viernes, 29 de julio de 2011

LOS DIÁLOGOS DE SICILIA

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Insólito y trascendente si lo tuviera que definir en dos palabras. Un movimiento de víctimas, cuya cabeza visible es un poeta, se ha convertido no sólo en un interlocutor notable de la sociedad frente a los tres Poderes de la Unión sino en la vía para que los asuntos públicos más importantes se ventilen de cara al país a través del instrumento primigenio de la política: el diálogo.

Estamos siendo testigos de un ejercicio democrático de gran envergadura en momentos en que la amenaza de la regresión autoritaria crece y la lógica de “la guerra” apunta en sentido contrario. Al máximo nivel se debaten grandes problemas nacionales y la sociedad civil ahí sentada emplaza, con toda la razón, a las instituciones a cumplir con su responsabilidad y dar resultados.

No es sólo el drama humano, la autoridad moral ganada por la tragedia que no debió ocurrir, la mala conciencia de los representantes de un Estado rebasado por la violencia e incapaz de cumplir con su obligación de brindar seguridad en un rango aceptable a la población. Javier Sicilia y el movimiento “Paz con Justicia y Dignidad” interpelan a una clase política desprestigiada, divorciada de la ciudadanía, que provoca tedio en el diálogo consigo misma. Por eso los políticos han visto también una oportunidad en estos encuentros y aceptan comparecer y, lo más importante, muestran una voluntad de acuerdo y de comedimiento que no tienen en su mundo, razón por la cual coincido con Emilio Álvarez Icaza cuando afirma que salió esperanzado del diálogo con los legisladores.

En la política mexicana reina la lógica de facción. El que gobierna busca aprovechar los recursos y los programas públicos para perpetuarse en el poder y los opositores apuestan al fracaso de la administración en turno. Esa es una de las razones de la disfuncionalidad del régimen y de la creciente descomposición política, misma que suele agudizarse con la cercanía de la sucesión presidencial. La visión de Estado está en peligro de extinción y no se encuentra por ninguna parte… hasta que Sicilia llama a la concreción de un Pacto Nacional y reclama que se resuelvan los graves problemas del país antes de pensar en la próxima elección.

Dicha visón de Estado lleva al movimiento a plantear temas que rebasan el ámbito de la seguridad. El llamado es a pensar juntos el proyecto de nación que la alternancia no trajo consigo. El régimen post partido de Estado es en gran medida disfuncional y si ese problema no se aborda a nada se le dará una solución del tamaño que requiere. De ahí la importancia de abordar la reforma política y empujar para que los funcionarios públicos rindan cuentas y la ciudadanía tenga mayor incidencia en la vida pública. Es preciso acabar con los territorios de privilegio. Equilibrios, contrapesos, transparencia, competencia en condiciones de equidad deben darse a todos los niveles y en todos los ámbitos.

Hay que reconocer que Javier Sicilia resistió a las presiones del sector que en un principio lo arropó dando por descontado que el poeta se sumaría a la lógica rupturista y sería la punta de lanza de una nueva ofensiva para exigir la renuncia de Felipe Calderón. No es casual que ahora los golpes más bajos y ruines en su contra vengan precisamente del obradorismo. Y es que no sólo se negó a transitar por la vía de la polarización sino que acudió a las instituciones en lugar de mandarlas al diablo. Es una línea política divergente de aquella que Andrés Manuel López Obrador anunció el primero de diciembre de 2006 en el Zócalo, cuando Calderón tomaba posesión como Presidente de la República, y que se sintetiza muy bien en una advertencia que ahí pronunció: “No habrá normalidad política…”.

Lo mejor de todo es que la ruta del diálogo ha sido muy exitosa, incluso si los acuerdos prometidos no se concretan con la premura o profundidad requeridas o la obcecación gubernamental impide cambiar de estrategia contra el crimen. Que la sociedad sea testigo de los encuentros en el Alcazar de Chapultepec y conozca de manera directa las razones de los distintos actores y del movimiento es de por sí un avance en la cultura política del país y, por supuesto, incidirá en la opinión pública. Es una forma para trascender el círculo de los convencidos que se dicen lo que quieren escuchar y dirigirse a otros sectores, persuadirlos, sumarlos a la gran causa de replantear nuestra nación para ofrecerle a las siguientes generaciones un futuro diferente y distinto que el del Estado policiaco al que la dialéctica de la violencia nos lleva irremediablemente.

Algo que no se puede soslayar es la fuerza moral del movimiento. Imposible no conmoverse y tomar partido por las víctimas al escuchar sus testimonios y las exigencias de justicia, al mostrarnos las secuelas de “la guerra” o como quieran llamarle a esa matazón salvaje que, con ellos en la mesa, se llenan de rostros, nombres e historias que las abultadas cifras ocultaban. Su presencia hace que no se pueda cerrar los ojos a la realidad terrible de los ejecutados, descabezados, desollados, colgados, levantados, secuestrados, desparecidos, vejados. En nuestro México hay una leva del crimen organizado que convierte a niños en sicarios, que se aprovecha de la frustración de una juventud sin oportunidades para tener un ejército de reserva interminable, que por más capos detenidos y acciones espectaculares de la policía y las fuerzas armadas los negocios criminales, sobretodo el narco y la trata, siguen dando ganancias estratosféricas. Podemos repartir las culpas que se quiera, pero el problema es de todos y todos debemos encontrar las soluciones. De eso trata el Pacto Nacional, una esperanza, una oportunidad que no debemos, no tenemos derecho, de desperdiciar.

jueves, 21 de julio de 2011

¿POR QUÉ NO DECLINÓ NARANJO?

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Por extraño que parezca, no pocos antialiancistas furibundos han recriminado a Guadalupe Acosta Naranjo su decisión de no haber declinado a favor de la candidata del PAN en Nayarit, Martha Elena García de Echevarría. Es más, lo responsabilizan por no haber ido en coalición con ese partido y, sin importarles siquiera que hayan llegado a decir que tales alianzas son “ilegales”, se lamentan por haber desperdiciado la oportunidad del triunfo. Claro, no es que quieran presumir incongruencia o cinismo sino que les urge desviar la atención o al menos compartir costos por los malos resultados del 3 de julio y los 41 puntos de diferencia en el Estado de México, la elección que acaparó los reflectores y cuyo arquitecto de la estrategia, por parte de la izquierda, fue Andrés Manuel López Obrador, el gran derrotado de la jornada. Es una forma desesperada de buscar un acuerdo de compromiso interno, de que no haya balance electoral, de que no se señalen responsables y, lo peor, de que no se saquen conclusiones y se corrija lo que se hizo mal. Hubo errores en el Estado de México, Nayarit y Coahuila, y los cometidos en un lugar no eximen a los cometidos en otro.

