miércoles, 28 de enero de 2009

LAS RAZONES DEL CATASTROFISMO

28 de enero de 2008



Fernando Belaunzarán


En las últimas semanas se han acrecentado las voces que, particularmente desde Estados Unidos, alertan sobre los peligros que se ciernen sobre México y ponen en duda la capacidad de éste para evitar una catástrofe. Se ha hablado de que el mexicano puede volverse un “Estado fallido” o un “narco-Estado”, e incluso que puede sufrir un “colapso rápido” y que su situación. Entre las fuentes “catastrofistas” se encuentran ni más ni menos que la armada norteamericana y el ex zar antidrogas de esa nación, Barry McCaffrey. Pero no se trata sólo de una visión externa. El mismo ejército mexicano reconoce, según la Secretaría de la Defensa Nacional, que lo que está en juego en la lucha contra el narco “es la viabilidad de México como nación”. Me parece que, antes de aceptar o descalificar visiones que suenan tan alarmantes, sería conveniente analizar los diversos ingredientes del presunto o real cocktail explosivo de la situación mexicana y tratar de responder no sólo a la pregunta que con razón se hizo Andrés Manuel López Obrador en el mitin del 25 de enero, ¿por qué no ha estallado?, sino también si puede estallar en el futuro inmediato.

Tres ámbitos que se entrelazan parecen ser los determinantes: economía, seguridad y política. Pocos pueden poner en duda que están en crisis los dos primeros y pocos también pueden dejar de extrañarse que a pesar de ello el último, el de la llamada política-política, no. Es decir, la economía desde hace décadas no marcha bien, la inseguridad se ha desbordado y sin embargo no ha habido un estallido social ni una ruptura institucional. Considerándolo paradoja, AMLO optó por explicarse la continuidad del régimen y su relativa estabilidad –dejo a otros interpretar si fue con lamento o celebración- gracias “a la nobleza y el ánimo pacifista” del pueblo mexicano, así como a los paliativos sociales generados por el crecimiento de la economía informal y por la salida de connacionales con el consecuente ingreso de divisas que provoca el fenómeno migratorio hacia los Estado Unidos.

Apostar por el agravamiento de la crisis económica es jugar con cartas marcadas, pues es del dominio público que lo peor, no sólo en México sino en el mundo, está por venir. Las consecuencias que se vislumbran (aumento de desempleo, reducción del consumo, disminución de importaciones, quiebras de empresas, retorno de inmigrantes, más dificultades para cruzar “al otro lado”, menos remesas, entre otras) agravarán más la situación de la mayoría de la población. En un país con inmensas desigualdades e injustificables privilegios, el que se aumenten los sacrificios para los sectores populares y se castigue a la clase media resulta, en sí mismo, un caldo de cultivo para el enojo social. Sí, la economía es una razón para justificar el catastrofismo.

En el terreno de la seguridad el panorama es igual de desolador. Más de nueve mil ajusticiados en los veintiséis meses del gobierno de Felipe Calderón, el poder económico y de fuego de las bandas delictivas son inmensos, el Estado está infiltrado de arriba hacia abajo, la impunidad y la corrupción siguen siendo el sino del sistema. Mientras el narcotráfico siga siendo el mejor negocio del mundo la guerra está perdida. Sin embargo, y pese a todas las evidencias y pese a la descomposición social que el miedo y la zozobra están generando en el país, el gobierno mexicano sigue viendo como tabú la discusión sobre la legalización de las drogas. La impotencia del Estado para garantizar seguridad, acabar con la impunidad y combatir con eficacia al crimen organizado también es razón para sostener el catastrofismo.

Y en la parte política, si bien no se encuentra en crisis, existen algunas señales de alarma. Vicente Fox dilapidó la oportunidad de consolidar la transición a la democracia y su legado es de instituciones débiles, disfuncionalidad de un régimen que en lugar de favorecer los acuerdos los encarece, polarización y envilecimiento de muchos actores, desengaño de amplios sectores de la vida democrática aún sin vivirla y, muy importante, un descrédito sin precedentes de la clase política que incluye tanto al oficialismo como a la oposición más radical a éste. No hay crisis política, pero sí sus ingredientes. ¿Quién puede extrañarse entonces porque diversos observadores vean como una cuestión de tiempo el colapso del régimen, sobretodo cuando las soluciones, a diferencia de los problemas, no se ven a simple vista?

