martes, 23 de febrero de 2010

EVO Y AMLO

Fernando Belaunzarán

Nada parece más difícil en el México de hoy que tratar de hacer una crítica equilibrada de personajes polémicos que de alguna manera remuevan las pasiones desatadas en el 2006. Es como vivir una final de futbol dentro de una de las barras “ultras” en el estadio y no tener más que entregarse incondicionalmente al equipo propio y demostrarle odio al contrario. Sin embargo, me voy a arriesgar, sabiendo de antemano que, como ya es costumbre, acabe mal con los dos extremos en pugna. De cualquier manera, no escribo para agradarles a éstos, a aquéllos o a otros.

La visita de Evo Morales a la Ciudad de México puso de manera (casi) explícita lo que de por sí ya se sabía: la identidad de Andrés Manuel López Obrador con él, al menos desde el movimiento post electoral del 2006. Eso en sí mismo no tiene nada de censurable e incluso parece entenderse, pues el presidente boliviano es un viejo luchador social que subió hasta la primera magistratura de su país gracias, entre otras cosas, a la fuerza de movilización que siempre mantuvo como líder opositor. Por eso, el punto fundamental de controversia, según mi punto de vista, no deviene como pudiera pensarse de la opinión buena, mala o equilibrada que se tenga de Evo sino en la pertinencia de la comparación, de sí se acredita o no un paralelismo que pudiera llevar a tomar como paradigma la experiencia de la izquierda boliviana para hacerse democráticamente del poder.

Por supuesto, no niego mis cuestionamientos al bloque de países encabezados por el presidente venezolano, Hugo Chávez -entre otros el perniciosos hecho de modificar las leyes para reelegirse y permanecer en el poder- ni mi clara predilección por Lula y por el próximo mandatario de Uruguay, el antiguo dirigente tupamaro Pepé Mújica, pero considero que no es la discusión sobre la congruencia o superioridad de un tipo de izquierda sobre otro lo que nos puede llevar a entender el drama que sufrió la izquierda mexicana que en 2006 acarició la Presidencia de la República y tres años después se encuentra como una opción debilitad y circunscrita a su voto duro aún cuando es notorio el fracaso de la administración calderonista y debió haber sido natural que los ciudadanos voltearan con esperanza hacia el principal opositor, lo que evidentemente no ocurrió, sino que se dio un proceso en sentido contrario, de aislamiento y cultivo del rechazo creciente de amplias franjas del electorado.

El punto de quiebre fue la reacción ante los resultados cerrados, opacos y dudosos de la elección presidencial del 2006. Ahí AMLO decidió escalar el conflicto con la ingobernabilidad a partir de acciones de fuerza en las calles. Muy posiblemente lo hizo teniendo en la cabeza a Bolivia y al movimiento que llevó a la presidencia a Evo, el cual fue por esas fechas invitado y desinvitado -tras los cuestionamientos de un sector influyente de la opinión pública- por el entonces jefe de gobierno, Alejandro Encinas. Y es que con esta lectura todo coincide. Evo Moráles tras perder por corto margen con Gonzalo Sánchez de Lozada tuvo a ese gobierno en un puño a partir de movilizaciones que paralizaban al país y que tuvieron como detonante la defensa de la propiedad nacional de los energéticos (el gas natural), al grado que lo hizo renunciar. Cuando AMLO decía que tendría “a mecate corto” a Felipe Calderón es imposible no hacer el paralelismo con quien presumía que gobernaba desde la oposición.

Evo tuvo la virtud de cohesionar a las distintas etnias indígenas que juntas son mayoría absoluta del padrón electoral, de tal suerte que pudo darse el lujo de prescindir de las clases medias, despreocuparse de la opinión pública y confrontarse con la nata de la oligarquía y ganar la elección. También fue hábil en mandar un mensaje a los sectores ilustrados y a las clases pudientes: “el único que puede garantizar gobernabilidad soy yo, porque soy el que domino las calles.

Cabe recordar que el actual presidente de Bolivia tiene una trayectoria muy importante como líder comunitario y luchador social. Defendió el uso tradicional de la hoja de coca, reivindicó el nacionalismo frente a las trasnacionales y la ola privatizadora. AMLO por su parte se ve de manera muy parecida, pues encabezo las luchas por mejores condiciones para las comunidades dónde PEMEX se ha instalado y ha tomado como bandera principal la defensa de la propiedad nacional de los energéticos. Pero en esa identificación personal, pero sobre todo estratégica, López Obrador se enfiló a su autoanulación, al desgaste y aislamiento fulminante que a tres años de distancia lo tienen sin ninguna posibilidad de ganar la elección presidencial del 2012; algo muy cercano al suicidio político.

México necesitaba un Lula, pero Andrés Manuel López Obrador prefirió ser Evo. Esto, como dije, no tendría nada de malo a no ser que nuestro país se parece mucho más a brasil que a Bolivia. Para ganar electoralmente en los dos países más grandes de América Latina se requiere forzosamente de las clases medias y es importante tener acuerdo al menos con una parte de la burguesía nacional. La insurrección civil no llegó, pero eso no hizo que se rectificara. En lugar de buscar revertir el veto de poderes fácticos y ganarse el favor de algunos de quienes lo combatieron como lo hizo en su momento el actual presidente de Brasil, AMLO se ha mantenido en el mismo discurso de confrontación, se ha hecho con sus palabras una cárcel que lo hacen el político más predecible del país y, lo que es más grave, a situado a la izquierda política en su peor momento desde 1991 y ayudado al PRI que se encontraba en la lona en el 2006 a reposicionarse al grado de ser favoritos para regresar a Los Pinos en la próxima elección presidencial.