Con los resultados a la vista nadie puede sostener que el PRD y su candidato no tuvieron equivocaciones en Nayarit. La elección se polarizó entre el PRI y el PAN y muchas cosas se hicieron o dejaron de hacer para que eso ocurriera. Pero antes de señalar esas acciones u omisiones es necesario abordar el punto clave, el cuestionamiento fundamental a la estrategia seguida en aquel estado. Me refiero, por supuesto, a la alianza frustrada que, efectivamente, hubiera sido ganadora y, relacionado con ella, la decisión de Acosta Naranjo de no declinar y llegar hasta el final de la contienda.

Ahí el PRD tuvo un proceso inverso al de Guerrero. Mientras en este estado se cantaba su derrota con mucho tiempo de anticipación, pero pudo revertir ese resultado mediante decisiones audaces, en Nayarit preparó con mucha anticipación una alianza electoral con el PAN que se veía con enormes posibilidades de triunfo y que finalmente naufragó sin estar preparado para enfrentar dicha eventualidad, sin tener plan B; de ahí que haya reaccionado con deficiencia. A ese respecto, resulta injusto responsabilizar a Naranjo por la caída de la coalición.

Guadalupe Acosta Naranjo fue uno de los principales promotores de las alianzas del 2010. Siendo presidente del PRD construyó el acuerdo sobre la reforma energética que evitó el apocalipsis que se presagiaba y recuperó la interlocución institucional con los otros partidos y con el gobierno federal que se había roto a raíz de la elección presidencial. Como diputado federal se convirtió en un factor muy importante de la negociación con los diversos actores políticos, de tal manera que se ganó la confianza de propios y extraños. Por eso, cuando se empezó a perfilar la coalición con el PAN en Nayarit, él se convirtió en el candidato natural para encabezarla y así lo acordó con Cesar Nava. Tan era así que ese partido no dudó en firmar el convenio que le daba al PRD la facultad de nombrar al candidato.

La llegada de la nueva dirección en el PAN encabezada por Gustavo Madero y la intervención de Juan Molinar Horcasitas, como Secretario Electoral de ese partido, dieron un vuelco al asunto. Éste reconstruyó la lesionada relación que el panismo tenía con la familia Echevarría y jugó, de manera poco honesta, a conseguir un gobernador afín a cargo del PRD y beneficiarse por vía doble con una negociación favorable en las demás candidaturas, en virtud de haber “cedido” la principal. Sólo hasta que fue evidente que el método de selección del candidato a la gubernatura no sería a modo de la esposa del ex gobernador, entonces el panismo aceptó asumirla como propuesta propia, no obstante que en ese momento era diputada perredista con licencia. El caso es que Madero decidió no honrar el acuerdo de su antecesor con Naranjo y planteó la ruptura de la coalición ya firmada si la abanderada no era Martha –estableció un ultimátum: se define con encuesta o no hay alianza, sabiendo cuál sería el resultado. Es decir, el PAN exigió definir algo que por acuerdo le correspondía únicamente al Consejo Estatal del PRD decidir, lo que constituye una intromisión inadmisible. Molinar vendió la idea al CEN del PAN de que con la Sra. Echevarría se repetiría el fenómeno de Baja California Sur… y al menos le creyó el presidente de ese partido.

¿Quién es Martha García? Era una persona sin ninguna participación política, desconocida para la ciudadanía hasta que su esposo se convierte en gobernador y ella se hace cargo del DIF estatal. Antonio Echevarría canaliza grandes recursos hacia los programas sociales de esa dependencia y lanza una impresionante campaña mediática a favor de su esposa a cargo del erario. Buscaba proyectar a su cónyuge como sucesora, la cual, hay que reconocer, demostró tener carisma y facilidad para codearse con “el pueblo”; eran los tiempos en que a Martha Sahagún le latía su corazoncito por hacer lo propio con Vicente Fox. Pero la circunstancia quemó la idea. En Tlaxcala fue derrotada María del Carmen Ramírez quien se postuló para suceder a su esposo Alfonso Sánchez Anaya en medio de un escándalo nacional y el PAN prefirió no cargar los costos políticos de hacer lo mismo, razón por la cual suspendió el proceso interno para elegir a su candidato a la gubernatura en el año 2005, razón por la cual se peleó con la poderosa familia Echevarría –la más rica del estado. El asunto llegó a tal grado que Martha García quema públicamente su credencial de afiliada a ese instituto político.

Cualquiera que se tome la molestia de escuchar cinco minutos a la Sra. Echevarría se dará cuenta de su falta de preparación política, que de la administración pública no tiene idea, que necesita leer tarjetas o escritos para exponer cualquier asunto por sencillo que parezca y que incluso está negada para improvisar en entrevistas o debates. Por algo, a pesar de haber estado consistentemente en segundo lugar de las encuestas, elude y se niega a debatir en la campaña. El PAN, junto con el PRI –que estaba arriba y prefería no arriesgar-, presionó al Instituto Electoral del Estado para que no citara a ningún encuentro entre los candidatos. Eso explica por qué no hubo un solo debate en Nayarit. Era evidente que, en caso de ganar, Martha García no gobernaría, que lo harían sus asesores.

