miércoles, 21 de diciembre de 2011

ESTADO LAICO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Se necesita talento para convertir las derrotas en victorias, pero hacer lo inverso no tiene ningún chiste y acontece de manera frecuente. Se entiende que esto último ocurre por errores, exceso de confianza, falta de experiencia, es decir, se trata de un hecho involuntario y lamentable. Pero al sectarismo no le importa perder si es que tal resultado se le puede adjudicar al rival que más odia, el cual, por lo general es el que tiene más cerca, su enemigo interno. Y si no existe la derrota, pues la inventa y lo de menos es construir una historia delirante ajena a la realidad y sostenerla con la histeria propia del que grita que le robaron el carro esperando que nadie se percate que no sabe manejar, evitando así dar explicaciones. Eso es lo que hizo el sector más fanatizado del pejismo con respecto a la reforma al artículo 24 de la Constitución, no obstante que ya se celebró “la unidad” en torno a la candidatura presidencial.

El periódico del obradorismo extremo, La Jornada, tituló a ocho columnas al día siguiente de la aprobación de la reforma (16 de diciembre): “chuchos se unen a PRI-AN en golpe al Estado laico”, asegurando que la presidencia de la mesa directiva obtenida por Guadalupe Acosta Naranjo fue “la moneda de cambio”. En el encabezado de dicha nota a la que se hace referencia en primera plana se afirma que “Diputados abren la puerta a la Iglesia para oficiar en público”. La verdad es que, como lo demostraré en el presente artículo, todo es falso: No hubo tal “golpe al Estado laico” -se detuvo; no se acordó en la sesión concederle al PRD encabezar la mesa directiva –eso se pactó públicamente desde fines de agosto; los chuchos no llevaron la negociación de la redacción del artículo 24 –la acordaron tres diputados ajenos a Nueva izquierda: Alejandro Encinas, Enoé Uranga y Teresa Incháustegui; y no se flexibilizó siquiera la celebración de actos religiosos en espacios públicos –se mantuvo el texto constitucional vigente en ese tema.

Aunque la iniciativa se ingresó desde el 2010, su dictamen fue un albazo que violó el reglamento; pero más grave que las formas quebrantadas era su contenido, el cual no sería extraño que se haya pactado con la jerarquía católica. Es decir que, en la víspera de la sesión, sí se avizoraba un “golpe al Estado laico” de grandes proporciones que consistía básicamente en abrir la posibilidad de dar educación religiosa en escuelas públicas, en permitir el manejo de medios de comunicación por parte de iglesias y en quitar cualquier condicionamiento al oficio de eventos religiosos en espacios públicos. Todo eso se echó para atrás. Para despejar dudas, permítaseme transcribir el texto vigente, el texto dictaminado y el texto aprobado:

Así dice todavía el artículo 24:

Todo hombre es libre para profesar la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley.

El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.

Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria.

Así venía el dictamen:

Todo individuo tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o adoptar, o no tener ni adoptar, la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración de ritos, las prácticas, la difusión y la enseñanza; siempre que no constituyan un delito o una falta sancionado por la ley.

El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.

[Se deroga]
Sin contravenir lo prescrito en el artículo 3o. de esta Constitución, el Estado respetará la libertad de los padres y, en su caso, de los tutores legales para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

Así finalmente se aprobó:

Toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y a tener o adoptar, en su caso, la de su agrado. Esta libertad incluye el derecho de participar, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, en las ceremonias, devociones o actos del culto respectivo, siempre que no constituyan un delito o falta penados por la ley. Nadie podrá utilizar los actos públicos de expresión de esta libertad con fines políticos, de proselitismo o de propaganda política.


El Congreso no puede dictar leyes que establezcan o prohíban religión alguna.


Los actos religiosos de culto público se celebrarán ordinariamente en los templos. Los que extraordinariamente se celebren fuera de éstos se sujetarán a la ley reglamentaria.

