Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran
Como un homenaje a mi querido Maestro, comparto el texto que leí en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras con motivo de la celebración por los 90 años de vida de Don Adolfo Sánchez Vázquez, el 18 de octubre de 2005
Pulsos deshabitados: aquí tenéis
mi pulso ardiendo
Adolfo Sánchez Vázquez 1935-1936
Justo y pertinente resulta el Homenaje que la Facultad de Filosofía y Letras organiza a Adolfo Sánchez Vázquez. Lo primero no sólo por el motivo explícito del mismo, la conmemoración de sus 90 años de vida, sino también porque en nuestra escuela se ha forjado el pensamiento filosófico de este hombre que ha dejado una impronta profunda e indeleble en y más allá de sus aulas. Lo segundo, su pertinencia, porque se trata de un pensamiento vivo y palpitante, cuyo dinamismo le ha permitido resistir y contraatacar, persistir y corregirse, ponerse al día y adelantarse al futuro en circunstancias por demás adversas. Mis felicitaciones, pues, al Dr. Ambrosio Velasco por este acierto y mi agradecimiento por su gentil invitación a participar en el presente reconocimiento a la vida y obra de mi querido y admirado maestro.
Ingresé a la facultad cuando los ladrillos del Muro de Berlín caían despedazados al suelo para luego ser llevados a todos los confines de La Tierra como souvenirs. Un acontecimiento del que todos, actores y espectadores, eran concientes, sino de sus alcances sí de que tendría una enorme significación histórica –Sánchez Vázquez calificaría el hecho unos años más tarde como “el fin del siglo XX” (1). Poco después terminaría la indecisión e impotencia de Gorvachov de la única manera posible: con su salida del poder. La otrora poderosa Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se desintegraría entregándose, cada una de sus partes, al más salvaje capitalismo. Eran tiempos de confusión y sentimientos encontrados. El ocaso de unos regímenes tiránicos, pero que dejaban el campo libre al capitalismo injusto y depredador; el fin de la Guerra Fría, pero el advenimiento del mundo unipolar; el júbilo de millones de personas que esperaban mejores condiciones de vida y mayores libertades, pero la pulverización de un empresa titánica que, en sus inicios, se inspiró en los más altos valores humanos y que, al margen de su perversión, movió a muchos hombres y mujeres a dar su vida por ella. Estábamos ante hechos de consecuencias aún inciertas debido al inesperado y vertiginoso desenlace que de golpe estaba cambiando dramáticamente la geopolítica de la posguerra.
En esas circunstancias, preguntas obligadas flotaban en el ambiente intelectual del mundo y, por lo mismo, también de nuestra facultad: ¿Por qué se vinieron abajo los regímenes del, por ellos mismos llamado, “socialismo real”? ¿Terminó la viabilidad de un sistema social específico o es el fin de toda posibilidad de emancipación? ¿Hay que aceptar el triunfo del capitalismo como un hecho incuestionable e irreversible? ¿Se puede aún sostener la vigencia del pensamiento de Marx como instrumento para la acción política liberadora? ¿Vale la pena seguir luchando por un cambio radical en la sociedad? Interrogantes que por su trascendencia nos interpelaban a todos; pero si alguien estaba obligado a hacerles frente en estas aulas era el reconocido y prominente marxista, Adolfo Sánchez Vázquez, quien además de tener toda su vida sosteniendo la necesidad humana del socialismo llevaba tiempo ocupándose del tema de la naturaleza de esas sociedades. Sus respuestas y la manera en que las dio me impresionaron.