Antonio Echevarría fue dos veces Secretario de Finanzas en administraciones priístas. En 1999 rompe con ese partido y acepta ser candidato por el PRD. En el camino se suma el PAN a la coalición. Aunque tenía un acuerdo con los partidos que lo apoyaron de mantenerse neutral en la contienda presidencial en caso de que fueran separados en el año 2000, decidió sumarse a la causa de Vicente Fox. Cuando rompe con el PAN por no permitirle hacer a su esposa candidata a sucederlo se acerca a Andrés Manuel López Obrador, a quien apoya en el 2006. A ese tránsito contribuye Acosta Naranjo quien, por buscar sumar a la causa presidencial, decide hacer a un lado viejos agravios. Por eso no extraña que poco antes de la precampaña Martha se haya reunido con AMLO en Tepic y el PT y Convergencia la esperaran hasta el último momento para hacerla candidata en caso de que el PAN se mantuviera en la alianza y postulara a Naranjo. Esto, para ser honestos, se debió también, y en buena medida, a la fobia del Peje hacia él, uno de los principales dirigentes de “los chuchos”. Es conocido que la Sra. Echevarría le dijo con todas sus letras a Madero –y a muchos otros- que si el blanquiazul no la hacía su candidata se iría con el PT y Convergencia.

Guadalupe Acosta Naranjo jugó un papel clave en la elección de Antonio Echevarría en 1999. Fue nombrado subsecretario de Gobierno y adquirió rápidamente un importante protagonismo en esa administración. Pero la decisión del gobernador de tomar partido por Fox y la negativa de Naranjo a firmar la compra de patrullas sin licitación a una de las concesionarías del gobernador determinaron su salida del gobierno. La ruptura fue de tal magnitud que cientos de perredistas, por el sólo por el hecho serlo, perdieron su empleo en el gobierno. Guadalupe tuvo que abandonar Nayarit ante la persecución política de la que fue objeto y se refugió en el DF donde realizó su exitosa carrera en la dirección nacional del PRD. En un hecho oscuro que no lo imaginó sin la participación del entonces gobernador, se hizo un operativo espectacular en el año 2002, como los de la serie “El equipo”, para aprehenderlo en la Ciudad de México y llevarlo detenido a Tepic en un avión privado de la PGR. Se le acusó de cambiar el domicilio de su credencial de elector sin sustento; salió libre tras pagar nueve mil pesos de fianza y resultó finalmente absuelto. Todo indica que fue un mensaje al recién nombrado miembro del CEN del PRD. Por supuesto, el gobernador se hizo el extrañado, lo visitó en la cárcel y le ofreció su ayuda. El cinismo del cacique-

Acosta Naranjo es un político audaz y con la idea de sumar a todas las fuerzas posibles contra el PRI y ganar la gubernatura, decidió no sólo dejar atrás el conflicto con la familia Echevarría –ya había dado un paso en esa dirección en el 2006- sino hacer diputada a Martha quien había terminado con mucha popularidad su gestión en el DIF. En diversas ocasiones se comprometió, delante incluso de testigos, a apoyarlo en la elección a gobernador. En una reunión con Carlos Navarrete y Jesús Zambrano, ella aceptó que existía tal acuerdo, pero, cito, “las palabras se las lleva el viento”.

Ese fue un grave error Naranjo, y no me refiero a la ingenuidad de creer en la palabra de quien representa los intereses corporativos de una familia que ya sabe lo rentable que resulta para sus negocios contar con el poder político y que no iba a renunciar a tratar de recobrarlo. Ofrecerle la candidatura, apoyarla para ser diputada y luego conseguirle la presidencia de comisión a alguien que evidentemente no tiene la capacidad para desempeñarlos, es una irresponsabilidad. Con eso reproduce la idea de que un diputado es un simple “levantadedos” y no importa que tan incapaz sea. Podría alegar Guadalupe que por la gubernatura bien valía esa concesión, que se sacrifica lo menos por lo más, pero, al margen de que terminó siendo usado por Martha, el predominio de esa visión hace que los espacios de representación sean visto como cotos de poder de grupo sin tomar en cuenta méritos o capacidades. Por eso es que México padece un parlamento mediocre.

Algo que acabó convirtiéndose en una carga para Acosta Naranjo fue su auténtica convicción aliancista, su certeza de que sólo en alianza se le podía vencer al PRI, pues con tal de que no naufragará la alianza aceptó ir al terreno de Martha y ceder al chantaje. La precampaña de Guadalupe fue muy buena y alcanzó a cerrar mucho la contienda, pero cuando esta se malogró simplemente no supo qué hacer y en lugar de dar certeza, compartió sus titubeos a la sociedad. La carga del rompimiento de la coalición lo persiguió y, en efecto, terminó pagando los costos. En lugar de proyectar a los ciudadanos el mensaje de que iba con todo, se puso a hablar de eventuales declinaciones a partir de una segunda encuesta a finales de mayo que su contraparte nunca se molestó en aceptar, pues ella no cometió el error de poner en duda que llegaría hasta el final. Incluso no descartó considerar la posibilidad de ayudar a la elección estelar del Estado de México con un intercambio de declinaciones cuando le preguntaron si estaría dispuesto a hacerlo, a pesar de lo terrible que hubiera sido para Nayarit que regresará la familia Echevarría al gobierno y, más aun, mediante una prestanombres que no decidiría las políticas públicas porque, entre otras cosas, no las entiende.

Es necesario, para que el balance sea completo, mencionar la inequidad que la incipiente democracia mexicana no ha eliminado, los vicios que se han generado en la sociedad ante la existencia de mucho dinero circulante en épocas electorales –verdaderos líderes mercenarios que juegan con dos o tres partidos-, la caída natural del tercio más pequeño ante la polarización electoral y otros factores, pero, sin duda, el factor fundamental que determinó el resultado fue el mismo que en el Estado de México: la caída de la alianza.