Como puede observarse, la redacción aprobada por la Cámara de Diputados es muy cercana a la que todavía está vigente y sólo se actualiza el lenguaje para ponerlo acorde con los tratados internacionales firmados por México. Es por esa razón que ahora las críticas se sustentan en el “contexto” y no en el “texto”, aunque algunos despistados siguen declarando con base en la desinformación que con dolo se transmitió y que le sirve al medio que calumniador como “noticia” para seguir sustentado lo que inventó. Es verdad que el “timing” puede tener visos electorales, pero ése lo establecieron el PRI y el PAN que estuvieron cerca de consumar su aprobación con todas sus partes polémicas. Si éstas pudieron ser modificadas sustancialmente se debió a la oposición de la izquierda, a la buena y oportuna negociación de sus bancadas y a una rebelión de diputados priístas que de manera más o menos discreta expresaron que no irían con el dictamen como venía.

Por fortuna se discute el momento, las intenciones, las circunstancias, el reconocimiento de la jerarquía católica por su aprobación, la visita del Papa, y no que se impartirá educación religiosa en las escuelas públicas o que las iglesias contarán con medios de comunicación masivos, en fin, no se está discutiendo el contenido de la reforma. Algunos quisieron polemizar con la exposición de motivos, pero ya se aclaró que eso también fue cambiado en correspondencia con lo aprobado en el texto constitucional. Con ello se demuestra que valió la pena que las bancadas de izquierda negociaran la redacción del artículo 24, en lugar de trabajar su “derrota heroica” con consecuencias funestas para el país.

El PRI y el PAN eligieron el tiempo de sacar la reforma, pero la izquierda impidió que se vulnerara en ese embate al Estado Laico. Eso fue un éxito indudable y trascendente que, en lugar de cantarlo y salir fortalecidos de cara a la sociedad, el sectarismo prefirió presentarlo, una vez más, como otra “derrota histórica” producto de la “traición”, sin más razón que ajustar cuentas con uno de los personaje más visibles e influyentes de la corriente Nueva Izquierda, el diputado Guadalupe Acosta Naranjo. El deseo de revancha se impuso a la necesidad de la unidad y de capitalizar lo logrado para ser más competitivos en el 2012. Exhibieron su pequeñez y mezquindad.

El golpe que se dio no fue al Estado laico sino a los odiados chuchos por parte del pejismo rabioso que no se da por enterado de la estrategia de unidad y reconciliación de su líder y candidato. Lo hacen con un cinismo desvergononzado, pues es evidente que la pretensión de que se den clases de “moral” en las escuelas públicas para enseñar “el amor al prójimo” amenaza mucho más la laicidad que la reforma aprobada, a la cual inútilmente se le podrá buscar una sola frase que atente contra ella.

Además, lo hicieron de una manera tan burda y desaseada que las mentiras se desmoronan al primer análisis. Los proponentes que suscribieron con pulo y letra la redacción final del párrafo primero y la reincorporación del tercero –que constituyen la totalidad de la reforma, tal y como quedó- fueron los diputados Alejandro Encinas, Enoé Uranga –conocida feminista y defensora de la diversidad- y Jaime Cárdenas, según consta en sendos oficios que giraron al dip. Emilio Chuayffet, en su calidad de presidente de la mesa directiva.

A partir de los acuerdos conseguidos se dieron hechos extraños. Uno de ellos es el del diputado petista Jaime Cárdenas, quien subió a tribuna a hablar en contra de su propia propuesta, aunque luego, cuando le tocó presentar su reserva, reconoció que no tenía otra y acabó leyendo la misma. Todavía más curioso es el comportamiento de Alejandro Encinas: argumentó en la Asamblea la redacción que suscribió, se hizo público en la tribuna que la había negociado “trasbanderas” con Felipe Solís Acero del PRI y Alberto Pérez Cuevas del PAN, votó en el pleno a mano alzada la inclusión de ambos párrafos tal y como quedaron –según se observa en el video del Canal del Congreso-, pero en el momento de hacerlo en el tablero electrónico decidió “ausentarse”, es decir, no votar a favor, ni en contra, ni abstenerse; unas horas más tarde se deslindaba de lo acordado y hacía un llamado a que se detuviera en el Senado. Es muy posible que tanto él como Jaime Cárdenas hayan actuado de manera tan atípica, y poco ética, porque ya sabían del escándalo que venía y a quién le iban a cargar el muertito inventado.

