jueves, 24 de marzo de 2011

ZAMBRANO, PADIERNA Y LAS ALIANZAS

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

El antecedente es referencia obligada. Hace tres años tuvieron que pasar ocho meses y una crisis traumática antes de tener certeza sobre la elección de los dirigentes del PRD. Ahora, en menos de 48 hrs. se obtuvo un resultado claro e incontrovertible y se evitó la tan anunciada ruptura. Por ello, a pesar del show mediático de una Secretaria General confrontada con el Presidente, la verdad es que los costos resultaron ser mucho menores de los que se pronosticaban y se salvó un evento ineludible que representaba inminentes peligros, los cuales fueron, al menos de momento, conjurados. Jesús Zambrano tendrá la responsabilidad de conducir las elecciones del 2012 y, antes de ella, comicios locales de gran trascendencia, entre ellos, por supuesto, los del Estado de México, entidad en la que la alianza con el PAN se convirtió, para Andrés Manuel López Obrador, en punto de definición de la candidatura presidencial de la izquierda, lo cual explica la beligerancia de Dolores Padierna para tratar de impedirla; algo que, por cierto, la rebasa y que, además, permite vislumbrar con claridad la quinta esencia del actuar obradorista: simulación.

No hay alianza que haya sido suscrita con el PAN y que no haya sido avalada con el voto favorable de Dolores Padierna –tanto Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Durango e Hidalgo en 2010, como Nayarit y Coahuila en 2011- lo cual no ha obstado para que ésta declare que la “línea política” del Congreso perredista de 2009 prohíbe las alianzas con el PAN, algo que podría tomarse como confesión de parte, pues si eso fuera cierto todas habrían sido ilegales, con independencia de que hayan sido aprobadas o no en el Consejo Nacional o en el Comité Político. Pero eso es falso. En dicho Congreso se acordó trasladar la discusión sobre su pertinencia, caso por caso, a los otros órganos de dirección y, por esa razón, fue votado por unanimidad. Así lo entendieron los medios en sus notas de aquel entonces y eso explica que el texto sea contradictorio e incluso esquizofrénico, pues el consenso se construyó pegando párrafos de documentos muy disímbolos.

Llama la atención que Andrés Manuel López Obrador, sin haber acudido al Congreso, haya repetido la especie de que en ese evento se prohibieron las alianzas y tomado la bandera de la legalidad para justificar su petición de “licencia”, no sólo porque, como vimos, no hay tal sino porque no hay nada más ilegal que haber apoyado candidatos de otros partidos. Pero la simulación es su escuela. Así como en el 2006 El Peje llamaba en las plazas al recuento “voto por voto y casilla por casilla”, pero en su recurso al TEPJF se le olvidó demandar la reapertura de más de 50 mil urnas, así también se opuso públicamente a la alianza en Oaxaca, pero la permitió y hasta dejó que el PT se incorporara. No es casualidad sino “modus operandi” que se explica por una forma de entender la política. Vemos como sigue persiguiendo herejes en el seno de la izquierda y denostando a los moderados al tiempo en que en sus reuniones con empresarios y en su “Proyecto alternativo de Nación” recién presentado se esmera en hacer gala de moderación. Su problema es que el doble discurso, más allá de su grey que lo sigue con devoción y sin distancia crítica, le resta credibilidad.

Jesús Zambrano tiene una tarea complicada, pues, por lo que se ve, todo el peso de la institucionalidad recaerá bajos sus hombros y tendrá frente así a una Secretaria General facciosa, muy preocupada por mandarle mensajes de incondicionalidad a AMLO a través de los medios. Por eso hizo muy bien Zambrano en comprometerse en ser imparcial en la elección del candidato del PRD en 2012 y llamar a la unidad con base en el diálogo y respeto a la legalidad y a las decisiones mayoritarias de los órganos de dirección. En ese sentido, sabe que el PRD está obligado a asumir los resultados de la consulta del domingo 27 de marzo en el Estado de México. Los mexiquenses en las urnas decidirán si en ese estado emblemático habrá alianza o no.

El nuevo presidente del PRD tiene mucha experiencia y tiene el carácter para no someterse a los poderes fácticos perredistas. Ese es un punto fundamental. La dirección real del partido no recayó en ninguna de sus fuertes figuras y eso ayudará a la democracia interna y a la necesaria y sana autonomía que permitan efectivamente no cargar los dados en la candidatura presidencial ni reproducir al priísmo en su interior. El colectivo no se sometió, en esta ocasión, a las voluntades supremas.