Las alianzas son fruto de esa debilidad y la única posibilidad que queda para electoralmente cambiar la situación de opresión que priva en muchos estados del país, así como de equilibrar en algo la competencia rumbo al 2012. Pero quitarle territorios al PRI es del todo insuficiente. La izquierda si quiere tener posibilidades de ganar tiene que abrirse a un candidato de la sociedad que pueda librar el voto de rechazo y generar esperanza en virtud de su prestigio, autoridad moral y capacidad de recuperar a los votantes perdidos y de sumar a diversos sectores sociales a un proyecto fresco y ciudadano. Quien puede encabezar ese esfuerzo se llama Juan Ramón de la Fuente.

De paso…

Cumbre. Brasil es el motor del bloque latinoamericano recién conformado. Más allá de “la nota” dada por la enésima escaramuza entre los presidentes de Colombia y Venezuela, Álvaro Uribe y Hugo Chávez, el hecho tiene una gran significación. Es la oportunidad, no de pelarse con los Estados Unidos como algunos quisieron ver, sino de establecer una relación con nuestros poderosos vecinos del norte como región y bajo otras condiciones que ayuden a disminuir las inequidades entre una y otra parte, así como diversificar las relaciones con otras partes del mundo… Ulises Ruiz está deseperado y ya no halla qué hacer para debilitar la alianza opositora. Si supiera que el mejor argumento, razón y motivación de juntarse en una coalición es él mismo... Reacciones airadas, desproporcionadas y sin razón provocó el mitin de Evo Morales en Coyoacán. Ánimos crispados que demuestran hasta que punto muchas personas siguen ancladas en el 2006. En un país democrático a nadie se le debe coartar el derecho a la libre expresión, sea o no jefe de Estado… Ciudad Juárez es el rostro del fracaso, la muestra más palpable de una estrategia fallida que tiene teñido de rojo al país y la constatación del mayor riesgo que se tiene a la estabilidad y seguridad nacional. Urge replantear métodos y objetivos. No veo otra que discutir en serio la regulación, es decir, legalización de algunas sustancias para pegar en el bolsillo de los cárteles. Las consecuencias de no rectificar podrían ser devastadoras e irreversibles… En menudo lío se metió Javier Aguirre por sufrir un ataque de sinceridad siendo el entrenador de la selección… Las chivas imparables. Siete al hilo…

martes, 16 de febrero de 2010

LOS PRAGMÁTICOS DE LA PUREZA

Fernando Belaunzarán

En nombre de supuestos principios, pretendidos y, en algunos casos, insólitos “dechados de pureza política” atacan a las alianzas que izquierda y derecha han decidido hacer en diversas entidades de la república para enfrentar a algunos cacicazgos priístas. Nos dicen que la renuncia al PAN de Fernando Gómez Mont es éticamente loable por su inconformidad ante acuerdos “pragmáticos” sin reparar que lo único indefendible es el chantaje de condicionar la aprobación del presupuesto a cambio de que el partido en el gobierno no haga coaliciones electorales con el PRD. Según estos autoproclamados adalides de la congruencia resulta ser en sí mismo reprobable que dos partidos con ideologías distintas se junten para sumar sus votos sin importar el contexto, los objetivos y el escenario en el que se presentan. Con ello cometen el mismo error que los fundamentalistas, pues desnaturalizan la política al verla como una especie de religión en la que debe predominar una ortodoxia preservada mediante la moralina propia del estereotipo de la solterona que se pasa el día dándose golpes de pecho en la Iglesia. Como es de esperarse, con ello se abre paso a la doble moral, pero también a algo más grave: la reproducción de una pobre cultura democrática en el país.

La política es por necesidad situacional. Tiene que dar resultados en una realidad novedosa, cambiante y compleja. Por supuesto que para lograr los objetivos planteados no todo puede estar permitido y los principios y valores, tanto personales como los de la organización, deben quedar salvaguardados. Pero en la democracia las alianzas son una herramienta legítima que no tienen porque atentar contra esos principios y valores a menos que contravengan objetivos programáticos o impliquen la aceptación de actitudes que le son contrarias. Y esto es así porque toda alianza tiene un ámbito y unos fines determinados. No tiene porque significar ni extensión de certificados de buena conducta, ni absoluciones por agravios pasados, ni asumir como propio el programa o la moral del otro, ni, por supuesto, es para siempre. Se trata de un acuerdo entre distintos para lograr uno o varios objetivos comunes que no borra ni tiene porque subordinar las diferencias que existen, mismas que se mantienen en los ámbitos no implicados.

Ahora resulta que actuar de acuerdo a principios significa que perredistas y panistas se resignen a cumplir un papel de oposición testimonial frente a cacicazgos autoritarios y corruptos que se reproducen gracias al manejo discrecional de los recursos públicos y el consecuente control clientelar y corporativo que ejercen los gobernadores en sus feudos. O sea que es preferible la impotencia congruente que caer en la lógica “electorera” que permite la contaminación ideológica para tratar de cambiar las cosas. Si las diferencias debieran significar la imposibilidad de establecer pactos entonces estaríamos condenados al inmovilismo. Existe una hipocresía evidente entre los que se desgañitan por la falta de acuerdos en el Congreso, pero repudian las alianzas electorales por “inmorales” y “pragmáticas”.