Es una lástima, porque ambos, junto con Enoé Uranga y Teresa Incháustegui, hicieron un gran trabajo para defender al Estado laico y, sin embargo, acabaron ocultando su propio mérito para dar paso al linchamiento contra los que, por cierto, no tuvieron una participación protagónica en lo definido. Se impuso el ánimo hepático de manchar al nuevo presidente de la Cámara por parte de los mismos que proclaman amor y honestidad. Ahora resulta que Encinas negoció para que Naranjo sea presidente de la Cámara, lo cual es absurdo. Si se mira la lista de votantes, se verá que Nueva Izquierda votó diferenciado, que muchos de otras expresiones votaron a favor y no pocos de esa corriente lo hicieron en contra. Está visto que los fanáticos no se llevan con la lógica… ni con el rigor periodístico.

La Presidencia de la mesa directiva ya estaba definida para el PRD mediante un acuerdo suscrito a finales de agosto, mismo que fue hecho público desde entonces. Es cierto que los diputados priístas del Estado de México amagaron con bloquear al ex Presidente Nacional del PRD –siguen molestos por las alianzas que amenazaron su permanencia en el poder de esa entidad- y hasta pusieron cartelitos que decían: “Encinas sí, Naranjo no” –lo cual, supongo, no agradó nada a Alejandro, pues ahí fue candidato a gobernador y lo será ahora al Senado-, pero nunca se ha dado un veto en ese cargo desde 1997 que iniciaron los Congresos divididos y siempre se ha respetado la decisión de cada partido; además, el costo de hacerlo hubiera recaído en Enrique Peña Nieto, quien ya tiene, como es evidente, demasiados frentes abiertos y está pasando por una etapa de alto desgaste.

La izquierda desperdició una oportunidad de mostrarse, además de defensora del Estado laico, como promotora de las libertades que no sólo le son compatibles sino consustanciales, como son las de conciencia y religión. Lo que volvió a dar la nota fue el conflicto interno, la intolerancia y las acusaciones desmesuradas que claman contra la gran “traición” sin acreditarla. Patético que un medio que se dice democrático niegue el derecho de réplica y, a pesar de que hasta hace poco se decía víctima de calumnias, caiga de manera tan burda en ellas y practique la desinformación dolosa. De pronto, parece como que el adversario principal de este sector intransigente del pejismo son los chuchos y que sólo cuestionan a Peña Nieto por no dejar; que se preocupan más por lo que sucederá después de la elección que por tratar de ganarla, lo que sería una gran irresponsabilidad si se toma en cuenta el riesgo de que el PRI regrese a Los Pinos y obtenga la mayoría en ambas Cámaras, así como la inminencia de una batalla cerrada por el Distrito Federal.

El 2012 será arduo y difícil para la izquierda, y eso le exige altura de miras. Continuar la lucha facciosa en tiempos electorales raya en el suicidio y evidencia que algunos no se han dado cuenta del proceso de autodestrucción en el que cayeron. Es evidente que el odio ciega, aunque pretendan disfrazarlo con su opuesto. Difícil pensar que cambien los fanáticos, pero si su líder no los consecuenta espero que los ponga en orden. Lo que se juega es mucho y muy valioso.

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miércoles, 14 de diciembre de 2011

CARTA AL SUBCOMANDANTE MARCOS

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

14 de diciembre de 2011

Subcomandante Insurgente Marcos:
Presente.

Distinguido Sup:

Hace poco más de seis años, el 18 de agosto del 2005, le escribí una carta en el modesto espacio de “El correo ilustrado” de La Jornada. Usted tuvo la amabilidad de responderla de manera extensa y, para mi pesar, ese periódico ya no me dio la oportunidad de publicar la réplica, misma que tuve que hacerle llegar por otro conducto. En aquella ocasión se acabó el debate por decreto editorial.

Su más reciente misiva al Filósofo y, para mí, muy querido Maestro, Luis Villoro, en el marco de un interesante y valioso diálogo que sostuvieron sobre Ética y Política en la revista Rebeldía, me da la oportunidad de retomar la discusión, en virtud de que en ella aborda, aunque no exclusivamente, el tema de la próxima elección presidencial y, en su Post Data, se ocupa especialmente de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, la cual, como de seguro recuerda, fue el motivo de aquel intercambio epistolar que tuvimos en el año 2005.

