Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran
El tamaño (de la ventaja) sí importa. Desde que se frustró la alianza del PRD y el PAN en el Estado de México, sólo desde los autos de fe del voluntarismo existió competitividad en la elección. “La unidad de las izquierdas”, sin duda importante y construida alrededor de un buen candidato que se lució en los debates y las entrevistas, resultó ser a todas luces insuficiente para amenazar la permanencia del PRI en el gobierno de aquel estado; pero el escenario con una diferencia tan grande no lo tenía contemplado el constructor de esa política que se centró en reventar la alianza con el panismo y conformar el mismo bloque con el que compitió en el 2006. Andrés Manuel López Obrador aspiraba a que se prefigurara desde ahora la polarización entre Peña Nieto y él, con el Partido Acción Nacional notablemente disminuido. Sin embargo, al ser más de 40 puntos porcentuales la distancia entre su candidato y el vencedor, el tiro le salió por la culata –cuando la diferencia es 3 a 1 no hay dos polos.
Por eso es que a pesar de que vimos al tabasqueño estirar la cuerda al máximo para que en el Estado de México no se diera la alianza izquierda-derecha que tan buenos resultados dio en 2010 e impulsar en su lugar un “bloque de izquierdas” que “no necesitaba al PAN para ganar” y convencer al candidato que en un primer momento había manifestado que no lo sería, ahora intenta un imposible deslinde de la suerte obtenida por Alejandro Encinas en la elección. La estrategia, tal y como quedó plenamente documentado frente a la opinión pública, fue diseñada, exigida y (casi) impuesta por Andrés Manuel. Pero lo importante no es señalarlo y hacerle pagar sus culpas sino que se asuman los errores cometidos para poder rectificar.
Ahora surge de manera natural una pregunta a la cual AMLO no puede eludir: A la luz de los resultados –siempre señaló que el Estado de México era el ensayo general de la elección presidencial-, ¿cómo espera ganarle a Enrique Peña Nieto, a quién siempre señaló como el verdadero contrincante? Y es que la respuesta es obvia. Haciendo lo mismo, no hay manera y, el problema para López Obrador es que está casado con esa estrategia electoral tanto como lo está Felipe Calderón con la que se lleva a cabo contra el crimen organizado. Por ello, si 40 mil muertos no han logrado modificar esta última, tampoco parece que 40 puntos de diferencia sean suficientes para que AMLO cambie su discurso y su política de alianzas.
Un poco en su descargo diré que López Obrador esperaba un escenario esencialmente diferente, pero para que se diera necesitaba de la colaboración involuntaria de sus adversarios, misma que nunca llegó. Cuando amenazaba con presentar a Yeidckol Polevnsky como candidata del PT y Convergencia en caso de que hubiera alianza del PRD con el PAN, aseguraba que iba a estar todos los días de la campaña recorriendo el Estado de México. Su apuesta era convertirse en el candidato virtual de la izquierda. Para hacerlo, tenía que convertirse en el protagonista de la elección, tal y como aconteció en Iztapalapa 2009. Tengo la convicción que el escenario con el que realmente contaba era el del rechazo al registro de Alejandro Encinas. La descalificación de su sustituto en la jefatura de Gobierno le habría permitido crecer con el conflicto, aprovechándose de la victimización, como tantas veces lo ha sabido hacer con éxito. No olvidemos que Yeidckol pidió licencia en el Senado a tiempo para entrar al quite como candidata de remplazo en el caso de que fuera requerida. Estaba lista para ser la Juanita de la historia. Si le quitaban a Encinas la candidatura, la responsabilidad de la derrota caería “en la mafia del poder”, el agravio hubiera llegado hasta la elección del 2012 como combustible de polarización y AMLO hubiera tenido una precampaña inmejorable, con todos los reflectores encima, y la candidatura presidencial en la bolsa.
Pero sus adversarios no comieron el anzuelo -AMLO se ha convertido en el político más predecible del país- y a pesar de la tentación no le dieron el gusto de irse a fondo a impugnar la residencia de Alejandro; el IEEM, instancia controlada por Peña Nieto, lo dejó pasar sin problemas. La elección fue la crónica de una derrota tan anunciada como el conflicto que se habría desatado si le negaban o cancelaban el registro de Encinas, mismo que nadie quiso comprar. Eso explica por qué Andrés Manuel, sabiendo lo que vendría -aunque no su magnitud- decidió tomar distancia, abandonar la entidad mexiquense y sólo acudir a dos eventos, el primero y el último, de su candidato, no obstante su compromiso previo de estar de manera permanente en la campaña.
Algunos neófitos, o que fingen serlo, suman los votos del PRD y del PAN para asegurar que la alianza no habría tenido ninguna posibilidad de ganar en el Estado de México- En realidad, de haberse concretado habría sido otra elección. Todas las alianzas en el 2010 obtuvieron mucho más votos que la adición de los sufragios emitidos por los partidos coaligados por separado en el 2009. Éstas potenciaron, multiplicaron los votos. Al volverse una elección competida, el abstencionismo habría sido mucho menor y se habría configurado un “tete a tete” entre Encinas –su primera posición fue aceptar encabezar la alianza si una consulta así lo determinaba- y Eruviel, escenario muy propicio para el primero. Alejandro pudo ser gobernador mexiquense, pero prefirió sacrificarse por una estrategia que, a pesar de su buen desempeño en la campaña, resultó desastrosa y que lejos de impulsar la candidatura de AMLO al 2012, la pone seriamente en entredicho, al menos para el sentido común. Repitiendo el esquema del 2006, con los mismos partidos y contando con todo el respaldo del obradorismo, organizado en Morena, y de su líder, Encinas obtuvo más de un millón y medio de votos menos que López Obrador en la elección presidencial, es decir, se perdieron casi las dos terceras partes de la votación de aquel entonces.
La estrategia fallida de López Obrador en el Estado de México no exime de sus errores y fallas al PAN, no sólo en esa entidad. Nayarit es un estado que en alianza se hubiera podido ganar tranquilamente, pero el sueño guajiro de Molinar Horcasitas de repetir ahí la historia de Baja California Sur convenció a Madero de romper la coalición y desconocer los acuerdos de la anterior dirección nacional panista. Mal cálculo que, por supuesto, no borra los graves errores estratégicos que también cometió el PRD en esa entidad. Pero esa es otra historia que dará pie a otro artículo. Lo fundamental para efectos del presente texto es establecer que en este caso la derrota también se debió a la no utilización de la estrategia que dio resultados en el 2010 y que, dada la situación, es la única con posibilidades de hacer competitivas las elecciones en donde gobierna el PRI.
Por más que se quiera eludir, hay un costo ineludible de la derrota de 40 puntos en el Estado de México. Ha quedado de manifiesto que si en la elección presidencial se repite el mismo esquema no habrá posibilidades de vencer al PRI. Es cierto que los triunfos priístas en 1999 y 2005 no evitaron la derrota de ese partido en el 2000 y el 2006, pero ahora no hay “efecto Fox” ni “efecto AMLO” de aquellos años. Ahora es priísta, Enrique Peña Nieto, el que trae ventaja en la popularidad. Cambiar la historia que hoy parece inevitable implica no sólo cambiar la estrategia que no funcionó, pues rebasa, en mi opinión, a lo que ocurra en el campo de los partidos. Sólo si irrumpe la sociedad en el proceso puede enfrentarse con seriedad a la inminencia del triunfo de la restauración e impulsar en su lugar una opción comprometida con la transición que la alternancia nos quedó a deber. Cómo puede darse ese fenómeno es lo que hoy nos debe hacer reflexionar.
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