No encontré a un hombre a la defensiva, atrincherado en verdades decimonónicas,repitiendo dogmas y consignas a falta de argumentos y negando la realidad; tampoco al capitán del barco que ante el naufragio está dispuesto a hundirse con su nave como una última y patética muestra de martirologio militante; ni al Pilatos que se lava las manos y se preocupa más por los deslindes que por enfrentar la grave situación; mucho menos al acróbata que realiza saltos mortales para acomodarse en el lado opuesto de la barricada cuando todo lo ve perdido. Lo que vi fue a un gladiador que con inteligencia, rigor, conocimiento, audacia, seguridad y respeto por las reglas del combate blandía sus ideas con fuerza y precisión. Desde un marxismo abierto, crítico, sin condescendencias, con la autoridad moral de llevar muchos años cuestionando, y más de una década denunciando, a ese sistema que en nombre del socialismo negaba los valores de libertad, justicia y democracia que lo inspiraron, Sánchez Vázquez sorteaba la acometida, manteniendo a salvo la posibilidad de realización, en otras condiciones, de la utopía socialista, concepto, por cierto, revalorado por él mismo. Todo ello sin minimizar el golpe recibido y las funestas consecuencias que necesariamente alejaban por un tiempo tal posibilidad. Mi maestro, nuestro maestro, le aguanta la mirada a la realidad y no se engaña con ella por más dura y difícil que se le presente.
Ahora bien, si yo cometiera el imperdonable error lógico, el mismo que identifica Sánchez Vázquez en Lenin cuando éste universalizó su experiencia organizativa del Partido Bolchevique (2), y generalizará esa imagen de gladiador que tuve del maestro en los momentos próximos al derrumbe del “socialismo real” y la llevara al conjunto de su obra, e incluso, lo que ya no sería un error sino un sacrilegio en esta facultad, me siguiera de frente y lo extrapolara a su vida y dijera que estamos en el homenaje del gladiador Adolfo Sánchez Vázquez, quizá mi afirmación no se aleje mucho de la realidad. Nuestro filósofo siempre combate, así sea fraternalmente, pero combate. La polémica es parte consustancial de su obra, es la preocupación que lo ocupa y motiva, es, en buena medida, lo que le da sentido a sus escritos, conferencias, participaciones, discursos y clases.
De manera explícita o implícita, directa o indirecta, siempre está presente la otra u otras posiciones. Enfrente puede estar una teoría o una ideología, un amigo o un adversario, una orientación política o una tendencia artística; lo mismo se enfrenta a ideologías conservadoras como aquellas que pugnan por la “neutralidad ideológica”, la naturaleza humana egoísta o que celebran entierros sin los cadáveres de la utopía, la Historia o la misma ideología, o bien a ideologías que se mueven dentro de un pretendido marxismo pero que su sustento teórico es burdo y dogmático, como el “marxismo-leninismo”, que a filosofías consolidadas de dentro, de los linderos o de fuera del campo marxista. Puede polemizar con importantes filósofos o teóricos como Heidegger, Habermas, Marcuse, Nietzsche, Sartre, Adorno, Althusser, Lukács, Gramsci, Lenin, Luxemburgo, Kosik, Trotsky, Korsch, Bell, Mariategui, Bobbio, Weber, Foucoult, Lyotard, Vattimo, Villoro, Feuerbach, Kant e incluso Engels y Marx, o bien con personalidades inefables como Francis Fukuyama. Es verdad que no pelea a muerte, que habitualmente lo hace de manera fraternal y que, sin ser condescendiente con nada ni con nadie, sabe reconocer la razón en el otro y practica la auténtica tolerancia, aquella que él recuerda sostenida por el jurista español Francisco Tomás y Valiente: “Tal vez la tolerancia en nuestro tiempo –decía el jurista– haya de ser entendida como el respeto entre hombres igualmente libres... Así concebida, como respeto recíproco entre hombres iguales en derechos y libertades, pero que no se gustan, bienvenida esta forma de tolerancia” (3). La filosa espada de la crítica sanchezvazqueana deja siempre intacta la dignidad del adversario.
