miércoles, 15 de diciembre de 2010

CARTA A EPIGMENIO IBARRA

Twitter: @ferbelaunzaran

Estimado Epigmenio:

Como te había adelantado, no resistí comentar tu provocador –en el mejor sentido del término- artículo, “El suicidio de la izquierda”, que publicaste en tres partes en el periódico Milenio (26 de noviembre, 3 y 10 de diciembre). Texto con agudo filo crítico con el que tengo tanto coincidencias como discrepancias.

Aciertas al describir en parte la crisis por la que atraviesa la izquierda electoral mexicana, pero te pierdes al tratar de explicar sus razones o, al menos, eludes la discusión más importante en el terreno estratégico. Tus cuestionamientos morales, a pesar de las pronunciadas hipérboles y figuras retóricas elocuentes que utilizas y que dejan poco espacio para los necesarios matices, dan en el clavo. La famosa frase de Lord Acton, “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, por desgracia, también se verifica en la izquierda.

Es innegable que el tránsito de muchos cuadros de la izquierda a las elites dirigentes de importantes localidades y del país ha favorecido en su seno tendencias a favor del status quo, relegando el compromiso por el cambio. Sin embargo, caes en un reduccionismo moral que te lleva a condenar antes de entender, a descalificar sin detenerte en las razones, con independencia de que las compartas o no. Tus juicios preceden al análisis cuando debiera ser al revés. Me explico.

Oportunistas que anteponen su interés personal a los del proyecto que dicen representar hay en todos los partidos, en todos los ámbitos y, sí, también en las distintas partes de la izquierda electoral que hoy están notoriamente divididas y hasta enfrentadas. Pero al generalizar esa situación y de un plumazo inmoralizar a todos los que sostienen una de las posiciones no sólo acusas sin fundamento sino que le das la vuelta al punto fundamental, estratégico, que explica en buena medida la situación crítica por la que atraviesa la izquierda en México. En ese sentido, lamento que hayas empobrecido un muy buen artículo, al tomar, en ciertos pasajes, el camino fácil, falaz y porco riguroso del maniqueísmo, reproduciendo el anatema perverso promovido por el caudillo: “quien no está conmigo está con el enemigo”, es decir, es un “traidor” o un “vendido”.

Te cito: “Si los hoy ‘aliancistas’ se quedaron todavía un tiempo a su lado (de Andrés Manuel López Obrador) fue mientras creyeron que había alguna posibilidad de revertir el resultado. Luego, ya en sus curules, se apresuraron a tender la mano al vencedor y buscar su tajada del pastel”. Esta acusación –que, por cierto, me recuerda a las que hacía la ultra del CGH en la “Asamblea General” para todo aquel que planteaba en el movimiento estudiantil la necesidad de dialogar y negociar con las autoridades- es infame y cierra de entrada la posibilidad de cualquier acuerdo con los “malos” que se atrevieron a pensar distinto del gran líder –¡tremenda herejía!- , pues, como tú de seguro sabes por tu experiencia en El Salvador, a los traidores se les combate y, si se puede, se les aniquila; no se negocia ni se pacta con ellos. Además, con descalificaciones fáciles y baratas se esconde, tras el humo de la pira moral, el debate esencial sobre las definiciones estratégicas.

Si compartimos, Epigmenio, una sencilla convicción democrática, en el sentido de que no hay caminos únicos e incuestionables, de que puede haber distintas alternativas y que ninguna de ellas tiene el monopolio de la legitimidad moral, entonces podemos establecer los términos de la controversia como debieron ser planteados y no como sucedió: “buenos” contra “malos”, “leales” contra “traidores”, la luz contra la obscuridad. Es verdad que en tu texto hablas de las alianzas, pero esa ya fue una discusión postrera, la cual sólo pueden explicarse por los escenarios y las consecuencias generadas por una muy mal resuelta disyuntiva original que requiere ser considerada para cualquier análisis serio de lo que hoy vivimos. Permíteme hacer una breve reseña para contextualizar.