Ya dijimos que la política tiene una dimensión práctica que le es esencial y por lo tanto no puede librarse de cierto “pragmatismo”. El problema sería si se perdiera el rumbo, si se tratara sólo de ocupar espacios de poder o derrotar a un adversario sin que eso signifique acercarse hacia el modelo de sociedad por el que se pelea. En el caso de la izquierda se busca cambiar una realidad política y moralmente inaceptable para mejorar la situación de desigualdad económica y ampliar los derechos y las libertades de los ciudadanos. La alternancia en muchos estados para establecer un gobierno de transición que se comprometa con reformas democráticas y la aplicación de un programa de desarrollo social es una posibilidad para avanzar en la dirección correcta. Lo otro, resignarse a la denuncia mientras el aparato gubernamental asegura el triunfo del oficialismo es la certeza de la continuidad sin más consuelo que el mantenimiento de una “pureza” que, por cierto, no pasa de ser pura simulación. Para Diego Fernández de Cevallos son moralmente inaceptables las alianzas, pero no litigar contra el Estado siendo Senador, ni aprovechar sus influencias para ganar juicios millonarios a cargo del erario. ¿O qué decir de Vicente Fox que promovió abiertamente esa misma alianza con el PRD en el año 2000 por las mismas razones y ahora se desgarra las vestiduras en nombre de la congruencia? ¿Acaso debemos suponer que usar a las instituciones para detener a un adversario como lo hizo con el desafuero de Andrés Manuel López Obrador o su participación abierta en el proceso electoral violando con descaro la ley son conductas de un político de principios?

Para ser justos, hay que decir que lo anterior también está aconteciendo en la izquierda. Se necesitaría tener una ingenuidad de esas que dan hasta ternura para pensar que el PT se atrevió a ir por primera vez en su historia con el PAN sin la anuencia de AMLO; un candor parecido al de un niño que supone que las nubes son de algodón. Por una parte se trata de tener los beneficios sin pagar los costos –Gabino Cué le es cercano y apreciado por el excandidato presidencial- y por la otra mantener la imagen de “inmaculado” para diferenciarse y colocarse en el ánimo del voto más duro de la izquierda que va a pesar mucho en la definición del candidato presidencial, algo muy parecido a lo que ocurre con Manuel Espino y compañía en Acción Nacional, pues es evidente que éstos buscan posicionarse internamente para las definiciones sucesorias.

Lo que estamos viendo es un espectáculo del peor de los pragmatismos: el que se oculta tras los ropajes de la pureza. Y si tales posiciones han sido amplificadas mediáticamente y colocadas en el ámbito de lo políticamente correcto, como lo único éticamente irreprochable, es porque con las alianzas se les empieza a mover el piso a los que ya salivaban con el inminente retorno del PRI a Los Pinos a través de un personaje afín a los poderes fácticos. Esto es lo que explica la paradoja que se da cuando los promotores del purismo partidario justifican el hecho de que los priístas hayan decidido como respuesta a las alianzas el enterrar las reformas durante lo que falta del sexenio, subordinando así el desarrollo del país y el enfrentamiento eficaz de los graves problemas nacionales a su pleito faccioso. Me imagino, por lo mismo, que para tan lúcidos analistas comprometidos con la ética política, tal arrebato vengativo sí responde a principios, lo mismo que renunciar al PAN como un desplante pragmático y desesperado por mantener la interlocución con el priísmo despechado y así desmarcarse de una decisión que no tomó en cuenta “la patriótica negociación” -esa muy moral, por supuesto- en la que se compromete la política electoral de un partido a cambio de aprobar el presupuesto del gobierno federal.

En mi opinión, la discusión debiera ser mucho menos barroca. Si los habitantes de la localidad van a tener más democracia, libertades, derechos y justicia social con el triunfo de la alianza opositora entonces vale la pena llevarla a cabo. Para garantizar los cambios es preciso que se comunique a la sociedad con claridad los motivos de la alianza y sus alcances y, por lo tanto, que se hagan públicos el programa de gobierno y los compromisos adquiridos. Eso es actuar con principios. Lo otro, oponerse para presentarse como “puro”, no es más que demagogia, esa sí, muy pragmática.

De paso…

Las cosas claras. Héctor Aguilar Camín tiene razón en ubicar a los asesinos materiales e intelectuales de los jóvenes en Ciudad Juárez, es decir, a los narcotraficantes, como los verdaderos enemigos, a los cuales, por sus métodos sangrientos, califica de manera incuestionable como “hijos de puta”. Pero eso no debe llevar a avalar “la estrategia Rambo” del gobierno federal que ha sido un fracaso absoluto. Hay que combatir al narco, pero con inteligencia, atacando al negocio y a sus ganancias, pues las bandas son tan poderosas como sus recursos económicos. Intervenir flujos financieros, atacar mejor el lavado de dinero y regular la producción, distribución, venta y consumo de algunas drogas, como sucede con la marihuana en más de una decena de estados de la Unión Américana, son algunas medidas que pudieran disminuir la violencia en el país y ser más efectivos. De lo que se trata, y hablando con la misma claridad, es de no combatir al narco a lo pendejo como actualmente se hace… Las inundaciones en Chalco exhibieron la incapacidad de Enrique Peña Nieto para enfrentar con oportunidad los problemas de la gente. La realidad virtual creada por los medios electrónicos mostró sus limitaciones. Lo que natura no da, televisión no presta… El sacerdote Rafael Muñiz López fue liberado porque según el juez de la causa sólo distribuyó pornografía infantil a un grupo cerrado de personas y, por lo tanto, no dañó la moral pública. El precedente es grave porque en lugar de inhibir esa clase de conductas las fomenta con la impunidad. Lo que se le pasó al juez es darse cuenta de que lo que está en juego no es la tranquilidad de las buenas conciencias sino los derechos de niñas y niños que fueron vejados y quién se hace partícipe de su difusión alienta y es cómplice de la comisión de ese delito. La indignación aumenta por la satisfacción expresada públicamente por la iglesia Católica que debiera ser la más interesada en castigar estas desviaciones ocurridas en su seno para que no se repitan. Que luego no se queje el gobierno mexicano de las condenas públicas de organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos por porquerías como ésta… Insisto. Para que la izquierda pueda competir en serio por la Presidencia de la República en el 2012 necesita un candidato externo y ciudadano que surja de la sociedad como una alternativa a la clase política tradicional y sea capaz no sólo de eludir el voto de rechazo que hoy cargan los partidos, dirigentes y líderes de la izquierda política sino también de recuperar los votos perdidos y sumar a otros sectores sociales mediante un programa de gobierno sólido e incluyente. Esa es la única oportunidad de cambio real que tiene el país en la coyuntura de la próxima elección presidencial. En mi opinión, tanto Juan Ramón de la Fuente como José Woldenberg podrían encabezar ese gran esfuerzo. Lo que les toca a los partidos es poner su registro para una candidatura así… Las chivas llevan cinco victorias en cinco encuentros. Podría pensarse que Jorge Vergara debiera estar feliz como los aficionados, pero resulta que ya le negaron judicialmente la comercialización del nombre “chivas”. Así que no podrá ni siquiera tomarse una “chivacola” para pasarse el coraje. Al menos, esperemos, que el equipo mantenga su buen nivel, siga dando espectáculo y jugando de manera ofensiva, y, por supuesto, que el “Chicharito” vaya a Sudáfrica…