En ese entonces, no le reclamé sus cuestionamientos, algunos de ellos justos y certeros, contra mi partido y contra quien era su virtual candidato, sino que los agravios aludidos por usted fueran lo “suficientemente graves” como para no contribuir al triunfo electoral de la izquierda que le daría un nuevo rumbo al país. Su respuesta eludio el sentido del reclamo y fue a todas luces desproporcionada, pues, entre otras cosas, me acusó de despreciar la vida de los indígenas, es decir, de ser racista, lo cual no sólo es una mentira, sino también una infamia, por demás inexplicable, pues usted conoce la participación activa que tuve en la “Caravana Ricardo Pozas” que desde el inicio del conflicto tuvo un papel destacado como parte de la sociedad civil movilizada que exigía “paz con justicia y dignidad”. En su carta, desplazó el punto del debate para pelearse con el fantasma que usted mismo creó.

La cuestión que le planteé hace seis años y que mantiene vigencia frente al próximo proceso electoral es la siguiente: ¿El resultado electoral es importante para el país y para la sociedad, de tal suerte que vale la pena influir en él? Dicho de otra manera: ¿Da lo mismo quién salga triunfador de la elección o, en virtud de males y beneficios, es correcto tomar partido por el mejor o, en su defecto, por el menos malo?

Entiendo su crítica al poder y a quienes lo ejercen o lo buscan, así como la aportación de Luis Villoro a la ética política con la afirmación del “antipoder” que enfrenta abusos, abre espacios de libertad y conquista derechos frente a la opresión; pero eso no excluye la posibilidad de participar en la definición que se da en las urnas sobre la titularidad en el Poder Ejecutivo y, en ese sentido, incidir en la calidad o, si prefiere, el carácter del poder al cual se le hará frente, pues las diferencias existen, aunque no sean tan profundas y notorias como debieran y, creame, yo quisiera.

En el PRD se han dado prácticas y eventos que, en efecto, a los perredistas nos deben avergonzar, mismos que de ninguna manera minimizo. Escribo estas líneas con la indignación de los dos estudiantes normalistas asesinados por policías en Ayotzinapa, Guerrero. Con toda la decepción y el dolor, sin dejar de reclamar justicia y exigir que las autoridades asuman su responsabilidad por el crimen, sigo sosteniendo que el PRD es más que sus errores e incongruencias. Mi partido también ha estado en la trinchera de la sociedad, enfrentando al poder autoritario –aunque en ocasiones, por desgracia, también lo ha reproducido-, logrando conquistas democráticas y derechos ciudadanos, luchando contra injusticias y defendiendo causas valiosas.

Tengo fuertes y profundas diferencias con el candidato presidencial de mi partido, Andrés Manuel López Obrador, pero reconozco que el programa de apoyo a adultos mayores que se implementó durante su gestión, siendo jefe de Gobierno del DF, sirvió para que la sociedad revalorara a sus ancianos. La despenalización del aborto y el establecimiento de matrimonios entre personas del mismo sexo, aprobados durante la administración de Marcelo Ebrard e impulsados por la mayoría perredista en la ALDF, son logros libertarios que reconocen derechos y contrarían a la discriminación.

Es consabido el papel del PRD en la los avances democráticos conseguidos en una transición que, aunque inconclusa, vale la pena defender frente a los ánimos restauradores. Sé, por experiencia, que le molesta mucho que se recuerde que también contribuyó, junto con muchos otros actores, a detener la guerra en 1994, pero no por eso deja de ser cierto –y no lo digo para pasarle la factura. Por supuesto, todo ello no exime al PRD de sus yerros, pero sin duda debe ser puesto en la balanza.

El escenario que tenemos es muy distinto al que se avizoraba en el 2005. Le creo cuando dice que sus críticas a AMLO en esa ocasión se hicieron con la convicción de que él sería el próximo Presidente del país y no para tratar de evitar su inminente triunfo. Lo hecho por sus adversarios, legítima e ilegítimamente, así como los graves errores que cometió el entonces candidato y que, como bien dice, no acaba de aceptar, hicieron que la victoria se le saliera de la bolsa. Absurdo e injusto que se le culpe al EZLN de la derrota, aunque sigo pensando que hubieran hecho bien en apoyarlo entonces.