Es indudable que Zambrano hubiera logrado mayor gobernabilidad y un equipo más eficaz y constructivo si el Secretario General fuera Armando Ríos Pitter, figura fresca y dinámica que además le habría redituado al PRD en imagen y ayudado al necesario relevo generacional. Pero Marcelo Ebrard prefirió no tomar partido frente al obradorismo, lo cual si bien le ayuda a mantenerse como un factor de unidad, quizás luego se dé cuenta de que desperdició una importante posibilidad de darle un rumbo cierto al PRD alrededor de una estrategia que comparte con los llamados “chuchos” por posponer definiciones que más temprano que tarde deberá tomar. En efecto, acarició la idea de aprovechar la polarización para quedarse con la presidencia, pero eso no debe espantar a nadie; la política es también tratar de aprovechar las oportunidades aunque, en este caso, haya medido mal.

Pero frente a las simulaciones que se extienden, se cayó una. La solicitud de reafiliación de René Bejarano mostró a la luz del día lo que todos sabíamos y que él mismo confirmo: nunca se había ido. De hecho, nunca dejó de ser el operador más importante de AMLO en el PRD a pesar de que no estuviera formalmente inscrito. Eso se debió a que mantuvo su liderazgo al frente de la corriente Izquierda Democrática Nacional que sólo nominalmente dirige su esposa. Por cierto, la intención de Bejarano de ser de nuevo perredista debe pasar, tal y como lo marcan los Estatutos, por la decisión de los órganos de dirección nacional. Y no está demás recordar que el mismo Bejarano en un mitin, después de los triunfos aliancistas del 2010, anunció su apoyo a la alianza con el PAN en el Estado de México. Esa misma tarde, AMLO contesto desde una radiodifusora en Chiapas: eso sería “traición”. Así por las buenas, “el Profesor” rectificó de inmediato. Donde manda capitán…

miércoles, 9 de marzo de 2011

ALIANZAS PARA PRINCIPIANTES

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Es más fácil cambiar las leyes que las mentalidades. Diseñar una democracia, convencerse de sus virtudes, pelear por ella y establecerla como forma de gobierno no implica, en automático, haberla conseguido. Se requieren ciudadanos que conozcan y sepan moverse con las nuevas reglas; que entiendan e interioricen los valores democráticos; que dejen atrás los atavismos y las concepciones autoritarias; que aprovechen los alcances y acepten los límites de un sistema pensado para la corresponsabilidad de los distintos. Es decir, se necesitan demócratas. Esa es la lección de la transición mexicana.

La idea de que un México democrático nacería en las urnas con elecciones confiables quedó en evidencia como una ilusión e incluso lo que se ha visto es cierto retroceso en ese rubro, pues la calidad de los comicios se ha ido degradando. Cada vez queda más constancia de que en las elecciones (casi) todo está permitido para triunfar. La batalla cultural por la democracia está lejos de ganarse en México y, lo que es peor, existen innegables riesgos de sufrir una regresión política.

En la discusión sobre las alianzas, dicho atraso en la cultura democrática también se ha manifestado. Los códigos del régimen autoritario, incluso entre no pocas personas que participaron en la lucha por la democracia, prevalecen. Muchos no han comprendido que la democracia nace como reacción contra la unilateralidad, que en ella son indispensables los acuerdos y las alianzas y que para funcionar requiere de la cooperación entre opciones diferentes y, en ocasiones, antagónicas.

Sólo si se carece de principios democráticos se puede alegar que éstos impiden a una fuerza aliarse con otra, por más distintas que éstas sean. Además resulta absurdo, pues en los diversos parlamentos del mundo -y México no es la excepción- son normales las votaciones unánimes, producto de negociaciones y acuerdos entre todos los partidos, lo cual demuestra que aun entre antípodas se pueden encontrar coincidencias para caminar juntos.