Hace cuatro años, la izquierda acarició la Presidencia de la República en una contienda electoral, ciertamente sucia y enrarecida, que polarizó al país en izquierda y derecha, dejando al partido del viejo régimen relegado, desdibujado y en crisis. Hoy las cosas son muy diferentes. Los partidos y personajes que disputaron en cerrada competencia la primera magistratura del país están desgastados mientras que el PRI, sin hacer más que aprovechar a su favor la confrontación post electoral y los errores de los entonces punteros, se ha fortalecido al grado de que su principal precandidato y favorito de la tele aventaja en las encuestas por más de 2 a 1 a su más cercano perseguidor.

¿Cómo se llegó a esta situación? ¿Por qué la izquierda no es la que mejor ha aprovechado el deficiente gobierno de Felipe Calderón, la crisis económica y el desbordamiento incontrolable de la violencia, a pesar de ser el principal y más evidente opositor de la actual administración? ¿Cómo fue que se dilapidó el gran capital político y la enorme fuerza mostrada en 2006, al grado de que Andrés Manuel y los partidos que lo apoyaron son los que mayor rechazo concitan hoy en el país? Las debidas respuestas son, sin duda, multifactoriales, pero centrémonos en lo que concierne al pensar, decir y hacer de la izquierda electoral tras el traumático desenlace de las elecciones presidenciales del 2006.

La primera definición estratégica que se tomó ya dibujaba los derroteros que vendrían. El controvertido plantón de Reforma –tal y como se puede apreciar claramente en la evolución de las encuestas- marca el punto de quiebre en el que se acentúan dos tendencias complementarias: la pérdida de respaldo y el aumento del rechazo. Lejos de conseguir su justo objetivo, el recuento total de votos –que, por cierto, en algo que me parece inexplicable no fue solicitado al TEPJF- sólo sirvió para estigmatizar al movimiento y confirmar en importantes sectores los temores esparcidos por la guerra sucia. Fue un gran autogol. Pero lo más grave no fue la falla sino la ausencia de autocrítica, pues en lugar de rectificar se profundizó la línea política de confrontación absoluta y ajuste de cuentas con los que “haiga sido como haiga sido” se hicieron de la conducción del país, lo cual tuvo como resultado el constante aislamiento del movimiento obradorista –y de los partidos con los que se le asocia- que se olvidó de lo primordial, las necesidades de la gente, posponiendo su propuesta de cambio hasta aquel mítico momento en que recuperara lo que consideraba se le había arrebatado a la mala: la Presidencia de la República.

Frente a esa posición impulsada por el excandidato presidencial se planteó otra. Aprovechar el peso histórico de sus bancadas en el Senado y la Cámara de Diputados para ser una fuerza de transformación del país que impulsara los cambios contenidos en la agenda del PRD. Con ello se daría una imagen de izquierda propositiva y responsable a la ciudadanía y se evitaría que el PRI siguiera medrando con la polarización. En lugar de promover la descomposición y el enrarecimiento políticos para alentar una salida rupturista, pensando que el empeoramiento de la situación automáticamente beneficiaría a la oposición de izquierda aunque ésta se mostrara como promotora y agorera del desastre, ser un factor de estabilidad a partir de la consecución de reformas importantes y beneficiosas para el país y la sociedad. La disyuntiva era traer a “mecate corto” a Calderón hasta obligarlo a renunciar o, sin olvidar agravios ni otorgar legitimidades, ser una izquierda que trata de cumplir su programa aún siendo oposición y, con ello, buscar ganar confianza ciudadana para estar en mejores condiciones en la próxima contienda electoral, momento de la ansiada revancha. Confrontar y contrastar en todo, votando incluso contra las propuestas propias -tal y como AMLO se los pidió a los legisladores, “cuando estemos en la presidencia las llevaremos a cabo”- o construir acuerdos con las otras fuerzas políticas y sacar adelante propuestas importantes del programa de la izquierda.