Hubo algunos errores de la campaña de Naranjo que no se deben omitir, como la excesiva concentración de las decisiones y la deficiente división del trabajo, la realización de una campaña voluble que mandaba mensajes muy distintos sin una imagen consistente, la coexistencia de estrategias diferentes que, por lo mismo, ninguna cuajaba. Y es que, como ya lo mencioné, Naranjo no estaba preparado para el escenario de la no alianza. Pero no pienso que haya sido error su negativa a declinar a favor de la candidata del PAN. La razón es que sólo hay una cosa peor para Nayarit que la continuidad del mal gobierno del PRI, y esa es que, por lo aquí expuesto, fuera gobernado –es un decir- por Martha Elena García de Echevarría.

sábado, 9 de julio de 2011

El Gladiador Adolfo Sánchez Vázquez

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Como un homenaje a mi querido Maestro, comparto el texto que leí en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras con motivo de la celebración por los 90 años de vida de Don Adolfo Sánchez Vázquez, el 18 de octubre de 2005

Pulsos deshabitados: aquí tenéis
mi pulso ardiendo
Adolfo Sánchez Vázquez 1935-1936

Justo y pertinente resulta el Homenaje que la Facultad de Filosofía y Letras organiza a Adolfo Sánchez Vázquez. Lo primero no sólo por el motivo explícito del mismo, la conmemoración de sus 90 años de vida, sino también porque en nuestra escuela se ha forjado el pensamiento filosófico de este hombre que ha dejado una impronta profunda e indeleble en y más allá de sus aulas. Lo segundo, su pertinencia, porque se trata de un pensamiento vivo y palpitante, cuyo dinamismo le ha permitido resistir y contraatacar, persistir y corregirse, ponerse al día y adelantarse al futuro en circunstancias por demás adversas. Mis felicitaciones, pues, al Dr. Ambrosio Velasco por este acierto y mi agradecimiento por su gentil invitación a participar en el presente reconocimiento a la vida y obra de mi querido y admirado maestro.

Ingresé a la facultad cuando los ladrillos del Muro de Berlín caían despedazados al suelo para luego ser llevados a todos los confines de La Tierra como souvenirs. Un acontecimiento del que todos, actores y espectadores, eran concientes, sino de sus alcances sí de que tendría una enorme significación histórica –Sánchez Vázquez calificaría el hecho unos años más tarde como “el fin del siglo XX” (1). Poco después terminaría la indecisión e impotencia de Gorvachov de la única manera posible: con su salida del poder. La otrora poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se desintegraría entregándose, cada una de sus partes, al más salvaje capitalismo. Eran tiempos de confusión y sentimientos encontrados. El ocaso de unos regímenes tiránicos, pero que dejaban el campo libre al capitalismo injusto y depredador; el fin de la Guerra Fría, pero el advenimiento del mundo unipolar; el júbilo de millones de personas que esperaban mejores condiciones de vida y mayores libertades, pero la pulverización de un empresa titánica que, en sus inicios, se inspiró en los más altos valores humanos y que, al margen de su perversión, movió a muchos hombres y mujeres a dar su vida por ella. Estábamos ante hechos de consecuencias aún inciertas debido al inesperado y vertiginoso desenlace que de golpe estaba cambiando dramáticamente la geopolítica de la posguerra.

En esas circunstancias, preguntas obligadas flotaban en el ambiente intelectual del mundo y, por lo mismo, también de nuestra facultad: ¿Por qué se vinieron abajo los regímenes del, por ellos mismos llamado, “socialismo real”? ¿Terminó la viabilidad de un sistema social específico o es el fin de toda posibilidad de emancipación? ¿Hay que aceptar el triunfo del capitalismo como un hecho incuestionable e irreversible? ¿Se puede aún sostener la vigencia del pensamiento de Marx como instrumento para la acción política liberadora? ¿Vale la pena seguir luchando por un cambio radical en la sociedad? Interrogantes que por su trascendencia nos interpelaban a todos; pero si alguien estaba obligado a hacerles frente en estas aulas era el reconocido y prominente marxista, Adolfo Sánchez Vázquez, quien además de tener toda su vida sosteniendo la necesidad humana del socialismo llevaba tiempo ocupándose del tema de la naturaleza de esas sociedades. Sus respuestas y la manera en que las dio me impresionaron.

No encontré a un hombre a la defensiva, atrincherado en verdades decimonónicas,repitiendo dogmas y consignas a falta de argumentos y negando la realidad; tampoco al capitán del barco que ante el naufragio está dispuesto a hundirse con su nave como una última y patética muestra de martirologio militante; ni al Pilatos que se lava las manos y se preocupa más por los deslindes que por enfrentar la grave situación; mucho menos al acróbata que realiza saltos mortales para acomodarse en el lado opuesto de la barricada cuando todo lo ve perdido. Lo que vi fue a un gladiador que con inteligencia, rigor, conocimiento, audacia, seguridad y respeto por las reglas del combate blandía sus ideas con fuerza y precisión. Desde un marxismo abierto, crítico, sin condescendencias, con la autoridad moral de llevar muchos años cuestionando, y más de una década denunciando, a ese sistema que en nombre del socialismo negaba los valores de libertad, justicia y democracia que lo inspiraron, Sánchez Vázquez sorteaba la acometida, manteniendo a salvo la posibilidad de realización, en otras condiciones, de la utopía socialista, concepto, por cierto, revalorado por él mismo. Todo ello sin minimizar el golpe recibido y las funestas consecuencias que necesariamente alejaban por un tiempo tal posibilidad. Mi maestro, nuestro maestro, le aguanta la mirada a la realidad y no se engaña con ella por más dura y difícil que se le presente.

Ahora bien, si yo cometiera el imperdonable error lógico, el mismo que identifica Sánchez Vázquez en Lenin cuando éste universalizó su experiencia organizativa del Partido Bolchevique (2), y generalizará esa imagen de gladiador que tuve del maestro en los momentos próximos al derrumbe del “socialismo real” y la llevara al conjunto de su obra, e incluso, lo que ya no sería un error sino un sacrilegio en esta facultad, me siguiera de frente y lo extrapolara a su vida y dijera que estamos en el homenaje del gladiador Adolfo Sánchez Vázquez, quizá mi afirmación no se aleje mucho de la realidad. Nuestro filósofo siempre combate, así sea fraternalmente, pero combate. La polémica es parte consustancial de su obra, es la preocupación que lo ocupa y motiva, es, en buena medida, lo que le da sentido a sus escritos, conferencias, participaciones, discursos y clases.