Como todo buen gladiador, Sánchez Vázquez tiene peleas memorables. Una de ellas es la efectuada en su examen profesional de grado de doctor que tuvo con la tesis llamada “Sobre la Praxis”, base de su libro fundamental Filosofía de la praxis, el cual no sólo rompió record de tiempo sino que, según sus propias palabras, se convirtió en “una verdadera batalla campal de ideas” con los sinodales José Gaos, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Elí de Gortari y Wenceslao Roces. También lo fue aquella que dio en el Encuentro Vuelta a principios de septiembre de 1990, cuando nuestro filósofo aguó la fiesta fúnebre que del socialismo había preparado la revista del mismo nombre con la participación de intelectuales renombrados a nivel internacional. Sánchez Vázquez alzó su voz solitaria para sostener que eso era un falacia, que lo que cayó era el “socialismo real” y no el auténtico socialismo, que éste sigue siendo posible, pero que tendría que darse en condiciones muy diferentes a las de la Rusia zarista, y el cuál sería más democrático que cualquier sociedad dentro del capitalismo, al que, por cierto, se pretendía absolver de sus males y se le estaba embelleciendo de manera inaceptable, y que el pensamiento de Marx, no obstante lo que debía revisarse de él, seguía siendo vigente. Según cuentan las crónicas, su intervención propició un espontáneo aplauso de los periodistas en la sala de prensa, exactamente igual que como sucedió frente al televisor en el que observé tan afortunada y anticlimática participación. Octavio Paz ya no le quiso dar la palabra, pero ni falta hacía: “el muerto” todavía se movía (4).
Una pelea cercana a la epopeya fue la que protagonizó en el Auditorio “Che Guevara”, hoy lamentablemente privatizado, con el Consejo General de Huelga en agosto de 1999, en compañía de Luis Villoro, Alfredo López Austin y Manuel Peimbert, con objeto de defender la propuesta que habían hecho para romper el estancamiento de una huelga que no tenía visos de solución y abrir el proceso de transformación universitaria a la participación de toda la comunidad. El ambiente era de crispada polarización. Así lo contó en su crónica Herman Bellinghausen:
"Pareció que el aplauso en memoria de La Tita Avendaño, un largo minuto en el Che Guevara repleto, de pie y a manos llenas, se llevaría la tarde. Pero no. El momento más poderoso de la sesión lo originó una persona viva: Adolfo Sánchez Vázquez. No fue por su condición de hombre mayor, ni por la trayectoria intelectual que lo honra. Ni porque es de izquierda, ni porque es profesor emérito. Pero con todo esto junto, Sánchez Vázquez fue quien llegó más lejos de entre las decenas de oradores que durante seis horas hablaron sin parar (y sin ser interrumpidos nunca, verdadera novedad en un acto convocado por el siempre rijoso Consejo General de Huelga).
Fue el más provocador de todos. El más inquietante: ‘Comprendo que haya grupos dentro del movimiento que consideran que la única fuerza que podemos imponer es la huelga’. Mantener la Universidad cerrada como único recurso para transformarla, dijo, ‘implica una cierta desconfianza en nuestras propias fuerzas para conseguir lo que queremos’. Llevaba rato calentando al auditorio con sus intervenciones, pero en ese momento estalló el aplauso más largo y abundante, con bravos y gente progresivamente de pie y al final un Goya general y Luis Villoro con el puño en alto..."(5)
¿Por qué pelea nuestro gladiador? A diferencia de aquellos que peleaban en el Circo Romano, Sánchez Vázquez tiene una causa que lo impele a ir una y otra vez a dar la batalla. Si las peleas de Espartaco en el circo hubieran podido contribuir en algo a su libertad y a la de sus compañeros, así como en detener la expansión del poderío romano, seguramente ahí hubiera continuado peleando. Pues precisamente porque para Sánchez Vázquez el resultado de cada disputa intelectual que da trasciende la arena puramente teórica y se inserta en el proceso de transformación del mundo –que es, como todos sabemos, su pasión vital, convicción intelectual, compromiso político y obligación moral– es que no baja la guardia y siempre está listo para el siguiente combate.
