Fernando Belaunzarán
En los últimos días el narcotráfico demostró algo más que su ya conocida y consuetudinaria capacidad de destrucción, terror y muerte en la lucha de los diversos cárteles por mantener plazas, prevalecer entres rivales y enfrentar la llamada “guerra contra las drogas”. En esta ocasión, el número de muertos y su calidad, si bien son datos que nos siguen revelando la magnitud del problema, acercándonos a tragedias familiares desgarradoras y constatando que todos somos vulnerables porque el campo de batalla puede ser cualquier parte, no son los elementos más sintomáticos del enorme poder desplegado por le narco, de la incapacidad del Estado mexicano para siquiera debilitarlo y de la descomposición institucional que provoca. Ahora mostraron que tienen las condiciones de fuerza, de logística y de penetración institucional como para poner en jaque a la ciudad de Monterrey, la segunda en importancia en el país, moverse ahí a sus anchas y utilizar a las corporaciones policiacas para confrontar y burlar al ejército.
Si de manera emblemática en Ciudad Juárez se ha constatado que la violencia no se reduce por la intervención militar y que el narco cuenta con los recursos económicos, humanos y de armamento para pelear las calles y proseguir con sus prácticas de ajusticiamiento, al grado de atreverse a asesinar a ciudadanos americanos vinculados con el Consulado de Estados Unidos, en Monterrey hicieron gala de capacidad de operación militar, tanto que cerraron calles y avenidas, dejaron en claro la influencia que tienen en la policía (el termino “polizeta” lo dice todo), pusieron retenes, se enfrentaron en diversos puntos al ejército por varios días y se dieron a la fuga, todo con muy pocas bajas.
Después de tres años de escasos resultados, de aumento exponencial en la espiral de violencia con casi 20 mil ajusticiados, de creciente descomposición política y social y de debilitamiento institucional, el sentido común debiera llevar a todos a la conclusión de que es indispensable replantear la estrategia. Sin embargo, no ha sucedido así en todos los casos. Es verdad que para Felipe Calderón debe resultar difícil admitir que su guerra fracasó, pero estamos en una situación límite y los costos están rebasando hasta la capacidad de imaginación. ¿Qué país va a entregar en el 2012 si esta guerra continua en los mismos términos?
Como no es conveniente pelearse con la realidad y los hechos son por demás elocuentes y contundentes ya no hay quien se anime a argumentar que “la guerra se está ganando”. Pero en cambio. Algunos nos quieren convencer de que es “el mal menor”, que de lo contrario sería la perdición. El problema no es sólo que ya estamos en la perdición sino que es un falso dilema colocar las cosas entre mantener la guerra o pactar una vergonzosa “pax narca”. Nos quieren hacer creer que estamos embrollados en la Ley de Herodes.
Tenemos la posibilidad de avanzar en la misma dirección que los Estados Unidos cuando “la prohibición” los tenía sumidos en la violencia. Nuestros vecinos entendieron que el problema no se solucionaba deteniendo a los capos más famosos o con fotos en los diarios en los que la policía detenía camiones llenos de licor o encontraba destiladoras clandestinas, pues mientras se tratara de un negocio tan atractivo por el sobreprecio que genera el mercado negro, siempre encontraría la manera de prevalecer y, por lo mismo, la guerra sería interminable, infructuosa y muy onerosa. No conozco a alguien que ahora se lamente de la decisión de terminar con “la prohibición” no obstante los evidentes daños a la salud y a la convivencia social que genera el alcohol.
Y es que no hay peor guerra que la que se tiene perdida. Teniendo a Uribe, Presidente de Colombia, como paradigma, es obvio que Calderón sabía que habría violencia, pagarían costos sociales, habría pérdidas pero esperaba tener un relativo control de la situación, obtener legitimidad, que la sociedad cerrara filas con él y, en un clima mediáticamente construido para presentarse como comandante en jefe de una aventura épica contra las fuerzas del mal, mantener una alta popularidad. Puro cálculo fallido.
No sólo la violencia se ha salido de control y el Estado mexicano se ve claramente rebasado sino que en buena medida la sociedad no compró como suya a esta guerra forzada y no parece dispuesta a seguir sacrificándose por tal empresa de causas cuestionables y resultados desastrosos. Es el momento de dar un giro y hablar seriamente de la legalización de las drogas, empezando por las llamadas blandas y, en primerísimo lugar, la marihuana.