De manera explícita o implícita, directa o indirecta, siempre está presente la otra u otras posiciones. Enfrente puede estar una teoría o una ideología, un amigo o un adversario, una orientación política o una tendencia artística; lo mismo se enfrenta a ideologías conservadoras como aquellas que pugnan por la “neutralidad ideológica”, la naturaleza humana egoísta o que celebran entierros sin los cadáveres de la utopía, la Historia o la misma ideología, o bien a ideologías que se mueven dentro de un pretendido marxismo pero que su sustento teórico es burdo y dogmático, como el “marxismo-leninismo”, que a filosofías consolidadas de dentro, de los linderos o de fuera del campo marxista. Puede polemizar con importantes filósofos o teóricos como Heidegger, Habermas, Marcuse, Nietzsche, Sartre, Adorno, Althusser, Lukács, Gramsci, Lenin, Luxemburgo, Kosik, Trotsky, Korsch, Bell, Mariategui, Bobbio, Weber, Foucoult, Lyotard, Vattimo, Villoro, Feuerbach, Kant e incluso Engels y Marx, o bien con personalidades inefables como Francis Fukuyama. Es verdad que no pelea a muerte, que habitualmente lo hace de manera fraternal y que, sin ser condescendiente con nada ni con nadie, sabe reconocer la razón en el otro y practica la auténtica tolerancia, aquella que él recuerda sostenida por el jurista español Francisco Tomás y Valiente: “Tal vez la tolerancia en nuestro tiempo –decía el jurista– haya de ser entendida como el respeto entre hombres igualmente libres... Así concebida, como respeto recíproco entre hombres iguales en derechos y libertades, pero que no se gustan, bienvenida esta forma de tolerancia” (3). La filosa espada de la crítica sanchezvazqueana deja siempre intacta la dignidad del adversario.

Como todo buen gladiador, Sánchez Vázquez tiene peleas memorables. Una de ellas es la efectuada en su examen profesional de grado de doctor que tuvo con la tesis llamada “Sobre la Praxis”, base de su libro fundamental Filosofía de la praxis, el cual no sólo rompió record de tiempo sino que, según sus propias palabras, se convirtió en “una verdadera batalla campal de ideas” con los sinodales José Gaos, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Elí de Gortari y Wenceslao Roces. También lo fue aquella que dio en el Encuentro Vuelta a principios de septiembre de 1990, cuando nuestro filósofo aguó la fiesta fúnebre que del socialismo había preparado la revista del mismo nombre con la participación de intelectuales renombrados a nivel internacional. Sánchez Vázquez alzó su voz solitaria para sostener que eso era un falacia, que lo que cayó era el “socialismo real” y no el auténtico socialismo, que éste sigue siendo posible, pero que tendría que darse en condiciones muy diferentes a las de la Rusia zarista, y el cuál sería más democrático que cualquier sociedad dentro del capitalismo, al que, por cierto, se pretendía absolver de sus males y se le estaba embelleciendo de manera inaceptable, y que el pensamiento de Marx, no obstante lo que debía revisarse de él, seguía siendo vigente. Según cuentan las crónicas, su intervención propició un espontáneo aplauso de los periodistas en la sala de prensa, exactamente igual que como sucedió frente al televisor en el que observé tan afortunada y anticlimática participación. Octavio Paz ya no le quiso dar la palabra, pero ni falta hacía: “el muerto” todavía se movía (4).

Una pelea cercana a la epopeya fue la que protagonizó en el Auditorio “Che Guevara”, hoy lamentablemente privatizado, con el Consejo General de Huelga en agosto de 1999, en compañía de Luis Villoro, Alfredo López Austin y Manuel Peimbert, con objeto de defender la propuesta que habían hecho para romper el estancamiento de una huelga que no tenía visos de solución y abrir el proceso de transformación universitaria a la participación de toda la comunidad. El ambiente era de crispada polarización. Así lo contó en su crónica Herman Bellinghausen:
"Pareció que el aplauso en memoria de La Tita Avendaño, un largo minuto en el Che Guevara repleto, de pie y a manos llenas, se llevaría la tarde. Pero no. El momento más poderoso de la sesión lo originó una persona viva: Adolfo Sánchez Vázquez. No fue por su condición de hombre mayor, ni por la trayectoria intelectual que lo honra. Ni porque es de izquierda, ni porque es profesor emérito. Pero con todo esto junto, Sánchez Vázquez fue quien llegó más lejos de entre las decenas de oradores que durante seis horas hablaron sin parar (y sin ser interrumpidos nunca, verdadera novedad en un acto convocado por el siempre rijoso Consejo General de Huelga).
Fue el más provocador de todos. El más inquietante: ‘Comprendo que haya grupos dentro del movimiento que consideran que la única fuerza que podemos imponer es la huelga’. Mantener la Universidad cerrada como único recurso para transformarla, dijo, ‘implica una cierta desconfianza en nuestras propias fuerzas para conseguir lo que queremos’. Llevaba rato calentando al auditorio con sus intervenciones, pero en ese momento estalló el aplauso más largo y abundante, con bravos y gente progresivamente de pie y al final un Goya general y Luis Villoro con el puño en alto..."(5)

¿Por qué pelea nuestro gladiador? A diferencia de aquellos que peleaban en el Circo Romano, Sánchez Vázquez tiene una causa que lo impele a ir una y otra vez a dar la batalla. Si las peleas de Espartaco en el circo hubieran podido contribuir en algo a su libertad y a la de sus compañeros, así como en detener la expansión del poderío romano, seguramente ahí hubiera continuado peleando. Pues precisamente porque para Sánchez Vázquez el resultado de cada disputa intelectual que da trasciende la arena puramente teórica y se inserta en el proceso de transformación del mundo –que es, como todos sabemos, su pasión vital, convicción intelectual, compromiso político y obligación moral– es que no baja la guardia y siempre está listo para el siguiente combate.