Discrepar no es problema. Al contrario, la coexistencia de diversos puntos de vista no sólo es algo natural sino también enriquecedor. Sólo hay que saber procesar las diferencias. Sin embargo, estas dos visiones estratégicas se estorbaron mutuamente, pues no hubo manera de dirimirlas institucional y democráticamente. En lugar de apostar al convencimiento y a la persuasión en una instancia de dirección colectiva, Andrés Manuel López Obrador optó por abrir el viejo y putrefacto expediente del linchamiento moral contra los que discrepan: “traidores”, “calderonistas”, “colaboracionistas”, “modositos”, “moderados”, “legitimadores”. Muchos denuestos y pocas ideas, pues de lo que se trataba era de doblar a los disidentes y alinear a todos detrás del líder al que no se le debe contrariar. Hubiera sido muy provechoso que el diálogo respetuoso y el debate inteligente zanjaran la cuestión. Pero como eso no sucedió y los heréticos dirigentes no se replegaron ante los anatemas y las hogueras morales de los inquisidores de la ortodoxia pejista, coexistieron ambas estrategias, dando una imagen incomprensible a la sociedad, un híbrido contradictorio e indescifrable. El PRD mostraba dos caras y proyectaba confusión, aunque resulta evidente que las posiciones y acciones estridentes son más visibles y dejan mayor impronta en la sociedad. Se debe reconocer, y asumir autocríticamente las responsabilidades propias, que de esta ambigüedad y ambivalencia esquizofrénica perdimos todos.

No hubo tal separación “casi inmediata” entre ambas visiones. Lo que se dio fue un proceso largo y accidentado. De manera constante se buscaron y se dieron acuerdos de compromiso; eso sí, muy endebles y poco claros. Te recuerdo dos de los episodios más notorios. La reforma electoral que renovó al IFE, prohibió la contratación particular de propaganda política -lo que molestó mucho a los medios de comunicación electrónica- y estableció el recuento voto por voto, entre otras cosas. Muchas de las demandas de la izquierda fueron incluidas. Pero AMLO decidió sorpresivamente ponerse de lado de las televisoras y del Consejo Coordinador Empresarial, llamando a votar en contra. En la reforma energética, en 2008, se llegó al compromiso compartido de asumir el análisis y la valoración de un comité de expertos, conformado, por cierto, por propuestas que hizo el mismo Andrés Manuel. Cuando ellos avalaron los acuerdos logrados, el excandidato presidencial organizó una pantomima vergonzosa, y en un remedo de “democracia directa” en el Hemiciclo a Juárez llamó a votar también en contra. Para él, cualquier acuerdo en las Cámaras significa darle oxígeno al régimen que quiere ver colapsado, en la idea de que eso le permitiría resurgir como salvador del país.

Estoy convencido de que si en 2006, AMLO acepta el fallo del TEPJF bajo protesta y pone el programa de transformación de la izquierda por delante, de tal forma que su capital político, el peso de las bancadas y la fuerza movilizada que en ese momento existía fuera utilizada para reformar al país, estaría él, y no Peña Nieto, a un paso de la presidencia. Pero no se hizo y el panorama es por completo diferente.

Las alianzas son producto de la necesidad, no del gusto. Ojalá estuviéramos en una situación distinta. Dadas las condiciones de mutua debilidad del PRD y el PAN, dicho instrumento significan la única posibilidad de cambio por la vía electoral en entidades bajo dominio ancestral y caciquil del PRI. Los ciudadanos las avalaron con su voto, no obstante las diferencias y los agravios que existen entre los partidos coaligados. Hacer una alianza estatal donde el PAN es oposición no significa avalar las políticas de Calderón. El ámbito, la extensión y la temporalidad están acotados. Lo importante es determinar si las sociedades se benefician con ellas y no tengo dudas de que, por ejemplo, los oaxaqueños van a estar mejor con Gabino Cue y sin el yugo ulisista.

