Fernando Belaunzarán
Los gobernadores y la cúpula del PRD ya decretaron la unidad de ese instituto político. Un buen deseo para conseguir un fin loable que sin embargo puede quedarse en eso, un simple propósito deseable, si es que no se solucionan los problemas de fondo que lo han alejado de sectores importantes de la población que en un momento dado le otorgaron la confianza de su voto. Porque no se trata de permanecer juntos como sea y proseguir una dinámica destructiva que no es otra cosa que un suicidio político colectivo. El punto es hacer que la izquierda política detenga su caída, logre colocarse en el ánimo de los electores para el 2012 y, lo más importante, vuelva a ser la opción de cambio democrático y de combate a la injusticia y la desigualdad en nuestro país como lo era en sus inicios. Y eso será imposible si uno de los ausentes de Morelia, Andrés Manuel López Obrador, no hace compromisos claros para aceptar reglas y mecanismos comunes para convivir, tomar definiciones y dirimir diferencias de manera colegiada, institucional y democrática que obliguen a todos por igual.
Y es ahí donde el encomiable llamado a la unidad por parte del eje Ebrard-Amalia-Godoy se torna, para desgracia de la izquierda y del país, en utópico, pues AMLO ya estableció su forma de relacionarse con el PRD: “Si no se acuerda lo que yo quiero, lo apruebo en asamblea a mano alzada en el Hemiciclo a Juárez; si discrepan de mí les echo encima a la plaza pública y lastimo sus reputaciones; si no queda de presidente mi elegido hago campaña por otros partidos; si no es mi propuesta pongo candidato bajo otras siglas; si no me dan la coordinación saco a mis legisladores del grupo parlamentario; si no me parece lo que se discute en la Cámara de Diputados tomo la tribuna con independencia de lo que piense la mayoría de la fracción; si no me hacen candidato a la presidencia en el 2012 me postula el PT”. A eso es a lo que él llama “gobernar desde la oposición”, y sería un despropósito que con el fin de preservar la unidad a toda costa se acepte mantener ese juego perverso que tiene por objeto controlar al PRD desde fuera mediante el burdo e infame chantaje.
Pero el problema no se agota en la falta de convicción democrática, la ausencia de compromiso partidario y la exultante soberbia del ex candidato presidencial. El PRD, con o sin López Obrador, deja mucho que desear. En la lucha por el poder se ha olvidado de que éste debía ser un instrumento para transformar lo que hay de injusto en nuestro país que, por cierto, es demasiado. Por eso es que mucho de lo que se demandaba estando en la oposición se olvidó cuando se llegó al gobierno.
Ya no gustó desconcentrar el poder, instalar contrapesos y equilibrios e incluso ser ejemplo de transparencia. Se olvidó la lucha contra el régimen presidencialista llegando al absurdo de coincidir en la mesa para la reforma del Estado, por presiones de AMLO, con Felipe Calderón en la permanencia del presidencialismo a pesar de que es obvio no sólo su disfuncionalidad actual sino su perversidad al traer aparejado autoritarismo, corrupción e impunidad. Pero no sólo eso, también se hizo a un lado la lucha por convertir al DF en el estado 32, se ocultó vergonzosamente la información sobre la construcción de los segundos pisos y se reprodujeron políticas oprobiosas, propias de la derecha, como las razias contra los jóvenes, una de las cuales provocó la tragedia del News Divine. Por este tipo de cosas, aunado a que se ha perdido filo e impulso reformador de acuerdo a un programa de libertades, profundización de la democracia y alternativa viable al actual modelo económico es que ahora muchos ciudadanos no distinguieron las diferencias entre el proyecto perredista y el de las otras fuerzas políticas y percibieron la elección como una simple lucha del poder por el poder entre lo mismo.
En el lugar dónde fue diferente, en la Asamblea Legislativa del DF, y se consiguieron importantes logros como la despenalización del aborto, la Ley de Sociedades en Convivencia, el divorcio express, entre otros emblemáticos y polémicos temas de la izquierda, se decidió castigar al grupo que promovió estos avances porque, según la cultura priísta que sigue predominando aún en las entidades que no gobierna, es intolerable la mínima independencia respecto al Poder Ejecutivo.
Por desgracia, en la conocida dicotomía complementaria de continuidad y ruptura, el PRD hasta ahora ha sido más continuidad que ruptura cuando gobierna. Falta el sello de izquierda en las administraciones perredistas. Los programas sociales, si bien importantes, son insuficientes para darlo y prueba de ello que gobiernos de todos los partidos los retomaron de muy buena gana, en virtud de los altos réditos electorales que producen.