Legalizar la marihuana, o si se prefiere, regularla tendría efectos inmediatos. Al menos la mitad de las ganancias de los carteles mexicanos en EU se da por la venta de esa planta y en el país ese porcentaje es mucho mayor. Además, con ello estaríamos en consonancia con 14 estados de la Unión Americana que decidieron permitir el uso médico de cannabis, que en los hechos es la despenalización. Tan solo en el estado de California hay más de 200 mil empadronados que tuvieron que pagar 100 dólares y que dejan importantes impuestos en cada compra. Ahí la producción, distribución, venta y consumo se encuentra controlado por el poder público. Los muertos, por supuesto, por asunto de drogas son de nuestro lado de la frontera.
En mi opinión debiéramos comenzar el cambio de estrategia retomando buena parte de la legislación de California. Los Estados Unidos no podrían reclamar a México que asuma una normatividad que ellos tienen en su territorio. Y también sería sensato que Calderón dejara de ser más papista que el Papa y le haga caso a los aires del mundo que soplan hacia la tolerancia y a reducir daños como un avance hacia la legalización paulatina.
El problema es muy serio y algunos acelerados pretenden aprovechar la coyuntura para intentar cumplir su obsesión de hacer que renuncie Felipe Calderón. Eso me parece un error porque esa es la mejor forma de desvirtuar el clamor público por cambiar la estrategia en el combate a las drogas y lo que puede generar un gran consenso acaba siendo el pretexto de un grupo aislado y sin representatividad que, por lo mismo, puede alejar a la ciudadanía y generar desconfianza en la opinión pública. Es anoroñar una demanda legítima que necesita el país. Lo crucial es que, con independencia del ocupante del Poder Ejecutivo, México no puede seguir con la misma política antinarco. Es hora de dejar atrás la mezquindad en la lucha por el poder y de poner por delante el interés general; es hora de usar más recursos para la educación, para la prevención de adicciones y la rehabilitación de enfermos y menos para gasto militar; es hora de legalizar.
De paso…
Bravo. Obama lo logró. Un cerrado 219 a 212 sacó adelante la reforma de salud en la Cámara de representantes. Se trata de la mayor reforma social en Estados Unidos desde la época del New Deal de Roosvelt. Con ello prácticamente se universalizó la cobertura en los servicios de salud. Tuvo que hacer concesiones y quedaron fuera los indocumentados, pero aún así el avance es notable y se pudo vencer la oposición republicana que está empeñada en bloquear cualquier iniciativa del primer Presidente Afroamericano en la historia de ese país. Esta victoria debe servir para que Obama retome el impulso de su agenda de transformación, tanto a nivel doméstico como internacional. Todavía están lejos de cumplirse las expectativas generadas con su elección… ¿Quién diría que íbamos a ver a Andrés Manuel López Obrador y Carlos Salinas de Gortari haciendo causa común? Esa sí que es una coalición insospechada. Al menos se debe reconocer que las alianzas hicieron lo imposible: unir a AMLO y al innombrable –contra ellas… La candidatura de Gabino Cue está creciendo mientras que la del dedo chiquito de Ulises es hasta difícil recordar su nombre. ¿Cómo dicen que se llama?... Uno mi voz a los que piden respeto a los Derechos Humanos en Cuba y la liberación de los presos políticos en ese país. Sin embargo, no deja de olerme mal que algunos de los más indignados con esa situación, insisto, reprobable que priva en la isla se haga a nombre de la democracia por algunos de los principales defensores del golpe de Estado en Honduras. Disculpen, pero no creo en los “demócratas” de Micheletti… Y es que hay que medir a todos con la misma vara. Lo mismo a China que a México que incluso a los Estados Unidos. Me parece, para empezar, de elemental congruencia pedir también la libertad de los presos de Atenco a los que les pusieron condenas disparatadas, así como de las indígenas Teresa y Alberta acusadas absurdamente de secuestrar policías judiciales en un caso muy documentado de fabricación de pruebas… Que a AMLO ya no le hacen caso ni en el PT ¿será?...
1 comentario:
Estoy de acuerdo en legalizar, siempre lo he creído, pero se dice que el 65% de las dosis son compradas por menores de 18 años. Por lo tanto aunque se legalicé, aún habrá mercado negro para surtir a los menores de 18? Legalizar incluso para <18? Es un hecho que al legalizar se debe acompañar de una intensa campaña de prevención y alerta.
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