martes, 9 de febrero de 2010

10 AÑOS DESPUÉS

Fernando Belaunzarán

En la madrugada del 6 de febrero de 1999 irrumpió la Policía Federal Preventiva en Ciudad Universitaria, poniendo fin con ello a una huelga estudiantil que se había prolongado 10 meses. Un hecho de por sí doloroso y desgarrador no sólo porque la Universidad de la Nación merecía una solución mediante el diálogo inteligente y la consecución de acuerdos públicos que la encaminaran a su mejoramiento y superación y no por medio de la fuerza bruta sino también por remover recuerdos ominosos para los universitarios y para el país como lo fue la toma de esas mismas instalaciones en 1968 por parte del ejército mexicano. Lo más triste y trágico de la historia es que el movimiento estudiantil tuvo el triunfo en la mano y no quiso, o no supo, ganar.

Tan triste y trágico como lo anterior fue que las lecciones de esa experiencia no fueron aprendidas debidamente por la izquierda. Muchos de los errores entonces cometidos se han reproducido en otros ámbitos y en otros momentos generando resultados igualmente desastrosos, de graves consecuencias. Y es que hay pocas cosas tan dañinas como la inmunidad a la autocrítica, como el convencimiento dogmático de que indefectiblemente el único responsable de la derrota siempre es el adversario que encarna “el mal”, cuyos ánimos aviesos, falta de escrúpulos y utilización ilegítima de poderes públicos y recursos privados logra sobreponerse a los “buenos”, muy cómodos y felices en su autoproclamada calidad de mártires. Una verdadera cultura de la derrota.

La propaganda suele dejar poco espacio a la reflexión y, por desgracia, en diversos círculos que se reclaman de izquierda lo políticamente correcto es hacer de cada discurso, de cada declaración, de cada escrito, de cada análisis, de cada expresión, un auto de fe propagandística. Por lo mismo, no se toleran otras opiniones en su seno, se instala una especie de verdad oficial que no puede ser contrariada desde dentro so pena de caer en el estigma de la traición. Y más allá de la pueril pretensión de hacer prevalecer la versión propia de los hechos en ese etéreo lugar que se piensa como Historia (así, con mayúsculas) al no haber autocrítica ni propiciar la toma de conciencia de las fallas y yerros se propicia la reiteración de los mismos errores.

Es fundamental entender qué fue lo que pasó con un movimiento que empezó vigoroso y prometedor y acabo siendo una caricatura grotesca de los vicios que decía combatir. Para captar la magnitud del tránsito no está demás recordar que en las primeras manifestaciones se resolvió no realizar pintas con laca para favorecer la solidaridad de la sociedad, se hicieron lúdicas y sanas convivencias para celebrar el “día del niño” y el “día de la madre” y que tiempo después, con acuerdo o sin acuerdo, se cerraron carriles centrales del periférico, se tomaran institutos y centros de investigación con los consiguientes daños a trabajos científicos que llevaban años de realización, se expulsaron a las voces críticas y se permitieron agresiones a periodistas y medios de comunicación. Se paso de las decisiones colectivas claramente mayoritarias a las que se tomaban únicamente entre el puñado de activistas que se otorgaban en exclusiva el derecho al voto porque “lavaban los baños”.

El origen del conflicto fue la imposición de un nuevo Reglamento General de Pagos que contrariaba la gratuidad que de hecho –pues se pagaban 20 centavos- funcionaba en la máxima casa de estudios del país. Fue una decisión autoritaria y torpe del entonces rector, Francisco Barnés de Castro, el cual hizo todo lo que estuvo a su alcance para complicar el conflicto, pues su apuesta desde el principio fue derrotar al movimiento mediante la intervención policiaca. Por eso no se detuvo ni siquiera cuando las encuestas le mostraron que la inmensa mayoría de la comunidad estudiantil estaba inconforme. En su egolatría y autosuficiencia se planteó hacer lo que ni Carpizo ni Sarukhán pudieron: derrotar al movimiento estudiantil e implantar las reformas neoliberales pospuestas. Para ello se preocupó por incentivar las contradicciones y conflictos entre las diversas corrientes y agrupamientos de activistas. No era casual que, invariablemente, antes de cada asamblea del CGH hubiera una provocación de las autoridades para exacerbar los ánimos y favorecer el fortalecimiento de la llamada “ultra”. Y es que Barnés, a sabiendas de las reticencias de Ernesto Zedillo a intervenir, se preocupó por fortalecer la tesis de que no se podía negociar una solución en virtud del predominio de los sectores extremos del movimiento.