Ahora las condiciones son muy distintas. El riesgo de que regrese a Los Pinos el PRI con un personaje vacuo y manipulable, pero con un claro proyecto restaurador, y obtenga además la mayoría absoluta en ambas Cámaras es real. Podríamos regresar al país de un solo hombre, al presidencialismo autoritario sin equilibrios y contrapesos, que alienta la corrupción y otorga impunidad a los suyos, lo cual significaría tirar por la borda la lucha de generaciones en México por abrir el sistema y democratizarlo. Conozco sus cuestionamientos a la democracia representativa, a sus limitaciones y a su lógica individualista, pero supongo que compartimos la convicción de que sería peor que regresara la “dictadura perfecta”.

Lo anterior no quiere decir que entonces es deseable seguir como estamos ahora, en ruta imperturbable hacia el abismo -si es que no estamos ya en él. El PAN en el gobierno, además de no cumplir con el cambio que prometió, ha contribuído como nadie a generar una más que explicable decepción social frente a la incipiente democracia que se muestra incapaz de resolver los graves problemas del país. La estrategia de Calderón contra el crimen organizado es un sangriento fracaso y su obcecación por sostenerla amenaza la viabilidad del Estado mexicano; así como la creciente desigualdad social, los insultantes privilegios para una elite, el debilitamiento de las instituciones y la disfuncionalidad del actual régimen político mantienen latente la posibilidad de un estallido social de imprevisibles consecuencias.

¿Qué hacer frente a esa situación? Algunos pudieran pensar que se debe esperar, e incluso contribuir, a que la descomposición política y social se agudice hasta el colapso, pero esa es una apuesta aventurada, en virtud de que podría ser un acontecimiento incontrolado y al final del día salir peor el remedio que la enfermedad, algo que diera pie a la entrada de un régimen abiertamente policiaco, tal y como ciertos sectores retrógradas acarician torpemente como una “solución” a la desbordada inseguridad que se vive en el país. Además, no hay garantía de que finalmente ocurra ese momento de ruptura y mientras tanto la sociedad sufre las consecuencias, pues lo que se busca con dicha estrategia -¿o táctica?- es que la gente por desesperación se rebele, visión que se resume con la frase: “entre peor, mejor”.

Tengo la convicción de que el tránsito, no “hacia el centro”, sino hacia el extremo que López Obrador experimentó después de los traumáticos resultados del 2006 se debió a ese cáculo fallido, al olvido de las urnas para que la definición del poder en el país se tomara en las calles, situación que aprovechó el PRI para reposicionarse electoralmente tras su debacle en aquel año. Ahora AMLO trata de corregir y regresar al lugar del que no debió haberse apartado y, en mi opinión, ese es un acierto, pues le permitirá ser más competitivo el próximo año.

A Lula en Brasil le sirvió moderarse y establecer acuerdos con otros sectores, incluso de derecha, para ganar la elección y luego para encabezar a un gobierno exitoso que, a pesar de los escándalos de corrupción –el carácter corruptor del poder del que han hablado Villoro y usted- resultó benéfico para millones de personas que dejaron atrás la pobreza. Es cierto que lo del ex lider sindical brasileño no fue un zig-zag, no se reinventó de manera tan tajante en los albores de la campaña presidencial, pero es mejor cambiar a mantener una política equivocada que se dirige hacia un fracaso seguro.

Que aplauda la moderación de AMLO, misma que se expresa en la recuperación de planteamientos que hasta hace poco no aceptaba, como el del “pacto nacional” y la “reconciliación”, en su acercamiento a diversos sectores de los que se había alejado en los últimos años, incluyendo el empresarial, y en dejar atrás el lenguaje pendenciero, no quiere decir que suscriba el discurso de la “República amorosa”, que más allá de su sentido propagandístico –el cual suele requerir mensajes simples, superficiales y optimistas- y que pudiera dar buenos resultados -ya se medirá-, tiene claras resonancias religiosas y un tufo conservador que no comparto.