En la lógica democrática es improcedente discutir si es válido y legítimo que fuerzas opuestas se alíen. Lo que resulta pertinente y necesario es poner sobre la mesa para qué lo hacen. Y si los principios no impiden las alianzas, tampoco la ideología, pues es un hecho que se pueden encontrar puntos de coincidencia que se prioricen por encima de las diferencias. De ahí, por poner un ejemplo, la experiencia exitosa de la coalición entre socialistas y demócratas cristianos en Chile que gobernó con durante 20 años. Lo fundamental es, insisto, revisar los objetivos de cada alianza, establecer si éstos son valiosos y congruentes con lo que plantea cada una de las fuerzas coaligadas y analizar su factibilidad.

Una alianza no es un matrimonio. No es para todo, ni tampoco para siempre. Tiene un ámbito, un alcance y un tiempo determinados. Las diferencias no se borran, simplemente se le da más importancia a algunas coincidencias porque así lo demanda la circunstancia. Por supuesto, las fuerzas al aliarse deben dar a conocer públicamente sus razones y objetivos.

En la democracia ningún partido gana todo y el programa de la opción elegida para gobernar nunca se aplica al 100%, pues se debe pactar con otras fuerzas y eso supone conceder. Los grupos minoritarios deben aceptar que la mayoría decida, pero ésta debe buscar incluirlos en las decisiones y aceptar algunos de sus planteamientos. Por eso, si bien es cierto que se debe gobernar con base en un programa construido de a acuerdo a la ideología propia, eso no obsta para buscar coincidencias o para aceptar puntos distintos provenientes de otras opciones. La coalición electoral hace ese proceso más explícito y desde el principio; pero aun cuando no haya tal y ya estén constituidos los gobiernos, las alianzas siguen siendo necesarias. Y no se diga en los parlamentos, pues en la esencia de los mismos está la conciliación en la diversidad a pesar de las discrepancias. El elemento emblemático de la democracia es el voto, pero lo que la hace funcionar es el diálogo y el acuerdo.

La política debe dar resultados, de ahí que tenga una parte pragmática que no pueda soslayarse. Pero tales resultados tienen que verse a la luz de los objetivos del proyecto que se enarbola. Tanto en la oposición como en el gobierno lo que se debe buscar es aproximarse al ideal social por el cual se lucha y se justifica la actividad política que se realiza. El poder no se justifica en sí mismo sino sólo en función de lo que se hace con él. Si sirve para acercarse a los objetivos programáticos planteados, entonces se usa bien.

Por lo anterior, decir que una alianza es pragmática es como decir que el cielo es azul. Pero eso no quiere decir que se queden en eso. Tienen un rumbo y lo importante es ver que se avance en la dirección correcta. Si los habitantes mejoran de su situación anterior gracias a ellas, entonces valieron la pena.

Un error común es convertir todo en cuestión de principios. En el debate se escucha mucho que por ellos no se puede hacer alianza “con quien se robó la presidencia”. Pero si eso fuera así, ¿cuál es el valor aludido?, ¿cuál es el principio que impide un pacto como ese? A no ser que sean seguidores de la Ley del Talión, no encuentro ninguno. La venganza o ajuste de cuentas no tienen nada que ver con la ética política y la moral no tiene por hogar el hígado. Por supuesto, es natural que haya alejamiento con el que te ha agraviado, pero eso no tiene nada que ver con principios. Pero si es por bien de la sociedad, si es para evitar lo que se considera dañino para el país y con ello se puede incidir para avanzar hacia las metas programáticas, entonces vale la pena dejar a un lado las cuentas pendientes y hacer una alianza. Así lo entendieron, para usar el mismo ejemplo, en Chile. Los socialistas se aliaron con la Democracia Cristiana, partido que respaldó el criminal golpe de Estado de Pinochet. Había muchas razones para sentirse lastimados por lo ocurrido, hubo muchos asesinados y desaparecidos, pero pusieron por delante el interés nacional.

En suma, lo que debe discutirse en una alianza es su conveniencia, si es que ésta sirve para conseguir un objetivo valioso en el terreno de lo posible. Y es que para un partido siempre será mejor ganar solo y tener mejores condiciones para establecer con mayor fidelidad su programa y sus prioridades; pero cuando no aliarse significa ir a una derrota segura, entonces es simple fantasía hablar de lo bueno que sería no tener que compartir el triunfo. Así lo entendió Lula, el cual supo hacer alianzas para ganar la elección y para gobernar. Como candidato puso de compañero de fórmula a un empresario y viejo adversario suyo –en México algunos extremistas le hubieran llamado “miembro de la mafia”- y siendo Presidente hizo una declaración tan elocuente como contundente sobre la necesidad de hacer alianzas, incluso con antípodas, en un régimen democrático: “Si Jesús gobernara Brasil, tendía que hacer coalición con Judas”. Claro, Lula es un estadista y esos no se dan en maceta.