Donde el PRD no gobierna ni tiene una amplia base social las cosas son peores. En algunos estados las direcciones han aceptado el papel de comparsa de gobernantes deleznables o negocian a cambio de ventajas particulares, y en algunos casos, personales, favores políticos, aprobaciones de leyes, iniciativas y cuentas públicas. Esta inaceptable corrupción es consecuencia, por una parte, de haber diluido el perfil de oposición que lucha por cambios profundos y, en su lugar, adoptar un rol que reproduce, más que cuestionar, el status quo; y por la otra de la utilización facciosa que se hace de las enormes facultades legales y metalegales que le fueron acotadas al presidente de la república con las reformas de la transición inconclusa y que ahora gozan a plenitud los gobernadores de 31 estados y el jefe de Gobierno. En muchas entidades estos modernos señores feudales controlan a los tres poderes, a los órganos supuestamente autónomos, a no pocos medios de comunicación y hasta a algunos partidos de oposición.
Mención especial merece la cultura política. Corrientes, liderazgos y gobernantes promueven el servilismo y la incondicionalidad más que el pensamiento crítico y la independencia de criterio. Se premia a los abyectos y se castiga a los que cuestionan. Si algo se valora es a los operadores que consiguen lo que se les pide sin importar cómo lo hacen. Muchas decisiones importantes se toman fuera de los órganos de dirección y las normas son burladas con frecuencia. La institucionalidad en consecuencia es débil y eso alienta la conculcación de derechos de militantes. En las elecciones internas se expresa con crudeza que en la lucha de tribus todo está permitido. Se prefiere promover y heredar cargos a los cercanos aunque limitados que permitir abrir espacios a los no asimilados al grupo propio. Sólo por excepción se consideran las trayectorias, capacidades y méritos. Se reproduce el vicio del palomeó y el veto por parte de las voluntades supremas, el conocido “dedazo” que se popularizo en los largos años del régimen de partido de Estado.
Por supuesto, la crítica necesaria de los problemas del partido puede llevar al error de no valorar adecuadamente la importancia y lo valioso que ha sido el PRD en sus veinte años de existencia. Precisamente por eso es que lo correcto es preservar a esta opción política y la única forma de hacerlo es transformándola. El PRD ha sido clave para lograr los avances democráticos del país y conquistar libertades públicas, defender los recursos naturales, detener algunas políticas lesivas, salvaguardar y ensanchar derechos humanos, colectivos, laborales, de género, de las minorías etc.
El futuro del PRD está ligado a su capacidad que tenga para afrontar estos problemas. Si el acuerdo de unidad de Morelia se va a traducir en sólo modificar aquello en lo que todos estén de acuerdo podemos adelantar el fracaso rotundo de la empresa, pues para preservar sus intereses las facciones pactarían el gatopardismo. La unidad no puede significar la renuncia de la mayoría a tomar decisiones. Eso sería tanto como aceptar la inmovilidad y el anquilosamiento. La minoría está obligada a aceptar esa facultad de la mayoría, así como ésta está obligada a incluir a la minoría. Así funciona la democracia. Claro, para eso se necesitan demócratas.
De paso…
Asterisco. Cuando Barry Bonds rompió el emblemático record de 755 cuadrangulares en grandes ligas que ostentaba Hank Aaron, también conocido como “El Martillo”, algunos analistas deportivos decían que había que ponerle un asterisco a tan histórico logro, el cual nos debería a llevar a una nota a pie de página: “conseguido gracias al consumo de esteroides”. Pues bien, en el triunfo de “Juanito” en Iztapaplapa que es prácticamente lo único que tiene López Obrador para presumir de los resultados electorales, sin querer con ello negar su presencia en esa zona popular del la Ciudad de México, también requiere de un asterisco: “el triunfo del PT se logró con el apoyo de los recursos y los programas sociales del GDF en la delegación en donde éstos no sólo son más numerosos sino también más concentrados”. Digo, si se quiere ser objetivo y riguroso… La solución al problema del narco pasa por la legalización de las drogas blandas. La llamada “guerra contra el narcotráfico” como está planteada es absurda por interminable y costosa en vidas humanas y recursos, así como por la descomposición del tejido social que genera. Es mezquino y absolutamente inmoral que por réditos de popularidad se condene al pueblo mexicano a seguir pagando por décadas altas cuotas de sangre y vivir en la zozobra de saber que todos estamos expuestos ante el inmenso poder que tienen los empresarios del negocio más rentable del mundo… El Vasco Aguirre perdió la cabeza de manera imperdonable al patear a un jugador de Panamá. Espero que se serene por el bien de todos, porque a pesar de que pasan tres directo y uno más va a repechaje, si México no mejora pudiera ser que quedara fuera del Mundial y si a eso le agregamos que lo peor de la crisis está por venir, entonces sí que ¡sálvese quien pueda!...
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