Para entender mejor esa necesidad polémica puesta al servicio de la transformación humana, permítaseme hacer una exposición, aunque sea sintética y esquemática. La vinculación conciente e intencional de la teoría y la práctica para que la filosofía deje de limitarse a interpretar el mundo y sirva efectivamente para transformarlo es el fin de la Filosofía de la praxis, que como filosofía está en el ámbito de la teoría y que, por tanto, para realizar ese objetivo requiere de mediaciones con los agentes de ese cambio, es decir, con los hombres que, gracias a la teoría, deben tener un conocimiento racional de las condiciones objetivas en las que se encuentran y, por tanto, de las posibilidades de realización concreta de la transformación propuesta y de los medios que necesitan para llevarla a cabo. Esto significa que la praxis, además de vincular teoría y práctica, también vincula objetividad –condiciones materiales para el cambio– con subjetividad –convencimiento de la posibilidad y deseabilidad de ese cambio– así como ciencia –conocimiento de la realidad a transformar– con ideología –valoración negativa del presente y valoración positiva del futuro propuesto y posible. Lo que aquí no cabe es cualquier tipo de fatalidad en el curso de la Historia. Ni el advenimiento del socialismo está garantizado como tampoco lo está su imposibilidad. Depende de lo qué se haga, de cómo se haga, de quiénes lo hagan y de las condiciones en las que se haga. Por eso Sánchez Vázquez coloca a la vinculación con la práctica como el gozne entre los aspectos fundamentales del marxismo como Filosofía de la praxis –crítica de lo existente, proyecto de emancipación y conocimiento de la realidad–, formando los cuatro una unidad indisoluble, y por eso es que el debate teórico es fundamental para la praxis revolucionaria, máxime cuando dicha praxis actúa con un grado alto de imprevisibilidad, unicidad e irrepetibilidad en el proceso y el resultado, es decir, sin recetas, dogmas ni paradigmas; hay que crear, lo cual significa también crearse. (6)

Este proceso no se cierra. La retroalimentación entre teoría y práctica es permanente: “...la práctica no sólo opera como criterio de validez de la teoría, sino como fundamento de ella, ya que permite superar sus limitaciones anteriores mediante su enriquecimiento con nuevos aspectos y soluciones” (7). La praxis, entonces, además de guiar la acción política se convierte en una vacuna contra el dogmatismo al establecer un método que, en palabras del doctor, “le toma el pulso a la realidad”. Ese es el criterio con el que aplica los dos principios de Marx: “dudar de todo” y “criticar todo lo existente”; criterio, por cierto, que incluye al propio Marx y a sí mismo. Por ello este gladiador es ágil, no se atrinchera en posiciones indefendibles y sus movimientos los hace con pasos firmes y medidos. Sánchez Vázquez cambia, pero no improvisa. Su dinamismo es reflejo del dinamismo de las circunstancias y consecuencia del ejercicio de su crítica. Finalmente, cambia para persistir en lo fundamental: el compromiso teórico-práctico con la emancipación y desenajenación humanas.

La creciente “heterodoxia” de Sánchez Vázquez frente a la ideología oficial barruntada de conceptos filosóficos en el tristemente celebre Diamat fue resultado de un proceso necesario. Sin duda, jugaron un papel importante diversas causas que él mismo nos cuenta: el jóven Marx que lo despertó de su sueño dogmático con la lectura de los Manuscritos de 1844, las revelaciones del XX Congreso del PCUS, la revolución cubana y la intervención violenta del Pacto de Varsovia contra la Primavera de Praga (8) . Pero todo ello por sí solo no explica totalmente esa transformación. Ahí hay un espíritu abierto, un hombre de ideas y debate que le quedaba estrecha la teoría de manual sostenida por consigna y una fuerza moral que lo ha llevado a responder a los requerimientos de su propio raciocinio por encima del cálculo interesado o del temor al anatema tan socorrido por los perros guardianes de la ortodoxia. Por eso su paso de la literatura a la filosofía y por eso es que no se detuvo con su contribución a la renovación del marxismo con su Filosofía de la praxis y ha seguido y seguirá revisando lo que su crítica, en contraste cotidiano con la realidad, vuelva insostenible y también lo que, en cambio, integre y asuma por considerarlo valioso para fortalecer la posibilidad efectiva de esa sociedad superior que se puede llamar o no socialismo.

Sánchez Vázquez esta abierto a los cambios de su tiempo, a las nuevas luchas sociales, étnicas, sexuales, ecologistas, así como a las críticas afines o adversas que se hagan a Marx y al marxismo que representa, aunque esto lo lleve al filo de lo que podríamos llamar la emancipación posmarxista. Es un gladiador que sabe mejorar sus armas incluso con las de los enemigos y tirar las que ya no sirven, pues de lo que se trata es de transformar al mundo, no de defender estatuas ni prender inciensos ni cuidarse de hacer sacrilegios:
"Contribuir a fundar, esclarecer y guiar la realización de ese proyecto de emancipación que, en las condiciones posmodernas, sigue siendo el socialismo –un socialismo si se quiere posmoderno– sólo puede hacerse en la medida en que la teoría de la realidad que hay que transformar y de las posibilidades y medios para transformarla, esté atenta a los latidos de la realidad y se libere de las concepciones teleológicas, progresivas, productivistas y eurocentristas de la modernidad, que llegaron incluso a impregnar el pensamiento de Marx y que se han prolongado hasta nuestro tiempo. Lo cual significa a su vez que no hay que echar en saco roto las críticas de la modernidad después de Marx ni lo que la crítica posmodernista aporta –sin proponérselo– a esa emancipación" (9).

Un punto fundamental en la aportación de Sánchez Vázquez al marxismo es la revaloración positiva de la utopía como la proyección a un futuro que no existe, pero que es posible y deseable su realización, el cual se distingue del que resulta irrealizable y que, por tanto, es utópico en sentido negativo. Nuestro gladiador no sólo pelea contra el presente sino que lucha por un futuro más valioso. Esto contrasta con Marx en la parquedad de éste en describir la sociedad alternativa, lo que es lógico si se tiene presente la necesidad que tenía de distinguirse de los socialistas utópicos, así bautizados despectivamente por él y Engels.

Entiendo esta revalorización sanchezvazqueana como una consecuencia de la renovación teórica del marxismo que, entre otros, él ha llevado a cabo. Si la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas –tal como lo indica la cita archiconocida de Marx–, las cuales ya no favorecen a la primacía de la clase obrera en la praxis revolucionaria y ahora los agentes del cambio histórico son muy diversos y heterogéneos y, por otra parte, la contradicción entre medios y relaciones de producción no ha significado el estancamiento de la fuerzas productivas en el capitalismo, entonces la transformación radical de la sociedad requiere del convencimiento de la mayoría de los hombres de que vale la pena hacer realidad esa alternativa social a partir de su viabilidad práctica y superioridad moral que tiene con respecto al presente, en lugar de depender de la generación de conciencia de clase en el proletariado. En ese sentido, la imagen de ese socialismo hoy utópico es indispensable, máxime cuando se tiene como referencia a su negación, lo que fue el “socialismo real”.