Por supuesto, los ánimos facinerosos del ex rector no explican el nivel de polarización en el seno del CGH y su progresiva descomposición interna. Hubo otros factores sin duda más influyentes. Es importante señalar que el grupo político estudiantil que había sido hegemónico en el exitoso movimiento de 1986-87 y que durante la siguiente década tuvo sin duda el mayor peso y repercusión dentro y fuera de la UNAM, conocido como CEU-Histórico se encontraba diezmado porque sus cuadros más experimentados se fueron al Gobierno del Distrito Federal con Cuauhtémoc Cárdenas o bien al PRD, como era mi caso. Aunado a ello, estudiantes de diferentes tribus perredistas vieron la ocasión para desplazar a quienes consideraban sus adversarios internos y tenían su principal fuerza en la UNAM así que se les hizo fácil hacer causa común con “la ultra” para lograrlo sin caer en cuenta que después ya no podrían tomar la conducción del movimiento y darle un rumbo diferente al que le convenía a los grupos mal llamados radicales que ellos mismos fortalecieron. Cuando quisieron enfrentar a la “ultra” ya no pudieron. Hay que aclarar que es falso que el PRD como tal haya intervenido en el conflicto. Hubiera sido de gran ayuda que ese partido hubiera reunido a todos sus miembros involucrados (que iban desde los “antiparistas” hasta la “megaultra”) y convenido una orientación común.

Pero hay otro elemento que nos debe llevar a la reflexión. La Universidad Nacional Autónoma de México es de primera importancia para el país y para sus habitantes de ésta y las siguientes generaciones. Pero para algunos grupos el conflicto fue visto más como una oportunidad para extenderlo a otros ámbitos y regiones con objetivos de índole política distinta, como detonante de otras luchas sociales. Para decirlo con claridad, tenían la expectativa de que el movimiento del CGH fuera el inicio de la revolución. Por supuesto que era correcto buscar la solidaridad de otras universidades y otros sectores sociales, pero de ninguna manera olvidarse de que lo fundamental era detener las cuotas y transformar a la Universidad y el problema es que para este sector radicalizado la UNAM no fue vista como fin en sí misma sino como sólo un medio para luchar contra el Estado. En ese sentido, la educación pública era un mero pretexto. De ahí que la estrategia de tales grupos fuera cerrar la puerta a cualquier solución y alargar el conflicto. Eran, por supuesto, una minoría, pero que tuvieron las circunstancias favorables para ganar terreno e imponer su lógica a un movimiento en descomposición creciente. Mientras estuvo Barnés de rector -el “ultra” más pernicioso- los dos extremos universitarios, ambos minoritarios, en su loco afán por acabar al contrario, tomaron de rehén a la institución.

Dos episodios fueron claves en el naufragio de la solución negociada. El primero fue el lamentable resbalón de un sector del movimiento cercano a un ex líder estudiantil y entonces alto funcionario público que a instancias de éste y de la Secretaría de Gobernación establecieron un diálogo con la rectoría a espaldas de la dirección del CGH. Por si eso fuera poco, acordaron una salida por debajo de los mínimos para el levantamiento. Es verdad que el paso de cuotas obligatorias a voluntarias resolvía de alguna manera la gratuidad, pero faltaba un espacio de deliberación de la comunidad para resolver sobre otros planteamientos y sobre la pospuesta reforma universitaria. Además, ni siquiera se había dado ningún diálogo formal entre las partes y era poco afortunado que una imposición se intentara resolver con otra. El resultado fue desastroso, pues además, como dijimos, Francisco Barnés no quería dar marcha atrás y se dedicó a dinamitar el acuerdo que lo habían obligado a tomar, para lo cual se puso a difundir entre directores, consejeros, conocidos y periodistas amigos que había pactado el levantamiento de la huelga con el PRD. Por su parte, no obstante que una rebelión dentro del grupo de los que habían negociado logró que se aprobara por mayoría que se demandará como punto central la realización de un Congreso Universitario Resolutivo para resolver el conflicto, unos cuántos líderes quisieron honrar su palabra dada en esas conversaciones privadas y anunciaron a los medios de comunicación un inminente levantamiento de la huelga. Ese fue uno de los suicidios políticos más absurdos que me ha tocado ver. La Asamblea del CGH rechazó de manera absoluta la propuesta y se generó un ambiente hostil hacia ese sector de moderados que ahí perdió gran parte de la influencia que tenían. La oposición a dicha negociación –la rebelión antes referida- y la consecuente complicación del conflicto fue lo que me llevaron a entrar de lleno al movimiento estudiantil que hasta entonces sólo había acompañado.

El otro episodio fue el referente a la llamada “propuesta de los eméritos”. Un grupo plural de académicos muy reconocidos dieron a conocer una propuesta se solución a las partes ante el estancamiento y la prolongación de la huelga. Estamos hablando de personas con alta calidad moral y gran prestigio intelectual: Adolfo Sánchez Vázquez, Luís Villoro, Miguel León Portilla, Alfredo López Austin, Alejandro Rossi, Manuel Peimbert, Luís Esteva Maraboto y Héctor Fix Zamudio. Su propuesta asumía la gratuidad, anulaba las sanciones a los paristas y llamaba a la construcción de un espacio de reflexión entre universitarios para proponer cambios a la institución. En sí misma ya era un triunfo del movimiento, pues además se trataba de un piso no un techo para la negociación. A Barnés, por supuesto, no le gustó nada la iniciativa e hizo lo que pudo para obstaculizarla. Sin embargo, la propuesta generó un sin fin de adhesiones de la comunidad universitaria al margen totalmente de las instancias directivas y burocráticas. Un hecho insólito. Sacarla adelante en el seno del movimiento fue mi principal objetivo. Algunos de sus promotores fueron a un memorable debate en el auditorio “Ché Guevara” –hoy lamentablemente privatizado. Los cuatro más identificados con la izquierda, Sánchez Vázquez, Villoro, Peimbert y López Austin, sostuvieron su posición de manera brillante, levantaron los ánimos, dieron esperanzas, pero por desgracia ya no eran las ideas las que definían el rumbo de los acontecimientos. Por un voto se perdió en el CGH. Higinio Muñoz, dirigente del Consejo Estudiantil Metropolitano, se había comprometido con Luís Villoro a apoyar la propuesta. Por desgracia, no sólo no lo hizo sino que las tres escuelas que controlaba votaron en contra. Por supuesto, en cuanto el CGH la rechazó, Francisco Barnés la hizo suya. Y así fue como se perdió una oportunidad dorada para el triunfo del movimiento.

