su nuevo discurso ya no está el “fraude” de 2006. No es para nada exagerado hablar de la reinvención de López Obrador.

En la lógica de recuperar la esperanza que desató en la elección anterior, lo han llevado a cometer algunos traspiés, como prometer cuatro millones de empleos en un mes o retirar al ejército en seis. Pero ahora no se obstina, mide las reacciones y recapacita. Si con Carmen Aristegui las soltó en la mañana, con López Dóriga en la noche prefirió ya no hacerlo. Algo similar sucedió con la idea de juanitizar a los presidentes de los partidos para que sean sparrings ficticios y tener acceso a los tiempos de precampaña. El nuevo AMLO sabe rectificar y esa es una agradable sorpresa.

Claro, mantiene una línea discursiva de que la elección es una disyuntiva entre la “salvación” o seguir en la “decadencia”, pero lo hace sin la agresividad de antes y con la apuesta de polarizar en las preferencias electorales con el candidato virtual del PRI y afirmarse como el que representa el cambio, pues no olvidemos que ese partido es oposición y, como dijimos, está capitalizando la molestia con la situación actual. La estrategia es clara: ubicar a Peña Nieto como continuidad y dejar al PAN en un lejano tercer lugar para convertir la elección en un plebiscito entre seguir como estamos o cambiar con él. Está por verse que le salga, pero al menos está sacudiendo el tablero de un juego que, como estaba, no podía ganar.

Justo es decir que hay una faceta del nuevo AMLO que genera escozor en la tradición de izquierda. Me refiero a las resonancias religiosas de su mensaje. Si bien nunca ha sido un secreto su religiosidad y en mayor o menor medida se traslucía, ahora la manifiesta de manera explícita. López Obrado afirmó hace poco que la solución a los problemas del país está en que “la sociedad sea más cristiana y punto”. Nadie puede oponerse a que se promuevan valores y en diagnosticar que la ausencia de éstos ha contribuido a la generación de muchos de nuestros problemas, entre otros, el salvajismo del crimen o la corrupción a todos los niveles del servicio público y privado, pero eso no debe llevar a impulsar una religión particular, por más respetable y popular que sea. Es sano que haya una frontera entre la vida pública y la religiosidad y es un expediente muy peligroso abrirle la puerta a que la devoción sea un elemento de proselitismo. Y en el plano de los resultados, la derecha tiene mucho más que ganar –conceptual, cultural y electoralmente- si eso se permite. Ojalá, en este punto, también rectifique.

Hay que decir que la declinación de Marcelo Ebrard por Andrés Manuel, y más aun cuando la quinta y decisiva pregunta estaba en el margen de error, fue un gesto que mediáticamente resultó muy favorable a la izquierda, pues dio la nota al definir la candidatura y frustró el conflicto anunciado. Además, mató la nota por la dolorosa perdida del simbólico y emblemático bastión de Michoacán a manos de los vientos restauradores que corren en el país y retomó la ofensiva, imponiendo la agenda de una semana en la que, sin duda, el tema central fue el de la “república amorosa” y el nuevo AMLO.

La izquierda tiene ya un “candidato único”, pero falta construir la unidad. Todos deberá aportar para sanar heridas y trabajar juntos hacia delante, pero el que tiene mayor responsabilidad en eso es el candidato que debe tender puentes e incluir a todos si es que efectivamente, como así parece, le interesa ser lo más competitivo posible. El balón está en su cancha y pronto se verá que tanto quiere contar con la el PRD, más allá de sus siglas. Por hacerlo a un lado en 2006 se cayó la estructura electoral y es obvio que MORENA ha estado lejos de dar los resultados que con tanto ruido presagiaron en las últimas elecciones.