De paso…

Monopolios. Una guerra de gigantes se está llevando a cabo en las Telecomunicaciones. Empresas dominantes en su ramo han expresado abiertamente sus diferencias y, en ese choque, el Estado mexicano se muestra con instituciones débiles, rebasadas y sin la capacidad de poner orden. Ambas partes gozan de privilegios y a ambas les parecen inaceptables las ventajas del otro en su ámbito. La solución no es que un monopolio se imponga sobre el otro sino que se combatan con eficacia las prácticas monopólicas. Se deben privilegiar las necesidades de la sociedad y la salud de la república, la cual requiere que ninguna persona o corporación concentre tanto poder. En ese sentido, es correcto que disminuya el costo de la interconexión de la telefonía celular, pero también que haya más opciones en la televisión abierta. Es fundamental que prevalezca el interés del consumidor. Ahí está la clave, porque además eso favorecería la transición democrática. Crear las condiciones adecuadas para la competencia real, tanto en telefonía móvil como en la TV abierta, es el camino deseable. Lo que es inaceptable es que sólo “se haga justicia en el monopolio de mi compadre”. Telcel, Televisa y TV Azteca deben estar dispuestos a jugar sin privilegios en sus respectivos terrenos… En entrevista con Carlos Loret de Mola, Enrique Peña Nieto dijo que las alianzas que le parecen inaceptables son las de partidos con plataformas contrapuestas y como ejemplo puso el aborto. Loret le recordó que en su partido coexisten ambas posiciones y tiene razón. En el DF el PRI votó a favor, pero en 18 estados aprobaron legislaciones antiaborto. Peña Nieto se mordió la lengua… Algo similar le ocurre a Andrés Manuel López Obrador cuando dice que “por principios” el PRD no puede hacer alianza con el PAN cuando siendo presidente impulso ir junto con ese partido a las elecciones en Hidalgo, Nayarit y Coahuila e incluso planteó hacerlo en la presidencial del año 2000… Baja California Sur fue lo opuesto a Guerrero. Un estado que el PRD tenía en la bolsa lo perdió. Hay diversas razones, pero la más clara fue la aceptación del chantaje de una corriente minoritaria para imponer en La Paz al peor y más desprestigiado de los candidatos. Por esa razón, Marcos Covarrubias, teniendo ya la candidatura a gobernador, cambió de partido… No basta con que Muammar Gaddafi deje el poder. Es un asesino que debe ser juzgado por un tribunal internacional por crímenes de guerra. Tiene un largo historial para ello, pero con el hecho de haber mandado aviones de guerra para disparar y bombardear a la multitud congregada es más que suficiente… Lamento que un grupo de provocadores hayan impedido al Senador Francisco Labastida Ochoa presentar una ponencia en el Auditorio Narciso Bassols de la Facultad de Economía. La intolerancia es inaceptable, más aun en un centro de enseñanza, y todavía más en la Universidad de la Nación. La UNAM está abierta a todas las ideas. Qué penoso que un puñado de extremistas nieguen de esa manera la esencia universitaria… Síganme en Twitter: @ferbelaunzaran

miércoles, 2 de marzo de 2011

LOS MÁRTIRES DE AMLO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

La crítica busca re-conocer al objeto o sujeto de la reflexión y ponerlo en sus justos términos; develar lo que no se ve a simple vista, lo que se esconde con intención o sin ella, para presentarlo, con la mayor precisión y aproximación posible, tal cual es. Por eso debe ser mesurada, es decir, medir y guardar proporciones, cuidar que el deseo no distorsione la visión y que los juicios que de él se desprendan sean acertados y pertinentes. La neutralidad es una ilusión y la objetividad una pretensión siempre insatisfecha, pero se puede ser equilibrado y rehusarse al engaño o autoengaño, lo que implica evitar sobreestimar o subestimar y obliga a observar y tomar nota de aquello que no gusta. De lo que se trata es que, con independencia de que tan involucrado se esté, mantener una distancia intelectual que impida confundir los deseos con la realidad. Por eso es que reconozco, y no deja de impresionarme, el magnetismo que todavía mantiene Andrés Manuel López Obrador, así como la devoción que le guardan no pocos de sus seguidores. Llamarles a estos “fieles” es, sin duda, una analogía afortunada.