Por supuesto que hay que promover valores en la sociedad y baste ver la barbarie que la violencia desatada en el país nos muestra todos los días con su estela de 50 mil muertos, no pocos de ellos descabezados, desollados, torturados, etc., para darnos cuenta de la imperiosa necesidad de inculcar el respeto por la vida humana y por su dignidad. También, sin duda, sería sano recuperar para el conjunto de la sociedad ciertos valores comunitarios que se expresan en los pueblos indios y que ayudarían a restaurar el tejido social con bases solidarias, lo cual no está reñido, al contrario, con la construcción de ciudadanía. Nadie niega el valor de la honestidad, pero en la vida pública tal valor rebasa al ámbito de la moral y ésta debe, en todo momento, verificarse; de ahí la importancia de la transparencia y la fiscalización para que se cumpla. Más que el “golpe de pecho” que suele servir de coartada a tartufos, se necesita que los ciudadanos adquieran el control sobre sus gobernantes y representantes.

En fin, distinguido sup, me desvié un poco del problema planteado, pero, si no tiene inconveniente, lo retomo para concluir. No todo se decide en las urnas, pero importa al país y a la sociedad lo que ahí suceda, aun cuando las propuestas a elegir disten mucho de ser ideales. Le recuerdo un caso extremo. En 2002, la segunda vuelta en Francia se dio entre dos opciones de derecha, representadas por Jacques Chirac y por Jean-Marie Le Pen, respectivamente. La izquierda francesa hizo bien en votar, incluso con asco, por el primero para evitar que los gobiernara el fascismo.

En México el escenario está entre la regresión, el continuismo y el cambio caudillista, pero éste último controlado por la división de poderes y los compromisos adquiridos que la moderación le ha impuesto. Yo apoyaré éste último por disciplina partidaria, es cierto, pero también por ser la mejor o la menos mala opción, según como se le quiera ver.

Me llama la atención, pero no me extraña, que termine su carta a Luis Villoro advirtiendo sobre el “alud de calumnias” que se le vendrán encima por sus cuestionamientos al “candidato de las izquierdas” cuando la que yo le mandé hace seis años empezaba diciendo que me veía en “el patíbulo de la hoguera moral” por cuestionarlo a usted. La verdad es que entonces no tenía idea del nivel de intolerancia y linchamiento moral al que llegaría un sector de la “izquierda institucional” en estos últimos años. No hay comparación y creame que ahora me siento muy tranquilo porque estoy seguro de que su respuesta, por mas dura y hostil que sea, no se va a aproximar ni de cerca a la rabiosa y fanatizada andanada de insultos y acusaciones alucinantes que con ínfimo alcance intelectual practican las hordas de fieles devotos del caudillo, las “camisas pardas” que menciona en su carta. Lo que sea de cada quien, usted tiene nivel y estilo, y no abarata su discurso para ponerlo a tono de ninguna ortodoxia.

Triste el papel el que ha jugado La Jornada en esa regresión de una parte de la izquierda política al sectarismo setentero con el agravante de la anemia teórica y la pobreza del debate. Se sumó editorialmente a la cruzada contra los herejes que nos atrevimos a discrepar de la estrategia -ahora claramente fallida y, por lo mismo, corregida- del excandidato presidencial tras el 2006. Ha llegado al extremo de censurar a Marco Rascón con el pueril argumento de que no se vale “ofender” a otros editorialistas del periódico, llamándo “intelectuales del obradorismo” a quienes son efectivamente intelectuales del obradorismo. Ya no reconozco al periódico plural, abierto, incómodo al poder, de causas libertarias con el que tanto me identifiqué y con cuya audaz generosidad pude contar en momentos críticos. Ahora hasta litiga en la Suprema Corte de Justicia de la Nación contra la libertad de expresión.

Está en lo cierto cuando señala que están en aprietos intelectuales los que avalaron la vía extrema y estigmatizaron incluso a aquellos que se “atrevieron” a dar un apretón de manos, un abrazo o un beso a cualquier villano de la clase política, ahora que su candidato cometió el acierto de moderarse y adoptar algunos de los principales postulados de los llamados “chuchos”. Imagino que preferirán no darse por enterados, aunque ese acto de cinismo no se lleve con la honestidad, primer precepto de la llamada república amorosa.