Durante los últimos cinco años he sido crítico de la estrategia asumida por López Obrador y, como militante perredista, hubiera preferido tener de candidato a Marcelo Ebrard. Las razones las expuse con prolijidad en mis textos e intervenciones públicas. Como demócrata acepto el resultado de una procedimiento que avalé, pero eso no cambia mi forma de pensar y, por lo mismo, no me retracto de las afirmaciones que hecho respecto al virtual candidato de mi partido, si bien reconozco, como siempre lo he hecho, que puedo estar equivocado. Mi respaldo a la candidatura de Andrés Manuel será crítico y constructivo. No aspiro a ningún puesto en un eventual gobierno encabezado por el Peje, pero haré lo que esté de mi cuenta para que, sin afectar mis convicciones, gané la elección. Me agrada su cambio. El “nuevo AMLO” asume algunas de las posiciones más importantes que he defendido en estos años. Como muchos, me pregunto si es genuino y sincero al plantearlas y si los ciudadanos le van a creer, pero, de la misma forma que él le planteó la reconciliación a Televisa cuando le ofreció su “mano franca” a Joaquín López Dóriga, yo también le ofrezco el beneficio de la duda…

PD. Presentaré mi libro, "Herejía, crítica y parresía", el próximo miércoles 23 de noviembre,18 hrs, en el Museo Memoria y Tolerancia, en la Plaza Juárez, Centro Histórico, frente al Hemiciclo a Juárez, a lado de la SRE. Lo presentarán el Dr Agustín Basave, el Diputado Javier Corral y el ex Presidente Nacional del PRD, Jesús Ortega Martínez. Habrá vino de honor.

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lunes, 7 de noviembre de 2011

LA ENCUESTA DE LA IZQUIERDA

Fernando Belaunzarán
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La izquierda define a su candidato presidencial antes de que las precampañas siquiera hayan iniciado formalmente. La premura se debe a que la decisión tomada va más allá del mejor candidato, pues en realidad se estaría resolviendo la estrategia a seguir según las condiciones, posibilidades y objetivos de quien salga como “mejor posicionado”. Aunque son los mismos partidos los que apoyarían, tanto a Andrés Manuel López Obrador como a Marcelo Ebrard, la contienda sería muy diferente si es uno o el otro.

La urgencia está ligada a un plazo legal. El 18 de noviembre deben registrarse los convenios de coalición en las diferentes elecciones federales del próximo año (presidente, senadores y diputados) y la política de alianzas es fundamental para tener éxito en lo que se busca, lo cual está íntimamente ligado a lo que se puede. Es ahí donde está la disyuntiva de tener a un candidato para cultivar el voto duro de la izquierda, pero con muchas dificultades de trascenderlo por su alto rechazo, o bien a alguien que pueda atraer con mayor facilidad a los independientes e indecisos, contar con el voto conocido como “switcher”, para construir el polo que le dispute la nación al proyecto de la restauración que hoy parece gozar de la mayoría de las preferencias. Para decirlo con claridad: lo que se dirime es si la prioridad para la izquierda en 2012 es construir una nueva organización política o disputar el rumbo de la nación.

AMLO mantiene un respaldo importante y sólido, pero muy por debajo de lo que llegó a tener en 2006 y, para su desgracia, con una enorme dificultad para recuperar lo perdido. Me refiero a su alto voto negativo, al grado de que su rechazo es mayor que su aceptación: uno de cada tres ciudadanos afirma que nunca votaría por él. Es una loza imposible de remontar en el corto plazo, aunque hay que reconocer el enorme esfuerzo que está haciendo por verse moderado y cambiar su imagen. Pero como se trata de un personaje con enorme peso específico y, sin duda, el más conocido del país, resulta muy complicado modificar la percepción social que se tiene sobre él. Eso explica por qué, a pesar de ser el único de los precandidatos de todos los partidos en salir en spots de radio y televisión -más de un millón- no ha podido disminuir sus negativos de manera relevante. Por eso mismo, en caso de que la elección se polarizara entre Peña Nieto y López Obrador, cuesta trabajo pensar que el voto útil del electorado panista se pudiera ir hacia el político tabasqueño, a diferencia de lo que sería si el candidato fuera el actual jefe de Gobierno. Así como existe el voto antipriísta, también existe el voto antipejista, el cual, según encuestas, es hoy mayor.