Por lo anterior, interpreto, Sánchez Vázquez nos muestra lo que sería esa sociedad futura si la unión de personas, grupos y clases hacen una mayoría conciente que decide convertirla en fin de su praxis creativa, reflexiva y colectivamente intencional: “el reino de la libertad” del que hablaba Marx, la sociedad libre para cada uno de sus miembros, radicalmente democrática, plural y diversa, promotora de la creatividad humana. Una sociedad por la que, teórica y prácticamente, vale la pena pelear (10)

Y eso es lo que ha hecho precisamente Adolfo Sánchez Vázquez desde antes de leer la tesis XI sobre Feuerbach: pensar y actuar para transformar el mundo. Por eso hoy rendimos homenaje no sólo a una prolija obra de calidad y consistencia sino también al hombre que además de hacerla posible ha unido su pasión vital a ella; que además de defender sus ideas se ha comprometido con la realización de las mismas; que además de sortear vendavales personales, políticos, ideológicos y filosóficos sigue apostando al futuro. En los primeros años del exilio dedicó su libro de poemas, El pulso ardiendo, escrito poco antes de estallar la guerra y publicado en México, “…al pueblo a quien debo el tesoro que más aprecio: una salida a la angustia y la desesperanza”. ¿Y qué ha sido su vida y obra sino un constante crear y compartir ese tesoro?

No puedo pensar en Adolfo Sánchez Vázquez sin su drama vital, sin el exilio al que fue condenado por los emisarios de la muerte y agravado por la indolencia y pusilanimidad de las democracias occidentales que se desentendieron de la suerte de la República Española, ofreciendo, como único refugio, los campos de concentración en la Francia del Frente Popular. México y Lázaro Cárdenas representaron en ese momento los mejores y más humanos valores al invitar y recibir a los exiliados españoles. El dirigente juvenil, poeta, político, combatiente y editor de periódicos Adolfo Sánchez Vázquez vivió, como la inmensa mayoría de ellos, incluyendo a su esposa y compañera, también refugiada, Aurora Rebolledo, el dolor de la patria ida y en manos de tiranos, el desgarrón, como él mismo dice, de estar allá y acá y la contradicción de vivir un exilio sin fin aún cuando hubiera llegado el fin del exilio. Pero en ese momento descubre, con esa puerta a la angustia y la desesperanza que siempre carga que “…lo decisivo es ser fiel –aquí o allí– a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar –acá o allá– sino como se está” (11).

Es verdad que aunque el mundo por el que ha peleado con tanto ahínco Adolfo Sánchez Vázquez es necesario y deseable, su realización se ve lejana. Sin embargo, la historia nos recuerda que todo es temporal, que la brega constante trae sus frutos y sus victorias parciales, que puede cambiar la dirección del viento y traer tiempos mejores, donde el socialismo vuelva a ser una posibilidad entre otras. Por lo pronto, tiene un éxito innegable: buscando transformar al mundo ya nos ha transformado a muchos. ¡Felicidades, pues, maestro, que sigue siendo un gladiador con la espada desenvainada… y el pulso ardiendo !

1. Adolfo Sánchez Vázquez, “Más allá del derrumbe”, tomado de Entre la realidad y la Utopía, FCE, UNAM, 1999, p. 247.
2. Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis, Siglo XXI, 2003, Cap. 8, “Conciencia de clase, organización y praxis”, pp. 370-396.
3. Adolfo Sánchez Vázquez, “Anverso y reverso de la tolerancia”, tomado de Entre la realidad…Op.cit. p. 117.
4. Adolfo Sánchez Vázquez, “Por qué vive y se necesita el socialismo”. Intervenciones en el Encuentro Vuelta, tomado de El valor del socialismo, Itaca 2000.
5. La Jornada, Crónica de Hermann Bellinghausen, 11 de agosto de 1999.
6. Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía de la Praxis…Op.cit. pp 286-318.
7. Ibid, p. 301.
8. Adolfo Sánchez Vázquez, “Vida y Filosofía”, tomado de A tiempo y destiempo, FCE, 2003, p. 38.
9. Adolfo Sánchez Vázquez, “Radiografía del Posmodernismo”, tomado de Filosofía y Circunstancias, Anthropos, UNAM, 1997, p. 329.
10. Ver Adolfo Sánchez Vázquez, “Ideal socialista y socialismo real”, “¿Vale la pena el socialismo?”, “La utopía de Don Quijote”, “La utopía del ‘fin de la utopía’” y “Una utopía para el siglo XXI” Tomados de A tiempo…Op cit y Entre la realidad…Op cit.
11. Adolfo Sánchez Vázquez, Exilio sin fin y fin del exilio, (el subrayado es del autor), Grijalbo 1997, pp. 35-38.

miércoles, 6 de julio de 2011

LOS COSTOS DE LA DERROTA

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

El tamaño (de la ventaja) sí importa. Desde que se frustró la alianza del PRD y el PAN en el Estado de México, sólo desde los autos de fe del voluntarismo existió competitividad en la elección. “La unidad de las izquierdas”, sin duda importante y construida alrededor de un buen candidato que se lució en los debates y las entrevistas, resultó ser a todas luces insuficiente para amenazar la permanencia del PRI en el gobierno de aquel estado; pero el escenario con una diferencia tan grande no lo tenía contemplado el constructor de esa política que se centró en reventar la alianza con el panismo y conformar el mismo bloque con el que compitió en el 2006. Andrés Manuel López Obrador aspiraba a que se prefigurara desde ahora la polarización entre Peña Nieto y él, con el Partido Acción Nacional notablemente disminuido. Sin embargo, al ser más de 40 puntos porcentuales la distancia entre su candidato y el vencedor, el tiro le salió por la culata –cuando la diferencia es 3 a 1 no hay dos polos.

Por eso es que a pesar de que vimos al tabasqueño estirar la cuerda al máximo para que en el Estado de México no se diera la alianza izquierda-derecha que tan buenos resultados dio en 2010 e impulsar en su lugar un “bloque de izquierdas” que “no necesitaba al PAN para ganar” y convencer al candidato que en un primer momento había manifestado que no lo sería, ahora intenta un imposible deslinde de la suerte obtenida por Alejandro Encinas en la elección. La estrategia, tal y como quedó plenamente documentado frente a la opinión pública, fue diseñada, exigida y (casi) impuesta por Andrés Manuel. Pero lo importante no es señalarlo y hacerle pagar sus culpas sino que se asuman los errores cometidos para poder rectificar.