La salida de Barnés y la llegada de Juan Ramón de la Fuente renovaron las esperanzas de una solución negociada entre las partes. El nuevo rector se avocó a reunirse con amplios sectores de la comunidad universitaria que se ya se encontraba muy dispersa y desesperada, restableció lazos y comunicación y le dio otra dimensión al diálogo público con los estudiantes conformando una comisión más representativa y plural. Por desgracia, los estudiantes desperdiciaron ese espacio privilegiado para llegar a la opinión pública. Muy a diferencia del movimiento del CEU de 1986-87 que sin duda ganó el debate a las autoridades y convenció y conmovió a la sociedad mexicana, la representación del CGH mostró un nivel pobrísimo de argumentación no por la falta de capacidad sino porque en lugar de dirigirse a sus interlocutores en primer término y a la sociedad en el segundo hablaban para sus asambleas, para demostrarles que eran incólumes y que no debía caer en ellos la sospecha de traición que por esas fechas rondaba a (casi) todos. Por eso es que sólo articulaban una retahíla de consignas, lugares comunes, denuncias alarmistas y reiteración infinita de su vocación principista.

Ante el estancamiento del “diálogo”, Juan Ramón de la Fuente tomó la iniciativa de realizar un plebisicito sobre cinco puntos que recuperaban en mucho la llamada “propuesta de los eméritos”, reconociendo la gratuidad y ofreciendo un Congreso Universitario. Dicho ejercicio fue muy exitoso en términos de convocatoria, pero en lugar de regresar a la mesa del diálogo con sus resultados para que esa fuera la base de la solución simplemente se le emplazó al CGH a levantar la huelga. En mi opinión faltó el llamado “puente de plata” para un movimiento muy desgastado, debilitado y aislado que hubiera facilitado a algunos sectores sobrevivientes de las purgas internas ganar lo que eran ya unas raquíticas asambleas. Es verdad que la derecha universitaria estaba histérica y que el margen de maniobra se la había reducido mucho a Juan Ramón, pero creo que se le debió dar una oportunidad más al diálogo y evitar la irrupción policiaca. Ernesto Zedillo tomó la decisión de tomar las instalaciones universitarias con la PFP y detener a los huelguistas. De la Fuente tuvo el tino y la sensibilidad de encabezar las gestiones para la liberación de todos los presos y después el gran mérito de levantar de nuevo a la UNAM, no obstante la difícil situación en la que se encontraba, misma que se agravó con la indeseable solución de fuerza.

El CGH fue un movimiento que tuvo el triunfo en la mano. Como dijo el notable académico del exilio español, Federico Álvarez, entonces presidente del Colegio de Profesores de la Facultad de Filosofía y Letras que mantuvo un papel digno y constructivo durante todo el conflicto: “Más vale una victoria parcial que una derrota total”. En efecto, cuando se plantea las cosas al todo o nada, normalmente sale nada.

Por ello, más allá del anecdotario, resulta fundamental reflexionar acerca de un proceso que se repite con distintos movimientos y en el que se da una progresiva perdida de consenso social, división y descomposición interna y aislamiento político. El lugar común es echarle toda la culpa a los medios de comunicación que, según este discurso tan socorrido, desvirtúa los hechos y manipula las conciencias en contubernio con intereses oscuros. Nada más alejado de mis intenciones que hacer una apología de los medios que hoy tenemos o desviar la mirada de sus limitaciones, pero sería engañarse a sí mismo no ver que mucho de lo que ahí se difunde son cosas ciertas que es responsabilidad de la prensa dar a conocer y que la solución no es acallarla sino corregir defectos, incongruencias y desviaciones.

Conseguida la gratuidad sólo era cuestión de pactar condiciones mínimas del Congreso Universitario y evitar que fueran aplicadas las reformas polémicas de 1997 antes de que se resolviera en definitiva sobre ellas en ese espacio de deliberación y resolución. Sin embargo no hubo poder humano que pudiera mover un ápice al CGH de su letanía: “cumplimiento total de los seis puntos del pliego petitorio”. Pero la intransigencia no fue el único elemento nocivo. Se fue imponiendo un desprecio a la opinión pública y una veneración a las acciones de fuerza que no se preocupaban por justificarse con razones. Dejó de importar el ganar el debate público, para sólo buscar acciones cada vez más desesperadas de presión sin tomar nota de la impopularidad de las mismas. También se dio una tendencia creciente a confrontarse con la sociedad, con el resto de los ciudadanos, a afectarlos creyendo que así se presiona al gobierno cuando éste en realidad disfruta de ver como el movimiento daña su propia imagen pública y se debilita. Y qué decir de la práctica de la depuración, de echar a los aliados al campo contrario, de inocular el odio entre compañeros hasta el punto de desatar violencia física, de sólo aceptar apoyo incondicional, de calificar como traición cualquier manifestación crítica o autónoma, de imponer un pensamiento único incuestionable. Pero el más pernicioso de todos es el asumirse como encarnación exclusiva de los intereses legítimos del pueblo, de promover el mesianismo de uno mismo, de justificarlo todo en nombre de un pueblo que paradójicamente cada vez se aleja más. Otro que no se nos debe escapar es el maximalismo, el negarse a caminar el paso que se puede dar en nombre de un salto por el momento imposible. A final de cuentas se llega al apotegma bíblico que tanto gusta a los fanáticos: “el que no está conmigo está contra mí” y de esa manera en lugar de sumar y crecer se resta y se divide. La contradicción de un movimiento que reclama democracia, pero que se vuelve esencialmente autoritario e intolerante tiene altos costos, pues eso no se puede ocultar.