Para entender mejor esa necesidad polémica puesta al servicio de la transformación humana, permítaseme hacer una exposición, aunque sea sintética y esquemática. La vinculación conciente e intencional de la teoría y la práctica para que la filosofía deje de limitarse a interpretar el mundo y sirva efectivamente para transformarlo es el fin de la Filosofía de la praxis, que como filosofía está en el ámbito de la teoría y que, por tanto, para realizar ese objetivo requiere de mediaciones con los agentes de ese cambio, es decir, con los hombres que, gracias a la teoría, deben tener un conocimiento racional de las condiciones objetivas en las que se encuentran y, por tanto, de las posibilidades de realización concreta de la transformación propuesta y de los medios que necesitan para llevarla a cabo. Esto significa que la praxis, además de vincular teoría y práctica, también vincula objetividad –condiciones materiales para el cambio– con subjetividad –convencimiento de la posibilidad y deseabilidad de ese cambio– así como ciencia –conocimiento de la realidad a transformar– con ideología –valoración negativa del presente y valoración positiva del futuro propuesto y posible. Lo que aquí no cabe es cualquier tipo de fatalidad en el curso de la Historia. Ni el advenimiento del socialismo está garantizado como tampoco lo está su imposibilidad. Depende de lo qué se haga, de cómo se haga, de quiénes lo hagan y de las condiciones en las que se haga. Por eso Sánchez Vázquez coloca a la vinculación con la práctica como el gozne entre los aspectos fundamentales del marxismo como Filosofía de la praxis –crítica de lo existente, proyecto de emancipación y conocimiento de la realidad–, formando los cuatro una unidad indisoluble, y por eso es que el debate teórico es fundamental para la praxis revolucionaria, máxime cuando dicha praxis actúa con un grado alto de imprevisibilidad, unicidad e irrepetibilidad en el proceso y el resultado, es decir, sin recetas, dogmas ni paradigmas; hay que crear, lo cual significa también crearse. (6)
Este proceso no se cierra. La retroalimentación entre teoría y práctica es permanente: “...la práctica no sólo opera como criterio de validez de la teoría, sino como fundamento de ella, ya que permite superar sus limitaciones anteriores mediante su enriquecimiento con nuevos aspectos y soluciones” (7). La praxis, entonces, además de guiar la acción política se convierte en una vacuna contra el dogmatismo al establecer un método que, en palabras del doctor, “le toma el pulso a la realidad”. Ese es el criterio con el que aplica los dos principios de Marx: “dudar de todo” y “criticar todo lo existente”; criterio, por cierto, que incluye al propio Marx y a sí mismo. Por ello este gladiador es ágil, no se atrinchera en posiciones indefendibles y sus movimientos los hace con pasos firmes y medidos. Sánchez Vázquez cambia, pero no improvisa. Su dinamismo es reflejo del dinamismo de las circunstancias y consecuencia del ejercicio de su crítica. Finalmente, cambia para persistir en lo fundamental: el compromiso teórico-práctico con la emancipación y desenajenación humanas.
La creciente “heterodoxia” de Sánchez Vázquez frente a la ideología oficial barruntada de conceptos filosóficos en el tristemente celebre Diamat fue resultado de un proceso necesario. Sin duda, jugaron un papel importante diversas causas que él mismo nos cuenta: el jóven Marx que lo despertó de su sueño dogmático con la lectura de los Manuscritos de 1844, las revelaciones del XX Congreso del PCUS, la revolución cubana y la intervención violenta del Pacto de Varsovia contra la Primavera de Praga (8) . Pero todo ello por sí solo no explica totalmente esa transformación. Ahí hay un espíritu abierto, un hombre de ideas y debate que le quedaba estrecha la teoría de manual sostenida por consigna y una fuerza moral que lo ha llevado a responder a los requerimientos de su propio raciocinio por encima del cálculo interesado o del temor al anatema tan socorrido por los perros guardianes de la ortodoxia. Por eso su paso de la literatura a la filosofía y por eso es que no se detuvo con su contribución a la renovación del marxismo con su Filosofía de la praxis y ha seguido y seguirá revisando lo que su crítica, en contraste cotidiano con la realidad, vuelva insostenible y también lo que, en cambio, integre y asuma por considerarlo valioso para fortalecer la posibilidad efectiva de esa sociedad superior que se puede llamar o no socialismo.