Hablo de la fidelidad a una persona que se ha confundido, o mejor aún, ha encarnado a “la causa”, de tal suerte que el proyecto político no es un programa, una línea política explícita, unos principios y valores establecidos, sino la expresión que surge de los labios del líder incuestionable según la circunstancia y los cálculos que éste haga. De alguna manera, Andrés Manuel López Obrador ha inoculado en sus seguidores más apasionados, y en el círculo de cuadros dirigentes que lo acompañan cual discípulos, una certeza que transpira y que, en ocasiones, no ha podido evitar manifestarla. Me refiero a la convicción de que la suerte de la Nación es la misma que la del líder indiscutido.

¿Cuántas veces hemos oído por parte de López Obrador o de sus seguidores que su “movimiento” es la “única esperanza” del “pueblo” y que tiene por misión “salvar a México”. No tengo dudas de que cuando AMLO afirmó, en plática grabada subrepticiamente por Jorge Octavio Ochoa, entonces reportero de El Universal, que “el movimiento soy yo”, decía efectivamente lo que piensa, no sólo él sino también sus “fieles” (25 de abril del 2008). El caso es que una actividad profundamente racional, como es la política, es llevada a cabo por una fuerza, sí disminuida, pero todavía fuerte e influyente, a partir de la creencia fervorosa en la capacidad, visión y hasta predestinación del líder; actitud y pasión más propias de la religión que de la vida pública. Esto se vuelve notorio con espeluznante crudeza en algo que podríamos llamar “martirio político”

Imaginemos el escenario de las elecciones locales del Estado de México en el 2012, en la que se renovarán alcaldías y diputaciones, si el PRI conserva la gubernatura de ese estado y Enrique Peña Nieto es candidato presidencial. Algo muy parecido a lo que se vivió en la Ciudad de México en el año 2006 y que permitió al PRD para arrasar en la elección. No se necesita una bola de cristal para darse cuenta de que, en tal caso, el priísmo borraría del mapa a sus opositores. Eso lo saben perfectamente los obradoristas de esa entidad y, sin embargo, estoicamente trabajan para su aniquilación porque para ellos el proyecto es AMLO.

Claro, es un “martirio” entre comillas, pues en la entidad más corruptora del país, el Grupo Atlacomulco sabe tratar muy bien a los opositores funcionales; no en balde los diputados de “izquierda” que avalaron la “Ley Peña” están ahora en la primera trinchera contra la alianza en el Estado de México y a favor -¡no faltaba más!- de los “principios”. Pero, de cualquier forma, renunciar a la posibilidad de gobernar, así sea en alianza, y de generar condiciones de competitividad para las elecciones municipales y legislativas, en lugar de quedar subordinados a un gobierno de clara hegemonía, es una decisión políticamente absurda.

Mención especial merece Alejandro Encinas, político respetable y preparado, con trayectoria intachable y capacidad probada, aunque constantemente cambié de posición y declare cosas distintas respecto a la consulta, la alianza y su candidatura. Está en una situación difícil y hay que comprender que está sometido a fuertes presiones. Pero lo cierto es que tenía todo para encabezar exitosamente la coalición izquierda-derecha en el Estado de México y gobernar ese estado, pero él mismo rompió la vajilla teniendo la mesa puesta. Encinas es el mártir más notorio de Andrés. No se engaña, pues no es neófito, y sabe perfectamente que en las condiciones actuales la izquierda sola, así vaya unida y con buen abanderado, no está en condiciones de ganar la elección, con independencia de lo que diga públicamente. No hay candidato que acepte que no va a triunfar. Por supuesto, el PAN está en las mismas.