A pesar de nuestras notables diferencias, considero que también tenemos puntos de encuentro, uno de ellos es el respaldo al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y a ese gran ser humano que es Javier Sicilia. El llamado de éste a la reconciliación desde le dolor de las víctimas y a que se atiendan las causas de la violencia con más inteligencia y sensibilidad que fuerza es, literalmente, de vida o muerte. Por cierto, qué le voy a decir, es apremiante organizarse y alzar la voz para defender a los activistas que están siendo atacados. Hay que defender a los defensores.

Me despido, distinguido sup, con la esperanza de tener respuesta de usted, aun cuando ya anunció su silencio. En su brillante libro, “El Poder y el Valor”, Luis Villoro habla de la utopía como “faro guía”, como el lugar que nunca alcanzaremos, pero que nos sirve para evitar extraviarnos y saber si estamos avanzando por el camino correcto, pues de lo que se trata es de acercarnos a ella. Cada paso que demos en esa dirección, así sea pequeño, habrá valido la pena. Desde nuestras distintas izquierdas, pienso, podemos dar algunos pasos juntos, porque estoy cierto de que nuestras utopías no son tan diferentes.

Sin más por el momento, reciba un fuerte abrazo y mis consideraciones.

Fernando Belaunzarán

PD. Sígame en twitter: @ferbelaunzaran. Corresponderé… ;)

miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL CÓDIGO PEÑA NIETO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

La incógnita empieza a dejar su lugar a la certeza. Lo que algunos veían como propaganda adquiere consistencia de realidad. Pareciera que se propuso darle la razón a sus detractores –¿a quién les recuerda?- y no me refiero sólo, o siquiera principalmente, al papelón hecho en la multicitada y tantas veces vista conferencia de prensa en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Enrique Peña Nieto muestra su estilo y su proyecto, su fuerza y sus debilidades, su potencial y sus limitaciones, construyendo, o mejor dicho, reafirmando a un personaje muy parecido a la “leyenda negra” forjada por sus críticos, entre los cuáles me precio estar.

Empiezo por lo anecdótico. En general, Peña Nieto muestra seguridad al desenvolverse, aunque siempre da la impresión que las ideas, propuestas, posicionamientos que expone no son propios; quizás porque no profundiza, porque siempre se queda en lo elemental, porque su popularidad se debe al apapacho televisivo, porque parece recitar un guión aprendido. Cierto, se trataba de una crítica de latido, de percepción, absolutamente subjetiva, pero que ahora toma consistencia al verlo desenvolverse errática y cantinflescamente frente a una pregunta que no contemplaba, cierto, pero que era por demás simple e incluso previsible. Es más, el reportero le hizo una pregunta cómoda, puso el balón en el punto de penal y él no supo ni patearlo. No me extrañaría que la idea del periodista fuera, en realidad, quedar bien con el puntero en las encuestas; eso sí, me queda claro que no fue la de provocarle el mayor resbalón que ha tenido desde que el asunto de la niña Paulette se le descompuso y prefirió archivar el caso.

No es la primera vez que el ex gobernador del Estado de México no sabe responder ante un cuestionamiento fácil. Hace aproximadamente dos años, Jorge Ramos, periodista de Univisión, le preguntó sobre la enfermedad que le causó la muerte a su primera esposa y sucedió exactamente lo mismo. Su figura no resiente: se ve cuidada, estudiada, controlada, lo mismo que su expresión; pero lo que dice pierde sentido y lejos de salir del paso se hunde… sin despeinarse. El pánico escénico ocurre en su cabeza y éste se muestra en el contenido divagante y contradictorio con el que expresa una búsqueda desesperada e inútil para encontrar una respuesta fácil que, sin embargo, no llega a ser pronunciada. Tuvo que volver un año después al mismo programa para que el mismo periodista le hiciera la misma pregunta y no tuviera ningún problema en responderla de manera articulada y convincente.