Sánchez Vázquez esta abierto a los cambios de su tiempo, a las nuevas luchas sociales, étnicas, sexuales, ecologistas, así como a las críticas afines o adversas que se hagan a Marx y al marxismo que representa, aunque esto lo lleve al filo de lo que podríamos llamar la emancipación posmarxista. Es un gladiador que sabe mejorar sus armas incluso con las de los enemigos y tirar las que ya no sirven, pues de lo que se trata es de transformar al mundo, no de defender estatuas ni prender inciensos ni cuidarse de hacer sacrilegios:
"Contribuir a fundar, esclarecer y guiar la realización de ese proyecto de emancipación que, en las condiciones posmodernas, sigue siendo el socialismo –un socialismo si se quiere posmoderno– sólo puede hacerse en la medida en que la teoría de la realidad que hay que transformar y de las posibilidades y medios para transformarla, esté atenta a los latidos de la realidad y se libere de las concepciones teleológicas, progresivas, productivistas y eurocentristas de la modernidad, que llegaron incluso a impregnar el pensamiento de Marx y que se han prolongado hasta nuestro tiempo. Lo cual significa a su vez que no hay que echar en saco roto las críticas de la modernidad después de Marx ni lo que la crítica posmodernista aporta –sin proponérselo– a esa emancipación" (9).
Un punto fundamental en la aportación de Sánchez Vázquez al marxismo es la revaloración positiva de la utopía como la proyección a un futuro que no existe, pero que es posible y deseable su realización, el cual se distingue del que resulta irrealizable y que, por tanto, es utópico en sentido negativo. Nuestro gladiador no sólo pelea contra el presente sino que lucha por un futuro más valioso. Esto contrasta con Marx en la parquedad de éste en describir la sociedad alternativa, lo que es lógico si se tiene presente la necesidad que tenía de distinguirse de los socialistas utópicos, así bautizados despectivamente por él y Engels.
Entiendo esta revalorización sanchezvazqueana como una consecuencia de la renovación teórica del marxismo que, entre otros, él ha llevado a cabo. Si la historia la hacen los hombres en condiciones determinadas –tal como lo indica la cita archiconocida de Marx–, las cuales ya no favorecen a la primacía de la clase obrera en la praxis revolucionaria y ahora los agentes del cambio histórico son muy diversos y heterogéneos y, por otra parte, la contradicción entre medios y relaciones de producción no ha significado el estancamiento de la fuerzas productivas en el capitalismo, entonces la transformación radical de la sociedad requiere del convencimiento de la mayoría de los hombres de que vale la pena hacer realidad esa alternativa social a partir de su viabilidad práctica y superioridad moral que tiene con respecto al presente, en lugar de depender de la generación de conciencia de clase en el proletariado. En ese sentido, la imagen de ese socialismo hoy utópico es indispensable, máxime cuando se tiene como referencia a su negación, lo que fue el “socialismo real”.
Por lo anterior, interpreto, Sánchez Vázquez nos muestra lo que sería esa sociedad futura si la unión de personas, grupos y clases hacen una mayoría conciente que decide convertirla en fin de su praxis creativa, reflexiva y colectivamente intencional: “el reino de la libertad” del que hablaba Marx, la sociedad libre para cada uno de sus miembros, radicalmente democrática, plural y diversa, promotora de la creatividad humana. Una sociedad por la que, teórica y prácticamente, vale la pena pelear (10)
Y eso es lo que ha hecho precisamente Adolfo Sánchez Vázquez desde antes de leer la tesis XI sobre Feuerbach: pensar y actuar para transformar el mundo. Por eso hoy rendimos homenaje no sólo a una prolija obra de calidad y consistencia sino también al hombre que además de hacerla posible ha unido su pasión vital a ella; que además de defender sus ideas se ha comprometido con la realización de las mismas; que además de sortear vendavales personales, políticos, ideológicos y filosóficos sigue apostando al futuro. En los primeros años del exilio dedicó su libro de poemas, El pulso ardiendo, escrito poco antes de estallar la guerra y publicado en México, “…al pueblo a quien debo el tesoro que más aprecio: una salida a la angustia y la desesperanza”. ¿Y qué ha sido su vida y obra sino un constante crear y compartir ese tesoro?