Atenco, la APPO y el movimiento surgido tras los opacos y polémicos resultados del 2006 son algunos ejemplos de experiencias que han vivido, en grados distintos, procesos similares. Por supuesto, se debe condenar la represión y el uso de la fuerza para resolver problemas políticos, y demandar la libertad de los presos causados por la represión, pero sería un grave error no darse cuenta de que el aislamiento y falta de apoyo social genera condiciones propicias para la intervención policiaca, además de que lejos de ayudar complica de sobremanera la consecución de los objetivos nobles y legítimos de estos movimientos. Gracias al CGH hoy nadie cuestiona la necesidad de la educación pública y gratuita de calidad. Por desgracia se perdió la oportunidad de transformar muchas de las estructuras anquilosadas y burocráticas de la UNAM e impulsar su democratización que no es otra cosa que darle el poder que requiere la academia para desarrollarse mejor. A pesar de que Juan Ramón de la Fuente quiso hacer el Congreso, la derecha lo boicoteó y los estudiantes progresistas no tuvieron la visión de tomarle la palabra por lo que no tuvo condiciones para realizarlo. El caso es que hoy, la reforma universitaria sigue pendiente.


De paso…

Confesión de parte. Felipe Calderón, a través de su Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, ha reconocido que se equivocó al declarar que la masacre de jóvenes en Ciudad Juárez fue un pleito entre pandillas. Sin ninguna prueba o elemento, el titular del Ejecutivo se apresuró a manchar el nombre de los asesinados. Y es que como la “guerra contra las drogas” es primordial la parte mediática, como reflejo se acude al expediente de culpar a las víctimas para que no se culpe al gobierno. ¿Quién puede dudar de que en estos tiempos el raiting se impone a la justicia?… Igual o peor está el gobernador de Chihuahua, José reyes Baeza, en lo que sin duda es “la ocurrencia más grande del sexenio”, declara que trasladará los poderes del estado a Ciudad Juárez. Por supuesto, lo hace en el marco electoral que se avecina en esa entidad, como si con un juego de artificio mediático pudiera borrar su inconmensurable incompetencia… Gran aceptación está teniendo la posibilidad de que un candidato ciudadano de los tamaños de Juan Ramón de la Fuente o José Woldenberg represente a la izquierda en el año 2012. Sólo falta que ya, alguno de los dos, se aviente al ruedo, pues ya no queda mucho tiempo… Y para cerrar por fin esté largo artículo y no cansar más a los magnánimos lectores que han llegado hasta este punto me uno al clamor nacional de pedir al “Chicharito” Hernández para la Selección Nacional… Ah! y vientos por los Santos…

jueves, 4 de febrero de 2010

LA GUERRA PERDIDA

Fernando Belaunzarán

Siempre se ha sabido, discursos oficiales aparte, que la guerra declarada contra el narco no puede ganarse, que mientras sigua siendo un negocio tan lucrativo siempre encontrará la forma de subsistir, de infiltrar las instituciones del Estado, de corromper a funcionarios y policías, de tener a su disposición una base social extensa para reclutar y así sustituir al personal que fuera perdiendo, sea por acción de los cuerpos policiacos y militares o sea por enfrentamientos entre bandas rivales, y de encontrar nuevas rutas y estratagemas para ingresar sus productos a Estados Unidos. Sin embargo, lo que no parecía tan claro era que se saldría de control al grado de arañar los 20 mil muertos a la mitad del sexenio sin que haya la menor idea de a dónde nos dirigimos a no ser el desgaste institucional, la descomposición social y política, el desgobierno y la impotencia disfrazada de gesta heroica mediante una campaña mediática apabullante.

En otro ejemplo de misión imposible pretenden ocultar este rotundo fracaso con la peregrina idea de que los muertos son señal de éxito y muestra fehaciente de que, aunque usted no lo crea ni lo parezca, “la guerra se está ganando”. Y como, a pesar de que dicha tesis ha sido respaldada hasta por “estrategas militares” extranjeros, nomás no convence se hace uso del recurso barato de descalificar a los críticos: “Si no están de acuerdo con la estrategia del presidente, entonces pretenden que el Estado negocie con los capos de la droga”. Para defender lo indefendible se recurre una vez más al pobre pero muy socorrido pensamiento binario, rememorando el apotegma echeverrista: “o yo o el fascismo”, es decir, o lo que hace Calderón o la ignominia.

Condenarnos “al pensamiento Rambo” como línea fatal para enfrentar la fuerza del narco va a contracorriente de lo que está sucediendo en el mundo. Mucho se ha dicho y con razón que para que sea exitosa la estrategia que se tome debe ser global o, al menos, regional. Sin embargo, en este punto, Calderón está siendo más papista que el Papa, pues el país que inventó la guerra contra las drogas está llevando en su territorio una política más flexible e inteligente. En catorce estados de la Unión Americana, por ejemplo, se ha regulado la producción, distribución, comercialización y consumo de la marihuana, teniendo, por cierto, una sustancial recaudación impositiva. Paralelamente a ello se trabaja en las labores de inteligencia y seguimiento de los recursos financieros del narcotráfico, lo que ha permitido acciones policiacas de precisión como el que se hizo con los integrantes de “La familia” michoacana hace unos meses. Se reduce la ganancia al arrebatarle un producto, por cierto el que más se produce, consume y genera dividendos en México, y también la violencia, golpeando al crimen en donde más les duele que es en el bolsillo.

