lunes, 20 de mayo de 2013

EL PACTO, LOS VOTOS Y EL SECTARISMO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Cuando los cambios en México dejaron de depender de la voluntad de una sola persona, los acuerdos de largo alcance se encarecieron. La distribución equilibrada del poder devino en pantano. Antes del Pacto por México, la última gran reforma política acordada fue la de 1996 que dio autonomía al IFE, un sistema jurisdiccional independiente en materia electoral, condiciones de equidad y elección de gobernantes en el Distrito Federal, entre otras cosas que fueron negociadas, por cierto, fuera del Congreso.

En ese entonces, el partido del Presidente todavía tenía mayoría absoluta en ambas Cámaras. Esta paradoja de que los avances democráticos dificultaron enormemente construir acuerdos mayores se debió en buena medida al cálculo de rentabilidad electoral y, como consecuencia, al no consolidar lo logrado, se empezaron a dar signos preocupantes de regresión, aunada a la natural descomposición de un régimen con enormes dificultades para reformarse a sí mismo, de acuerdo a las necesidades de una sociedad y un mundo dinámicos.

Contrario a lo que se dice, el Pacto por México es resultado más de la audacia y responsabilidad de la oposición que de la operación virtuosa del Ejecutivo. Y es que éste arriesga menos y tiene todo que ganar, empezando con la gobernabilidad que se requiere para que en el Congreso predomine la cooperación sobre el enfrentamiento. No hay ingenuidad, nadie se engaña en que el Presidente y, por extensión, su partido se benefician en el imaginario social por los logros obtenidos gracias al acuerdo. La tradición y cultura presidencialista en México está tan arraigada que hace muy difícil que se valoren como lo que son, éxitos colectivos y democráticos, y que en su lugar predomine la falsa e injusta percepción de que todo el crédito es de Los Pinos. Pero aún así, la oposición hizo lo correcto al suscribir el pacto.

Que el PRD y el PAN hayan puesto por delante el interés nacional por sobre el interés electoral faccioso ha sido recibido por algunos, incluyendo las oposiciones internas a los presidentes Zambrano y Madero, como una herejía. Olvidan que la lógica de obstaculizar hasta ser gobierno y buscar, entonces sí, construir acuerdos lleva a su vez a ser obstaculizado en un cuento de nunca acabar, mientras el país paga enormes consecuencias por rezagos notables que requieren atenderse estructuralmente, así como por la incapacidad de enfrentar problemas emergentes que han rebasado a las instituciones del Estado. Cambiar a México se volvió un imperativo para cualquier fuerza que se plantee gobernar… a menos que quiera hacerlo desde las ruinas del país.

Quizás en el ánimo de Felipe Calderón y sus cercanos está el sentimiento de reciprocidad, de no proporcionarle a un gobierno del PRI la gobernabilidad que ese partido le escamoteó al suyo, dándosela a cuentagotas, durante su gestión. Por lo que sea, pero, por insólito que parezca, ahora coincide con Andrés Manuel López Obrador en la intención de descarrilar al Pacto por México. En el caso del Peje se entiende más, pues se desprende de su conocida estrategia, ya transexenal, la cual espera capitalizar una situación idealmente ominosa y desesperada para venderse como la única solución posible, como el único capaz de cambiar a México. Por ello, descalificará cualquier reforma o propuesta aprobada, así haya estado en su plataforma electoral. Dicha estrategia tiene además el inconveniente de que eso significa buscar posponer las hoy apremiantes transformaciones hasta después del 2018 -si tampoco gana esa elección hasta después del 2024 y así sucesivamente. Por supuesto, si lo lograra necesitaría de hacer pactos con el PAN y con el PRI, pues no hay otra forma de cambiar al país en un régimen democrático que construyendo mayorías parlamentarias.

Frente a la oposición responsable que muestra visión de Estado, el PRI quiso, cual su costumbre, aprovecharse. Los audios y videos de los operadores electorales del Gobernador de Veracruz, Javier Duarte, algunos de ellos empleados de SEDESOL, con la explícita y descarada intención de usar los programas sociales a favor de ese partido, pusieron en evidencia un doble lenguaje del gobierno. La de por sí desafortunada expresión de Enrique Peña Nieto, “No te preocupes, Rosario”, tuvo una carga de cinismo inaceptable. Ahí dijo el Presidente que eran “otros” los que se estaban preocupando por las elecciones, cuando la oposición se olvidó de ellas para firmar el pacto y cuando todos vimos y escuchamos que los mapaches jarochos de su partido eran los que estaban no sólo pensando sino operando con recursos públicos para ganarlas. La crisis que se desató fue superada por un adenda al Pacto por México, en la cual se establecen candados para el manejo de programas sociales, y el compromiso de adelantar la reforma política y electoral comprometida en la agenda firmada.

Si bien los compromisos adquiridos para “relanzar el pacto” deben saludarse, no resuelven del todo los focos rojos de las elecciones locales de este año. Los acuerdos en el centro no significan civilidad en la periferia y menos con gobernadores que actúan como señores feudales y que no titubean para usar a las instituciones que por desgracia controlan para cargar los dados a favor de su partido. La forma en cómo reventaron alianzas electorales en algunos estados es muestra de lo que viene si no se les acota. Dividir a la oposición en un contexto en dónde ésta impulsa, en concordancia con el gobierno, reformas trascendentes es apostar por regresar a los tiempos del partido casi único y que la restauración autoritaria se dé por la vía de desaparecer, o al menos reducir a su mínima expresión, territorio por territorio, la pluralidad política. La voracidad y talante autoritario de no pocos gobernadores en estados con elección este año son la mayor amenaza que hoy tiene el Pacto por México, sobre todo porque los adversarios internos de las actuales direcciones del PRD y el PAN están esperando la debacle electoral de sus respectivos partidos para pedir la cabeza de Zambrano y Madero, echándole la culpa del desastre a la firma del pacto.

Si eso ocurriera y la oposición termina con el pacto por sus disputas internas, por la lucha de quienes se quedan en sus direcciones, México perdería una oportunidad preciosa para hacer transformaciones apremiantes y trascendentes, y las reformas constitucionales, educativa y en telecomunicaciones, quedarían sólo en un par de flores preciosas de una primavera frustrada por el sectarismo.