No puedo pensar en Adolfo Sánchez Vázquez sin su drama vital, sin el exilio al que fue condenado por los emisarios de la muerte y agravado por la indolencia y pusilanimidad de las democracias occidentales que se desentendieron de la suerte de la República Española, ofreciendo, como único refugio, los campos de concentración en la Francia del Frente Popular. México y Lázaro Cárdenas representaron en ese momento los mejores y más humanos valores al invitar y recibir a los exiliados españoles. El dirigente juvenil, poeta, político, combatiente y editor de periódicos Adolfo Sánchez Vázquez vivió, como la inmensa mayoría de ellos, incluyendo a su esposa y compañera, también refugiada, Aurora Rebolledo, el dolor de la patria ida y en manos de tiranos, el desgarrón, como él mismo dice, de estar allá y acá y la contradicción de vivir un exilio sin fin aún cuando hubiera llegado el fin del exilio. Pero en ese momento descubre, con esa puerta a la angustia y la desesperanza que siempre carga que “…lo decisivo es ser fiel –aquí o allí– a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar –acá o allá– sino como se está” (11).
Es verdad que aunque el mundo por el que ha peleado con tanto ahínco Adolfo Sánchez Vázquez es necesario y deseable, su realización se ve lejana. Sin embargo, la historia nos recuerda que todo es temporal, que la brega constante trae sus frutos y sus victorias parciales, que puede cambiar la dirección del viento y traer tiempos mejores, donde el socialismo vuelva a ser una posibilidad entre otras. Por lo pronto, tiene un éxito innegable: buscando transformar al mundo ya nos ha transformado a muchos. ¡Felicidades, pues, maestro, que sigue siendo un gladiador con la espada desenvainada… y el pulso ardiendo !
1. Adolfo Sánchez Vázquez, “Más allá del derrumbe”, tomado de Entre la realidad y la Utopía, FCE, UNAM, 1999, p. 247.
2. Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía de la praxis, Siglo XXI, 2003, Cap. 8, “Conciencia de clase, organización y praxis”, pp. 370-396.
3. Adolfo Sánchez Vázquez, “Anverso y reverso de la tolerancia”, tomado de Entre la realidad…Op.cit. p. 117.
4. Adolfo Sánchez Vázquez, “Por qué vive y se necesita el socialismo”. Intervenciones en el Encuentro Vuelta, tomado de El valor del socialismo, Itaca 2000.
5. La Jornada, Crónica de Hermann Bellinghausen, 11 de agosto de 1999.
6. Adolfo Sánchez Vázquez, Filosofía de la Praxis…Op.cit. pp 286-318.
7. Ibid, p. 301.
8. Adolfo Sánchez Vázquez, “Vida y Filosofía”, tomado de A tiempo y destiempo, FCE, 2003, p. 38.
9. Adolfo Sánchez Vázquez, “Radiografía del Posmodernismo”, tomado de Filosofía y Circunstancias, Anthropos, UNAM, 1997, p. 329.
10. Ver Adolfo Sánchez Vázquez, “Ideal socialista y socialismo real”, “¿Vale la pena el socialismo?”, “La utopía de Don Quijote”, “La utopía del ‘fin de la utopía’” y “Una utopía para el siglo XXI” Tomados de A tiempo…Op cit y Entre la realidad…Op cit.
11. Adolfo Sánchez Vázquez, Exilio sin fin y fin del exilio, (el subrayado es del autor), Grijalbo 1997, pp. 35-38.
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