Enrique Peña Nieto no sólo parece negado a improvisar, también a contestar, incluso con la verdad, cuando lo sorprenden. Como si se bloqueara, como si se preocupara tanto por la imagen, por no mostrar en su rostro o en sus ademanes la duda, que nomás no le llegan las ideas. Me cuesta pensar que no conociera el nombre de tres libros o los motivos de la dolorosa pérdida prematura de su esposa y me inclino por creer que en realidad es un actor que no sabe, y le aterra, despegarse del guión establecido. Con ello se confirma lo que Manlio Fabio Beltrones daba a entender con la importancia del proyecto, de que su partido tuviera un candidato con ideas y supiera hacia dónde debe ir el país. EPN es, sin duda alguna, una imagen muy rentable, pero que carece de sustancia.

De manera natural surge la pregunta de quién gobernaría en realidad el país si ganara alguien con esas características. Pero dejemos a un lado las cualidades o limitaciones personales del candidato que hoy se ve con mayores posibilidades de ser el próximo presidente y vayamos al proyecto que representa. Otro de los señalamientos que hemos hechos sus críticos, es que EPN representa la restauración del viejo régimen. Ante ello, lejos de desmentirlo, parece que la apuesta es asumirlo como virtud. No se ha cansado de decir que la gobernabilidad del país depende de que el partido del presidente tenga mayoría absoluta en ambas Cámaras y eso no puede significar otra cosa que el regreso del presidencialismo omnipotente. El mensaje es claro: lo que se requiere es eficacia y, para ello, se requiere sacrificar los avances democráticos y volver al pasado.

Apuesta por la amnesia, por los muchos nuevos electores que no padecieron al partido de Estado, pero que encuentra eco también por la decepción hacia los partidos que lucharon por la democracia y que no se han distinguido lo suficiente del PRI a la hora de gobernar, mismo que se desgastaron por las estrategias erradas en los últimos cinco años de quienes disputaron la presidencia en el 2006 y cuya polarización subsecuente fue aprovechada por el partido del viejo régimen y por EPN para reposicionarse.

Pero el viejo régimen también se anuncia en las formas. El registro del candidato único para la candidatura del PRI-PVEM-PANAL tuvo toda parafernalia de las unciones producidas por el célebre dedazo. La cargada y el culto a la personalidad regresaron por sus fueros. Pero no sólo volvió la antigua estética priísta, también sus códigos. Que no quede ninguna duda de quién concentra el poder y toma las decisiones. Por eso, Peña Nieto acepta ante los medios el “desgaste” de Humberto Moreira como presidente del PRI, un día antes de que éste presente su renuncia, la cual se hizo inevitable una vez que el candidato se pronunció. Si pudieran decirlo en una consigna sería: “Todo el poder al (futuro) presidente”.

Vemos como el señalamiento a EPN como un producto del marketing sin propuesta propia, dependiente del teleprompter, que no sabe qué hacer o decir fuera del script y que representa el pasado autoritario dista mucho de ser una “leyenda negra”. Voluntaria o involuntariamente, el exgobernador mexiquense está sustentando esa imagen que, si bien no ha permeado aun al grueso de la población, en el llamado “círculo rojo” le costará mucho desmentir, y más ahora después de su tragicómico gazapo en la FIL.

Con el “librogate”, las redes sociales dieron una probadita del peso que han adquirido y de la importancia creciente que van a tener en la medida en que se acerque la elección presidencial. Un espacio al que no se puede controlar y que no dejará pasar nada a nadie, para bien y para mal. El juez más severo en un espacio por fortuna libre, a pesar de los excesos que ahí se dan. No compartí que se atacará -menos aun la saña con la que se hizo- a la hija de Peña Nieto, pues considero que ésta responde a la intención de golpear políticamente al padre. Finalmente ella reaccionó frente a las burlas a un ser querido, reproduciendo un tuit desafortunado de su novio. Me parece que hay que dejar a los hijos en paz, pero, con independencia de opiniones morales, las redes seguirán siendo implacables y más vale que los candidatos se vayan haciendo a la idea de eso y, espero, que ninguno tenga la pretensión autoritaria de querer regular su actividad. Insisto, más vale pagar el costo por los excesos de la libertad que aceptar cualquier tipo de perniciosa censura a la opinión ciudadana en la red.

Que se descubra a la persona de carne y hueso detrás del personaje que los mercadólogos han construido para los candidatos es sano para la vida pública y servirá para que los ciudadanos tomen una decisión más informada al momento de votar. Para ello jugarán un papel crucial las redes sociales. Esto apenas comienza.

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