Considero innecesario y pernicioso negociar con las bandas de narcotraficantes o favorecer a una combatiendo a las demás. Sin embargo, sin acuerdo de por medio se les debe dar una opción para convertir el negocio ilícito en negocio legal y regulado por las leyes del Estado, pues si no tienen más camino que la rendición o el aniquilamiento es previsible que muchos decidirán persistir, escalando la confrontación violenta. Debe ser una puerta que se cierre una vez que se cruza. Los gangsters norteamericanos, después de abolida la prohibición, fundaron ciudades tan exitosas como Las Vegas y Atlantic City y nadie puede decir que en esos lugares no prevalece el Estado de Derecho y que la violencia se redujo sustancialmente con ese paso.

No hay más mercado más libre que el negro, pues sobre él no hay control de ninguna especie y el sobreprecio genera márgenes de ganancia estratosféricos. No hay manera de garantizar calidad o responsabilidad sobre el producto. Es falso que la droga no esté llegando “a los niños”, jóvenes y adultos. Simplemente que lo hace a costa de mucha sangre derramada y un negocio lucrativo de criminales desalmados. Por eso considero que se debe avanzar hacia la despenalización de las drogas acompañada de fuertes regulaciones y campañas muy ambiciosas de prevención y atención de adicciones, utilizando más recursos para educar, informar, concienciar a la población y tratar a los enfermos y menos al oneroso hoyo negro del financiamiento para armamento y operativos militares y policiacos sin fin. Estoy consciente de que los prejuicios morales de “las buenas conciencias” es un obstáculo para el necesario cambio de estrategia, pero cualquier paso que se pueda dar en la dirección correcta debe darse.

La masacre de jóvenes en Ciudad Juárez fue un acto calculado de terrorismo. No fue un ajuste de cuentas dirigido contra una o dos personas presuntamente vinculadas con actividades ilícitas –para las autoridades una fotografía en un teléfono celular de su dueño con un arma es prueba fehaciente- sino que premeditadamente mataron a quienes se les cruzaron en el camino y no hicieron mayores averiguaciones en su “modus operandi”. Es un claro mensaje: en esta guerra puede morir cualquiera, y no sólo, como el gobierno y sus intelectuales orgánicos pretenden hacer creer, los que están involucrados en el negocio.

Como buena parte de la planeación de esta “guerra contra las drogas” asigna un papel preponderante al manejo mediático de la misma, hay que estar atentos de que la legítima indignación por los hechos no lleve a las autoridades a caer en la tentación de fabricar culpables, presentar “chivos expiatorios” o, lo que también es muy común, culpabilizar a las víctimas para reducir la presión sobre el gobierno y generar en la opinión pública la idea de “ellos se lo buscaron”, sembrando la sospecha de que los muertos eran delincuentes.

No olvidemos que lo que inspiró esta guerra no es la idea de ganarla- nadie puede ser tan ingenuo- sino la de crear una bandera de legitimación y, en el ambiente bélico, promover la imagen de un presidente fuerte que no le teme a enemigos poderosos, proporcionarle un aura de héroe civil que no cede ante el crimen y está determinado a perseguirlo a pesar de los costos. Obviamente en Colombia tuvieron mayor éxito. Pero más allá de la inmoral estrategia de colocar la legitimidad y popularidad de un gobernante encima de una pila interminable de cadáveres de una guerra sin fin, lo cierto es que el Estado mexicano está haciendo agua y es necesario replantear la estrategia.

De paso...

Papelón. La diputada oaxaqueña Margarita Liborio demostró tanto su escaso nivel político y lingüístico como el enojo ulisista por la construcción de la alianza que encabeza Gabino Cue. Con insultos, bravuconerías y amenazas frente a los medios de comunicación, la susodicha legisladora recordó a la célebre “Pelangocha” que traía de bajada al cómico Pompín Iglesias. Para fortuna del legislador increpado, Guillermo Zavaleta, éste no puede ser jalado de los cabellos… No hay resquicio jurídico alguno para que la Suprema Corte de Justicia de la Nación declare inconstitucional el matrimonio entre personas del mismo sexo. Al contrario, con ello se cumple el artículo primero que prohíbe explícitamente cualquier tipo de discriminación por motivo de la preferencia sexual. En el colmo del absurdo, la PGR sin temor al ridículo se inconforma por un artículo que no fue reformado. Un error en la estrategia seguida por los diputados locales puso en el centro de la polémica el tema de la adopción cuando finalmente ésta no fue tocada por las modificaciones al Código Civil. Por supuesto, la Iglesia espera influir como poder fáctico sobra la decisión de los Ministros, pero, insisto, ni aunque quisieran hay elementos para echar abajo el matrimonio gay en la capital del país. Calderón, ha demás de poner en evidencia la sumisión de la PGR al presidente y la de éste frente a la alta jerarquía católica, está empedrando su propia derrota… Pocas cosas pervierten más la acción de la justicia que la necesidad mediática de los gobernantes para proyectar que se actúa eficientemente contra el crimen. Por eso se fabrican culpables, se criminaliza a los jóvenes, se responsabiliza sin pruebas a las víctimas de sus desgracia, se apresuran a mostrar culpables. Los arraigos electoreros de los alcaldes de Michoacán son un botón de muestra, pero también lo es el señalado en un principio como responsable del ataque a Salvador Cabañas que para su fortuna estaba preso y tenía una coartada perfecta, que si no… La izquierda mexicana cuenta sin duda con precandidatos fuertes y conocidos para el 2012; pero si lo que se quiere es tener posibilidades de ganar, entonces sólo tiene dos: José Woldenberg y Juan Ramón de la Fuente…