Cualquier análisis frío de las tendencias hoy establecidas nos dice que AMLO tiene un techo que le impide, en la elección del 2012, pensar en ganar; menos aun si la elección se polariza en dos, pues el voto útil no lo beneficiaría. Si algo quedó demostrado en el Estado de México es que en estos momentos no le basta ir unida a la izquierda para pensar en ganar. No obstante ello, López Obrador quiere ser candidato, no para ganarle a Peña Nieto –fuera de sus posibilidades- sino para construir a MORENA como partido político a partir del 2013. No en vano reitera, una y otra vez, la importancia de ese “movimiento” que “cambiará a México desde abajo”. En esa perspectiva, trataría de argumentar que no fue un fracaso perder la elección presidencial después de sostener que en la pasada se le arrebató el triunfo por “fraude”, pues de la lucha de esos años surge la organización que, según sus cálculos, representaría a la izquierda en las batallas futuras. Un plan que, dadas las condiciones actuales del político tabasqueño, le sería muy redituable, pero que tiene un defecto: deja el camino libre al PRI y a Enrique Peña Nieto hacia Los Pinos, con el riesgo real de que se restaure el viejo régimen, o mejor dicho, para usar la analogía que él ha usado, que regrese Santa Anna al poder. Un costo muy alto para el país que no lo vale ningún proyecto personal, así sea el de aquél que piensa estar destinado a salvar a México.

Si lo que se busca, más que ganar la elección, es conformar y consolidar a la “izquierda verdadera” en una organización, entonces las alianzas, en cualquiera de sus ámbitos, deben circunscribirse a esa parte del espectro político, pues la identidad y el contraste con otras opciones resultaría fundamental. Por eso la insistencia de AMLO en no abrirlas con el PAN en ningún ámbito, a pesar de que el PRI amenaza no sólo con ganar la presidencia sino también la mayoría absoluta en ambas cámaras, lo que, por cierto, ha defendido el peñanietismo como condición de gobernabilidad. Con los números de 2009, es decir, sin “efecto Peña Nieto”, el PRI ganaría en 255 distritos electorales de 300. Sobra decir que con ello regresaríamos al país de un solo hombre, a la llamada Presidencia Imperial, y la lucha de generaciones por democratizar al país se habría desperdiciado.

Si la encuesta, como parece, la gana Marcelo Ebrard, la apuesta es otra: Trascender el voto de la izquierda para construir una mayoría electoral que pueda enfrentar con éxito a las fuerzas de la restauración. No se ve fácil, pero está lejos de ser imposible. Muchos mexicanos podrían reconocer en él la posibilidad no sólo de derrotar al PRI sino de hacer la transición por la izquierda ante los dos sexenios panistas que no pudieron cumplir con las expectativas de cambio. Por supuesto, una izquierda incluyente, tolerante, moderna, desprejuiciada que, como ocurrió en Brasil, Uruguay o Chile, sepa sumar y conciliar con otros sectores de la sociedad. De hecho, el compromiso de Ebrard con los gobiernos de coalición y con la separación del Poder Ejecutivo en jefe de Estado y jefe de Gobierno apuntan en esa dirección.

Esa lógica distinta también de reflejarse en la política de alianzas y al menos conformar coaliciones legislativas amplias, no sólo para evitar el riesgo de terminar con la división de poderes a tan sólo tres lustros de que naciera sino para revertir la percepción de que la elección ya está decidida y el resultado es inevitable a favor de la regresión autoritaria.

Paradójicamente, la eventual candidatura de Marcelo Ebrard podría significar una oportunidad preciosa para Andrés Manuel, ya que el simple reconocimiento de que otro distinto a él fuera candidato sería una prenda incuestionable para demostrar que, en efecto, no es como lo pintan y que es capaz de aceptar sus derrotas y poner por delante el interés general. Si quiere, en verdad, combatir el rechazo ciudadano y reinventarse para tener posibilidades en el futuro, levantarle la mano a Marcelo sería lo más convincente que pudiera hacer.

La diferencia esencial en la definición sobre la candidatura presidencial de la izquierda es si se arroja la toalla frente al PRI en 2012, optando por construir algo nuevo –con Barttlet y Bejarano- para disputar el 2018 -si es que el retorno al poder de ese partido abre tal posibilidad- o se busca crear un polo competitivo frente al partido del viejo régimen, que esté comprometido con los avances democráticos y con la transición no concluida ni consolidada, y que al mismto tiempo establezca políticas de crecimiento y justicia social que urgen en el país. Como dijo hace poco Enrique Krauze, falta una nueva alternancia y ahora debe ser por la izquierda. Ahora sí que por el bien de todos, que la encuesta la gane Marcelo Ebrard.
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