Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran
No hay que buscar justificaciones en lo que no puede tenerlas. Tampoco sería correcto alegar atenuantes después de su continua repetición. Las elecciones internas en el PRD, con independencia de la estridencia mediática de los conflictos que provocan, distan mucho de cumplir con los parámetros democráticos que debieran exigirse quienes han hecho de la lucha por la democracia su principal bandera y han tenido no pocos éxitos en esa materia en el país, obteniendo de esa historia buena parte de su capital político y legitimidad social. Es una negación de sí mismos, incongruencia indefendible que debe cuestionarse, analizarse y resolverse, pues es una vergüenza pública que siempre se den hechos que, si bien no deben generalizarse, son inaceptables y que, además de dañar la imagen del partido, sólo benefician a sus adversarios, entre ellos, a quienes buscan restaurar el viejo régimen autoritario. Tal autocrítica indispensable, que alcanza a todas las corrientes perredistas, no debe impedir distinguir a quienes apuestan, por cálculo, a la crisis.
Ha sido más fácil derrotar al PRI en las urnas que en la cultura. Los vicios acumulados en los 70 años del priato no han dejado de ser reproducidos, en mayor o menor medida, por las opciones que con mucho esfuerzo se abrieron paso para lograr la alternancia municipal, estatal y nacional. Educar para la democracia es una tarea de primera importancia, tanto para el sistema educativo, como para las instituciones democráticas, las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos, los medios de comunicación, etc., y sin embargo se ha cumplido de manera muy pobre y, a todas luces, insuficiente. Si lo menciono no es para exonerar a los que hacen actos fraudulentos, practican el clientelismo o toman instalaciones para impedir elecciones sino para dejar asentado que la democracia sólo será formal mientras no se construya ciudadanía y eso implica, en los partidos, formar a sus dirigentes y militantes con valores democráticos y trascender de esa manera la sórdida lucha por cargos y candidaturas que tienen poco que ver con proyectos e ideas.
Ayudaría para subsanar el déficit cultural de un país gobernado por el autoritarismo durante décadas que estructuralmente existieran las salvaguardas para garantizar procesos democráticos. El PRD cuenta con estatutos, reglamentos y órganos adecuados para ello, pero de poco valen cuando éstos son conformados por las mismas corrientes que compiten y que prefieren colocar cuadros que defiendan sus intereses facciosos en lugar de personas independientes y con autoridad moral reconocida por todos. Si la salida planteada ante la ausencia de “incuestionables” era la de vigilarse mutuamente, eso no ha funcionado y el jaloneo por tomar decisiones, no con base en criterios técnicos sino facciosos, es lo que explica la falta de acuerdos y la tensión permanente en los servicios electorales. Además, la correlación de fuerzas del partido en muchas regiones no corresponde con la composición establecida a nivel nacional y la pluralidad muchas veces no cabe para ser incorporada en la organización de los comicios, con lo cual se rompe la equidad, pues sólo unos candidatos o planillas participan también en la organización de las votaciones, y es un foco de mucha desconfianza.
Una solución en ese sentido, propuesta que serviría para todos los partidos políticos –no olvidemos que las instituciones democráticas tutelan los derechos políticos de los militantes- sería que el IFE organizara las elecciones internas de los institutos políticos, sufragadas por éstos mismos, para terminar con el mal de que los jueces sean parte de los procesos electivos. Entiendo que eso no entusiasmaría mucho a los Consejeros y que tiene sus riesgos, pero de esa manera se cumpliría, más allá de simulaciones, los principios democráticos que la Constitución obliga a los partidos. La nefasta paradoja es que salen ganando aquellas organizaciones políticas que deciden a sus candidatos con métodos autoritarios.
Es injusto decir que todas las elecciones del PRD han sido iguales, pero fuera de la que decidió la candidatura a jefe de Gobierno en 1997, entre Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, ninguna podría enorgullecer a los perredistas, entre otras cosas porque muchos votantes no llegan por su propia decisión sino que son “movilizados” a las urnas debido a prebendas entregadas. El clientelismo priísta ha sido reproducido por todos los partidos, incluyendo en el que está en ciernes llamado “Morena”; una derrota cultural de la democracia en México que nadie combate en serio y que pervierte terriblemente los procesos electorales. Pocas cosas retratan de mejor manera el cinismo de la clase política que la crítica a la dádiva ajena.
Como no es el convencimiento lo que determina el resultado sino el tamaño de las clientelas, las contiendas han ido perdiendo contenido programático. Ideas y propuestas pasan a segundo término y los debates, cuando los hay, son puramente testimoniales. Grave falta, no sólo porque la ausencia de pensamiento promueve al pragmatismo hueco, ni porque el compromiso que no está sustentado en un proyecto es efímero y quienes apoyan a un partido por interés pueden cambiar de militancia por la misma razón, sino porque no hay democracia posible sin programas que se contrasten.
Por si eso fuera poco, las pasadas elecciones internas que sólo determinaban consejeros y delegados bajo el principio de representación proporcional se dan en un contexto peculiar, pues existe la intención de algunas corrientes del partido, aquellas identificadas con Andrés Manuel López Obrador, de agudizar la crisis en el PRD. No es casual que sean afines a su candidatura quienes fueron al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a demandar la renovación de los órganos en momentos por demás delicados ni que Dolores Padierna, no obstante ser Secretaria General, insista declarar contra su partido y exhiba un ánimo faccioso nunca antes visto en alguien que haya ostentado tan alto cargo. En lugar de cuidar la imagen del partido que dirige, Padierna, cercanísima a René Bejarano, muestra ostensiblemente que eso es lo que menos le importa. ¿Por qué? Porque el PRD ya no es su proyecto político. Ella y su corriente están de cabeza construyendo a “Morena” y no le incomoda que el partido del sol azteca se debilite, pues de cualquier manera su otra organización está también en la mesa y piensan que entre más débil esté, más fuerza tendrá AMLO para imponer sus condiciones. Visión miope, limitada e irresponsable que escupe al cielo, lastima la campaña en Michoacán, tira la toalla en la elección presidencial y pone en riesgo incluso la permanencia de la izquierda al frente del gobierno del DF.
Es verdad que el grupo que tomó las oficinas del Servicio Electoral para impedir la elección en el DF no es de la corriente de Bejarano, pero sí que éste llevó las cosas a tal punto de tensión, llevando al órgano electoral a rebasar todos los tiempos para la ubicación de casillas y nombramiento de funcionarios y vendiendo la falsa idea de que iba a ser una medición de fuerzas entre López Obrador y Marcelo Ebrard, que generó un ambiente de incertidumbre y provocación. Al margen de esas consideraciones, resulta injustificable la acción porril e irresponsable de quienes asaltaron el lugar donde estaban los paquetes y deben ser sancionados por ello, pues la impunidad es una de las causas de que no se hayan podido corregir las diversas anomalías que persiguen a las elecciones internas perredistas.
Con absoluta independencia de la corriente que vaya a obtener el mayor número de delegados y consejeros, los hechos ocurridos el pasado domingo 23 de octubre hicieron que el perdedor fuera el PRD en su conjunto. El problema, dilema, acertijo, es cómo corregir teniendo dentro a los que comparten la idea de que ese partido debe perecer para que “Morena” pueda tomar su lugar. Al parecer no es la presidencia de la república lo que el lopezobradorismo quiere pelear en el 2012 sino la hegemonía en la izquierda. Eso significaría, por supuesto, dejarle el camino libre al retorno del PRI con sus ansias restauradoras y a Enrique Peña Nieto, el verdadero ganador del conflicto perredista.
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