Si de por sí faltan en el país estadistas que vean por encima de la coyuntura y sepan anteponer los intereses nacionales a los de grupo, en tiempos electorales encontrarlos parece misión imposible. Los acuerdos que normalmente son difíciles de construir mientras se hace proselitismo se tornan francamente utópicos, además de que hay personajes importantes e influyentes de esa clase política denostada que quieren, anhelan e imploran que efectivamente se dé la catástrofe a pesar de que eso es una irresponsabilidad extrema en virtud de que si bien nadie puede saber con certeza qué resulte del caos los riesgos de violencia y autoritarismo son muy altos. Pero el caso es que en el momento que más urge hacer pactos de Estado para afrontar la inflamable situación es cuando más lejanos se ven. Por todo lo aquí expuesto, la pregunta debería ser otra: ¿Cómo no ser catastrofista?

De paso…

Cuidado. La teología se distingue de la filosofía y otras disciplinas humanísticas en que aquella acepta y recurre a la fe y a la revelación como vías de conocimiento. Por eso, estudiar “El Movimiento” (así en mayúsculas) tal y como lo ven algunos de sus fervorosos defensores –fariseos diría Lenin- parece una tarea de teólogos. Hay un evidente endiosamiento del concepto. Por él se justifica todo, no importa si es loable o perverso, honesto o deshonesto, grande o pequeño. “El Movimiento” licencia para cambiar de camiseta, decir lo que se quiera, apoyar a cualquiera, golpear a los incrédulos, amenazar con el juicio de la historia, bendecir candidatos y anatemizar a otros. “El Movimiento” no se equivoca, al igual que La Iglesia. Y como ésta, posee un único e infalible intérprete, pues no es por asambleas, reuniones o consultas democráticas como la voluntad de ese conglomerado se manifiesta. El oráculo es personalísimo e incuestionable. “El Movimiento” redime al peor de los hombres si se somete y condena a todo el que discrepa. Es tan milagroso que puede presentar como acción noble y justa ser postulado por un partido y no mover un dedo por él o incluso apoyar a otros. ¡Bienaventurados los oportunistas, los polizones y los doblecara! “El Movimiento” del que hablo es en realidad, hoy por hoy, aparato movilizado y lo sabemos todos los que hemos participado en movimientos sociales, pero eso es secundario. Lo grave es que la izquierda retorne a la mistificación para imponer una visión única. Con Robespierre era “La Revolución”, en tiempos de Stalin era “El Partido”, ahora es “El Movimiento”. Y en todos los casos la entelequia sirve para justificar lo injustificable y dejar a un lado las razones, los valores, la congruencia… Nos dicen que “El Movimiento” tiene como gran objetivo estratégico salvar el registro de dos pequeños partidos aunque éstos no cuenten con la representatividad social indispensable para poder contar con los recursos públicos de ley y que por lo mismo es indispensable apoyarlos, lo que no puede significar otra cosa que transferirles votos del PRD auque se repita hasta la saciedad que “El Movimiento” es más que un partido. Un “Movimiento” con objetivos tan chiquitos es natural que adjudique a sus oponentes objetivos de igual tamaño y se argumenta que hay que darles votos “porque el gobierno calderonista busca que el PT y Convergencia pierdan el registro” –de seguro Calderón no piensa en otra cosa. Es la lógica de la visceralidad. Según ésta, la política de Estado y la de la oposición a éste se ve reducida a un asunto de odios y revanchas. La visión estratégica se para exactamente en la nariz. Ojala “El Movimiento” se de cuenta que el PRI está avanzando en su intensión de regresar a Los Pinos, que existe el riesgo de que obtenga la mayoría absoluta en el Congreso lo que le daría un poder insospechado y que dividir el voto de la izquierda es la mejor forma de ponerle la alfombra roja a Peña Nieto. Pero para ello será necesario que “El Movimiento” levante la mirada y se olvide del pensamiento enano que se preocupa por saldar cuentas mientras el peligro de la regresión autoritaria crece día con día… Tanto apoyo al presidente vitalicio del PT, Alberto Anaya, amigo y beneficiario del clan Salinas, nos hace suponer que si Elba Esther Gordillo se pasara a lado de “El Movimiento” se volvería prócer de la patria y maestra legítima de la república… La unidad es muy importante y es correcta la estrategia de Jesús Ortega de construir un gran acuerdo que incluya al lopezobradorismo. Pero no se debe confundir la buena voluntad con ingenuidad y quienes sean candidatos deben comprometerse con el partido… Agradezco de corazón a todos los que de una manera u otra me brindaron solidaridad en un momento doloroso y difícil…

1 comentario:

jaacroy dijo...

Creo que para evitar que el Partido se debilite y por el contrario construya su nueva imagén,con verdadera Unidad,se debe ser consecuente en todo empezando por meter en cintura a los dirigentes por más encumbrados que sean. La decisión pública de AMLO de apoyar a PT y Convergencia es no solo afrenta, en mi tierra es "un tiro directo". Un fuerte abrazo mi hereje amigo.