Ahora surge de manera natural una pregunta a la cual AMLO no puede eludir: A la luz de los resultados –siempre señaló que el Estado de México era el ensayo general de la elección presidencial-, ¿cómo espera ganarle a Enrique Peña Nieto, a quién siempre señaló como el verdadero contrincante? Y es que la respuesta es obvia. Haciendo lo mismo, no hay manera y, el problema para López Obrador es que está casado con esa estrategia electoral tanto como lo está Felipe Calderón con la que se lleva a cabo contra el crimen organizado. Por ello, si 40 mil muertos no han logrado modificar esta última, tampoco parece que 40 puntos de diferencia sean suficientes para que AMLO cambie su discurso y su política de alianzas.

Un poco en su descargo diré que López Obrador esperaba un escenario esencialmente diferente, pero para que se diera necesitaba de la colaboración involuntaria de sus adversarios, misma que nunca llegó. Cuando amenazaba con presentar a Yeidckol Polevnsky como candidata del PT y Convergencia en caso de que hubiera alianza del PRD con el PAN, aseguraba que iba a estar todos los días de la campaña recorriendo el Estado de México. Su apuesta era convertirse en el candidato virtual de la izquierda. Para hacerlo, tenía que convertirse en el protagonista de la elección, tal y como aconteció en Iztapalapa 2009. Tengo la convicción que el escenario con el que realmente contaba era el del rechazo al registro de Alejandro Encinas. La descalificación de su sustituto en la jefatura de Gobierno le habría permitido crecer con el conflicto, aprovechándose de la victimización, como tantas veces lo ha sabido hacer con éxito. No olvidemos que Yeidckol pidió licencia en el Senado a tiempo para entrar al quite como candidata de remplazo en el caso de que fuera requerida. Estaba lista para ser la Juanita de la historia. Si le quitaban a Encinas la candidatura, la responsabilidad de la derrota caería “en la mafia del poder”, el agravio hubiera llegado hasta la elección del 2012 como combustible de polarización y AMLO hubiera tenido una precampaña inmejorable, con todos los reflectores encima, y la candidatura presidencial en la bolsa.

Pero sus adversarios no comieron el anzuelo -AMLO se ha convertido en el político más predecible del país- y a pesar de la tentación no le dieron el gusto de irse a fondo a impugnar la residencia de Alejandro; el IEEM, instancia controlada por Peña Nieto, lo dejó pasar sin problemas. La elección fue la crónica de una derrota tan anunciada como el conflicto que se habría desatado si le negaban o cancelaban el registro de Encinas, mismo que nadie quiso comprar. Eso explica por qué Andrés Manuel, sabiendo lo que vendría -aunque no su magnitud- decidió tomar distancia, abandonar la entidad mexiquense y sólo acudir a dos eventos, el primero y el último, de su candidato, no obstante su compromiso previo de estar de manera permanente en la campaña.

Algunos neófitos, o que fingen serlo, suman los votos del PRD y del PAN para asegurar que la alianza no habría tenido ninguna posibilidad de ganar en el Estado de México- En realidad, de haberse concretado habría sido otra elección. Todas las alianzas en el 2010 obtuvieron mucho más votos que la adición de los sufragios emitidos por los partidos coaligados por separado en el 2009. Éstas potenciaron, multiplicaron los votos. Al volverse una elección competida, el abstencionismo habría sido mucho menor y se habría configurado un “tete a tete” entre Encinas –su primera posición fue aceptar encabezar la alianza si una consulta así lo determinaba- y Eruviel, escenario muy propicio para el primero. Alejandro pudo ser gobernador mexiquense, pero prefirió sacrificarse por una estrategia que, a pesar de su buen desempeño en la campaña, resultó desastrosa y que lejos de impulsar la candidatura de AMLO al 2012, la pone seriamente en entredicho, al menos para el sentido común. Repitiendo el esquema del 2006, con los mismos partidos y contando con todo el respaldo del obradorismo, organizado en Morena, y de su líder, Encinas obtuvo más de un millón y medio de votos menos que López Obrador en la elección presidencial, es decir, se perdieron casi las dos terceras partes de la votación de aquel entonces.

La estrategia fallida de López Obrador en el Estado de México no exime de sus errores y fallas al PAN, no sólo en esa entidad. Nayarit es un estado que en alianza se hubiera podido ganar tranquilamente, pero el sueño guajiro de Molinar Horcasitas de repetir ahí la historia de Baja California Sur convenció a Madero de romper la coalición y desconocer los acuerdos de la anterior dirección nacional panista. Mal cálculo que, por supuesto, no borra los graves errores estratégicos que también cometió el PRD en esa entidad. Pero esa es otra historia que dará pie a otro artículo. Lo fundamental para efectos del presente texto es establecer que en este caso la derrota también se debió a la no utilización de la estrategia que dio resultados en el 2010 y que, dada la situación, es la única con posibilidades de hacer competitivas las elecciones en donde gobierna el PRI.

Por más que se quiera eludir, hay un costo ineludible de la derrota de 40 puntos en el Estado de México. Ha quedado de manifiesto que si en la elección presidencial se repite el mismo esquema no habrá posibilidades de vencer al PRI. Es cierto que los triunfos priístas en 1999 y 2005 no evitaron la derrota de ese partido en el 2000 y el 2006, pero ahora no hay “efecto Fox” ni “efecto AMLO” de aquellos años. Ahora es priísta, Enrique Peña Nieto, el que trae ventaja en la popularidad. Cambiar la historia que hoy parece inevitable implica no sólo cambiar la estrategia que no funcionó, pues rebasa, en mi opinión, a lo que ocurra en el campo de los partidos. Sólo si irrumpe la sociedad en el proceso puede enfrentarse con seriedad a la inminencia del triunfo de la restauración e impulsar en su lugar una opción comprometida con la transición que la alternancia nos quedó a deber. Cómo puede darse ese fenómeno es lo que hoy nos debe hacer reflexionar.