Es importante contrastar experiencias. En Veracruz se siguió a pie juntillas la otra estrategia. Dante Delgado fue respaldado por PRD, PT y Convergencia y contó con las visitas de AMLO en recorridos, medios de comunicación y mítines. Sin embargo, se obtuvo un muy mermado tercer lugar con poco más del 10% de los votos.

Entiendo y comparto muchos de tus cuestionamientos a la fallida estrategia de “guerra” contra el narco que lleva acabo la administración de Felipe Calderón y también considero que en 10 años de gobiernos panistas están muy lejos de cumplirse las expectativas de cambio que trajo la alternancia. Pero eso no nos debe llevar a hacernos a un lado ante el avance del PRI y la posibilidad real de regresión. No se trata de elegir entre PRI y PAN, sino de sacudir cacicazgos a nivel local y emparejar el terreno hacia el 2012, de tal suerte que la izquierda tenga la posibilidad de competir con éxito y triunfar.

Es cierto que la lucha de la izquierda no se puede circunscribir al ámbito electoral, pero sería un grave error desentenderse de las urnas. Estoy consciente de que en la medida en que el PRD enarbole causas justas olvidadas y recupere su vinculación con sectores sociales que se ha alejado, mejorará su competitividad electoral. Pero aunado a ello debe hacer una política inteligente que le permita competir con posibilidades. Sería un terrible error dar por perdido el 2012 y contemplar el regreso de aquello que tanto trabajo costo vencer. Debilitar al PRI no significa favorecer a la continuidad panista, sino simplemente convertir lo que hoy es una carrera con un puntero solitario en una disputa entre tres.

Reconozco el valor de tu crítica, Epigmenio, y considero muy saludable tus señalamientos de los errores de la campaña en 2006, de la falta de autocrítica, del sometimiento al marketing vacuo, del debilitamiento al compromiso de cambio, del apartamiento de valores y principios con el acceso al poder, etc. Contribución importante a un debate imprescindible.

Te mando un fuerte abrazo y mis consideraciones


Atentamente

Fernando Belaunzarán

5 comentarios:

Anónimo dijo...

estimado Fer,

es de esperar la incongruencia de este "izquierdista" que con una mano le levanta la mano al mesías, mientras que con la otra cobra a la "mafia" [Milenio y Grupo Imagen] por la basura que les ofrece.

saludos
T

Eric el Votante Enojado... dijo...

Fernando,

Magnífico artículo dirigido hacia Epigmenio quien personifica a la perfección los más defectos que "virtudes" de AMLO y su movimiento en el que a pesar de que diga lo contrario, es secundado ciegamente por el mismo Epigmenio y otros tantos recalcitrantes para descalificar, condenar, criticar, etc sin proponer absolutamente nada concreto y congruente que no sea simple diátriba.

palhomo pensante dijo...

Ciertamenmte, muchos de los señalamientos de este sr epigmenio, son ciertos, desgraciadamente inocuos debido a su objetividad macerada a favor de amlo, en cuanto a tus puntos de vista muy comunes en la mayoria, yo sigo teniendo por presente que la union de partidos de ideologia contradictoria no crea cultura y si da pie a la lucha del poder por el poder. muy buen post, envio abrazo y felcitacioens

Anónimo dijo...