La izquierda ha ganado en tres ocasiones las elecciones del Estado de México, pero todas en comicios federales y como resultado de efectos nacionales. En 1988 y 1997 con Cuauhtémoc Cárdenas como protagonista y en 2006 con López Obrador. ¿Se parece el escenario actual a cualquiera de aquellos? En muy poco. Es mucho mayor la similitud con el 2009, donde el PRI se impuso con contundencia. Incluso ahora tiene mejores condiciones dicho partido, porque en ese año arrebató los bastiones mexiquenses tanto del PRD como el PAN, y hoy los gobierna

Recordemos Ecatepec. Ese municipio, el más poblado del país, lo gobernaba el perredismo con un alcalde obradorista, José Luis Gutiérrez Cureño. Por esa razón, López Obrador respaldó a Maribel Alba, candidata del PRD –en el resto de la entidad llamó a votar por otras siglas-, acudiendo a mítines de campaña y haciendo que tanto el PT como Convergencia se le unieran. En síntesis, se aplico a pie juntillas lo que AMLO sostiene es la solución para resolver con éxito el acertijo electoral. Sin embargo, el PRI arrasó en ese lugar. ¿Qué ha cambiado desde entonces, además del hecho ya señalado de que ahí, como en muchos otros municipios que gobernaba la oposición, ahora gobierna el PRI? Es verdad, Andrés Manuel sigue teniendo una presencia considerable, pero hoy está muy por debajo de la popularidad de Peña Nieto y no ahí tiene un amigo que le ayude con la operación del gobierno, con recursos y programas sociales. No hay manera de que haya “Juanito 2” en el Estado de México. En cambio, dicha fuerza puede quedar reducida y marginada si es que se concreta la alianza PRD-PAN.

Habría quien pudiera pensar que AMLO es mártir de sí mismo, en virtud de que el fortalecimiento de Peña Nieto rumbo al 2012 significaría sepultar sus esperanzas de ser el triunfador de la elección presidencial. Y, en efecto, a primera vista parece ilógico –usemos ese eufemismo- que en lugar de buscar disminuir a quien se perfila como el rival a vencer se le ayude, en los hechos, a conservar su principal centro de poder. La paradoja tiene su explicación en algo que López Obrador prioriza sobre cualquier otra consideración y que, por cierto, él mismo ha reconocido en diversas entrevistas: su “lugar en la historia”.

El gran temor de Andrés Manuel, la razón por la que no se permite tener una actitud frente a la alianza en el Estado de México siquiera similar a la que tuvo, ya no digamos con la de Oaxaca sino incluso con las de Puebla, Sinaloa y Durango, donde el PT jugó por su cuenta y ahora está empeñado con todos los instrumentos que tiene a su alcance en reventar la coalición, es que supone que le triunfo aliancista en esa entidad llevaría a repetir ese mismo esquema en la elección presidencial y él sería desplazado. Lo que realmente pelea AMLO en el Estado de México no es confrontar a “la mafia”, no es vencer al “PRIAN”, no es lograr el “cambio verdadero”. Es imponerse a sus adversarios internos para lograr la candidatura presidencial aunque sus posibilidades de triunfo se vislumbren remotas.

López Obrador quiere seguir siendo la cabeza del “movimiento”, refrendar en el imaginario social su carácter de líder opositor más importante del país, no sólo frente a Calderón, que ya se va, sino frente a Peña Nieto que se perfila para sucederlo. Lo que AMLO pelea hoy es la hegemonía de la izquierda para prevalecer y poder transitar al 2018 si, como todo parece indicar, el próximo año no triunfara. Sólo así es que puede entenderse que no le preocupe que su rival más importante se levante con la victoria estratégica, simbólica y emblemática del Estado de México, colocando con ello un pie en Los Pinos.

Pero el “martirio político” puede rebasar los deseos del “mesías” que promete la salvación a cambio de actos de fe que algunos, en vano, tratan de sustentar racionalmente. El efecto nacional que logró vencer al PRI en el Estado de México en el 2006 puede darse, pero en sentido contrario en el Distrito Federal, seis años después. Así como la capital del país irradió a su entidad vecina en las tres elecciones en las que la izquierda ha vencido en esas tierras, si el viento corre en dirección contraria podría ser a la inversa. La devoción obnubila la mirada y los “fieles” no toman conciencia plena de los peligros, pero no puede dejar de impresionarme la temeridad con la que arriesgan lo más valioso que tienen por seguir frenéticamente al líder, confiando en el milagro que los salve a ellos y, por supuesto, a México. Y es ahí donde radica la mayor fuerza que tiene AMLO en estos momentos, en la fe ciega de sus “mártires”, la cual sería un error subestimar. No en balde, a pesar de sus errores, sigue siendo un factor que nadie puede ignorar.