@dredgom
Haciendo a un lado el rollo moral y entrando al terreno estratégico que tú propones, yo creo que se te olvida un detalle importante: no el inmenso poder de los medios, sobre todo de las televisoras, puesto que lo tienes presente cuando arguyes todo aquello de la imagen de izquierda propositiva vs la imagen de la izquierda como “promotora y agorera del desastre”; lo que pareces olvidar es que los propietarios de los medios tienen intereses y actúan en consecuencia. Tienes razón al decir que a raíz del plantón “se acentúan la pérdida de respaldo y el aumento del rechazo”. Lo que me parece un poco ingenuo es suponer que si la izquierda se porta bien, los medios la van a lisonjear. Los oligarcas temen perder sus privilegios. Una izquierda real va a propugnar la moderación de esos privilegios para que también se pueda moderar la indigencia. (Desde hace años nos traen con el cuento de que primero hay que crear riqueza, consintiendo a los más ricos, para luego repartirla, pero resulta que a las mayorías lo único que le han re-partido es la madre, porque de reparticiones de las otras, nada de nada). Por otra parte, ser bienportados con los poderes institucionales genera, además, una suspicacia en un sector de las clases desfavorecidas (ese sector que se ha sobrepuesto a la manipulación mediática) y en la izquierda ilustrada de corte más radical. Esa suspicacia no carece de fundamentos porque dice el dicho que con dinero baila el perro y porque otro dicho dice que un traidor puede con mil valientes, y porque si miras la realidad histórica te encuentras 1000 traidores por cada valiente. Y ya que ando dicharacho, pues la mula no era arisca. Si los señores de los medios vislumbran la posibilidad de que la izquierda real llegue al poder arreciarán sus campañas de desprestigio sin importar si ésta es bien o malportada.

Así pues, el error lógico que veo en tu planteamiento es el siguiente: por el hecho de que la “mala conducta” sea usada por los medios para torpedear la imagen de la izquierda, supones sin fundamento sólido lo contrario: que la buena conducta será lisonjeada por los medios o por lo menos que ya no será torpedeada su imagen. Pero cuando se trata de defender sus privilegios, el torpedeo va a ser inmisericorde se tenga o no el pretexto suficiente; por ejemplo, cuando la tele difundió hasta la náusea aquello de “cállate chachalaca”, a pesar de que era en realidad una insignificancia (sobre todo teniendo en cuenta que el propio Fox acabó con la solemnidad que rodeaba a la investidura presidencial). Incluso un día vi en la tele un sondeo en el que una señora muy enojada decía que AMLO le caía muy mal porque le decía al presidente “chachacala o chalacala o quién sabe qué le dice al presidente y eso no está bien”, es decir, la pobre señora ni sabía qué significaba la palabra pero ya andaba pensando que era el peor insulto que podía hacerse, etc. Entonces lo que yo objeto a tu argumentación es que no es razonable creer que porque la izquierda se portara bien, los medios se abstendrían de torpedearla cuando sintieran que se acercan peligrosamente a la posibilidad de ganar una elección presidencial.

Por otra parte, la mala conducta, aunque aleja a todos los posibles votantes manipulados por los medios, causa simpatías entre sectores menos timoratos y más radicales. Estas simpatías si bien asustan a los seguidores moderados, logran que se reduzcan los ánimos guerrilleriles, las propuestas violentas. Hay quienes dicen que sin el plantón pudo haber habido una estallido social o por lo menos haber aumentado mucho la probabilidad de que ocurriera. A mí no me convence mucho esta tesis, pero sí es verdad que hubo por lo menos un poco de desahogo de la presión, habiendo incluso quienes desde la izquierda más radical, acusan al Peje de haber servido a la derecha al dejar escapar esa presión.

Anónimo dijo...

@dredgom
Para terminar, y siguiendo desde el punto de vista estratégico, creo que a AMLO le conviene que se dé la alianza PAN-PRD chucho en el EdoMéx, pero él ir con su propio candidato o candidata, porque probablemente esa alianza le quitaría votos al PRI, no a la izquierda; si AMLO desistiera de su candidato y apoyara la alianza, por ese sólo hecho, muchos de los que hubieran podido votar por esa alianza votarían por el PRI. Si quieres haz un sondeo entre gente de clase media y media acomodada y verás que el mejor escenario para EPN sería que AMLO apoyara la alianza PAN-PRD, puesto que casi toda la derecha se uniría en torno al PRI. A lo mejor me equivoco, pero no deja de ser una posibilidad.

Saludos