domingo, 23 de marzo de 2014

La Jornada o El Santo Oficio, réplica a @FedericoArreola

Fernando Belaunzarán

Don Federico Arreola
Director de SDP noticias
Presente

Distinguido Director:

En el título de su columna del sábado 22 de marzo, así como en las últimas líneas de dicho texto, expresa descalificaciones contra mi persona sin otro sustento que el de su palabra, la cual piensa que debemos creer porque sí, por auto de fe. Vamos por partes.

De manera forzada, pues el tema de su columna –que le ocupa más del 90% de las palabras- es una polémica sobre supuestas o reales filias y fobias de un distinguido señor de apellido Palacio que escribe en el medio que dirige, por lo que, supongo. resulta de gran interés para sus lectores, pero que no tiene ninguna relación con lo que usted me achaca, insisto, sin razón alguna.

Usted afirma que he sido “terriblemente injusto” con dos diarios, La Jornada y la Razón, por comentarios que al respecto he hecho y que a su modo de ver son en “términos morales e intelectuales de un nivel muy bajos”. Pero olvidó hacer algo que el mínimo rigor, pudor y profesionalismo periodístico obligan. No cita cuáles son esos tuits supuestamente “terribles”, “injustos” y “bajos” de los que habla y, por tanto, no permite que los lectores constaten sus juicios de valor. Solicito tenga a bien darlos a conocer y poder discutir sobre el contenido de los mismos y no sobre lo que usted dice e interpreta que dicen.

No niego que en twitter he hablado sobre lo dicho por el ex director de La Razón, Pablo Hiriart, respecto a las presiones que la directora de La Jornada, Carmen Lira, hiciera sobre el dueño de La Razón, Ramiro Garza Cantú, de acuerdo a su versión de los hechos que lo llevaron a renunciar, misma que coincide con la de importantes columnistas de dicho diario que decidieron acompañarlo y que también fue asumida por prestigiadas plumas de otros medios como Ciro Gómez Leyva, José Cárdenas, Ricardo Alemán y Jorge Castañeda.

Por alguna razón usted decidió confrontarme sólo a mí, llamándome “mentiroso”, por retomarla en unos tuits y no a los demás que, por cierto, escribieron hasta artículos. Y lo hace no sólo sin citarme, como ya dije, sino incluso sin leerme correctamente, pues en varios de ellos escribí con el condicional “si”, es decir, en caso de que la versión fuera cierta.

No obstante lo anterior, que desmiente su señalamiento, no tengo problema en decirle que sí doy credibilidad a lo dicho por Hiriart, y no así a su desmentido. Le explico por qué.

Hay que hacerle más caso a los hechos que a las palabras no corroboradas. Que Fernando Escalante, Gil Gamés, Raymundo Rivapalacio, Elisa Alanís y Alicia Alarcón –más los que se acumulen- hayan renunciado a su columna en La Razón aludiendo la misma presión de Carmen Lira es un hecho contundente. ¿Nos va a venir con la cantaleta de que todo fue un compló?. Frente a ello, usted no presenta nada. Dice que tras “investigar un poco” llegó a la conclusión de que es mentira, pero no nos dice qué fue lo que descubrió. Da a entender que habló con Garza y Lira, pero en ese caso sólo se estaría sosteniendo en la palabra discreta de ambos, pues ninguno la ha hecho pública. En fin, no da una sola prueba que desmienta la versión de Pablo Hiriart y sólo llama a que le creamos porque sabe cosas desconocidas para el resto de los mortales que se niega a compartir y porque conoce a los implicados, a los cuales les extiende certificado de buena conducta. No lo tome a mal, pero su dicho no basta para exculpar a nadie.

Otro dato es que usted mismo le da verosimilitud a la versión de Pablo Hiriart en una columna anterior, del 19 de marzo. Ahí recrea –quizás por qué ya había hablado con los dos dueños- un probable diálogo. Carmen Lira le dice a Ramiro Garza: “Oiga, don Ramiro, cuántas cosas dicen en su periódico sobre nosotros, de mí en particular. No es que me importe, alguna gentuza que trabaja con usted no tiene importancia. No le reprocho nada, pero ¿verdad que no le gustaría que La Jornada publicara notas sobre sus negocios petroleros?”. Usted afirma que eso no sería chantaje ni amenaza, pero yo sostengo lo contrario. Si se dio en esos términos, a mi parecer se trataría de una evidente extorsión, a penas encubierta con buenas y gentiles maneras.

No conozco al dueño de La Razón, Ramiro Garza Cantú. Lo respeto como a cualquier persona y entendería sus temores ante la posibilidad de que un diario como La Jornada involucre a su empresa petrolera con Oceanografía, tal y como ha trascendido. Pero al margen de ello, y de que yo solía discrepar de su línea editorial bajo la conducción de Pablo Hiriart, es indiscutible que La Razón sufrió una merma considerable, en calidad y cantidad, en su planta de colaboradores y que la libertad de expresión en México se lastimó al reducirse la pluralidad de voces en la prensa nacional.

De La Jornada y Carmen Lira tengo más elementos de juicio. Reconozco la historia de lucha democrática de ese periódico frente a un régimen autoritario, nacido de la censura al Uno más Uno. Triste paradoja para un medio que fue ariete de la libertad de expresión en momentos difíciles que ahora sea algo tan distinto. Con Carlos Payán vivió su época dorada y el cambio por Carmen Lira, quien no ha dejado de reelegirse en su dirección desde hace más de veinte años –¿podría recordarme quién está hablando de neoporfirismo en el país?-, si bien reforzó su carácter militante, también ha promovido la intolerancia desde sus páginas. 

Gente de izquierda de toda la vida como Pablo Gómez y, en dos ocasiones, Marcos Rascón renunciaron alegando censura de la directora por sus críticas a Andrés Manuel López Obrador. Ese periódico llevó a cabo un lamentable juicio contra la revista Letras Libres del historiador Enrique Krauze bajo una concepción autoritaria y contraria a la libertad de expresión –celebro que la Suprema Corte haya estado a la altura y no se dejara presionar por el acostumbrado linchamiento de los “buenos y puros”.

Y es de todos conocido las campañas de odio, persecución y linchamiento moral de La Jornada contra quienes discrepan de la ortodoxia del caudillo y que tienen un rancio tufo estalinista, lo cual, es verdad, no ha evitado que hagan las primeras planas más apologéticas de Enrique Peña Nieto en la prensa mexicana, incluso superiores a las de la Razón. Por eso he calificado su línea editorial como “pejepeñista”.

Un elemento que también hace verosímil la versión de Hiriart es que el respaldo editorial de La Jornada al chavismo y al gobierno de Maduro en Venezuela es tan evidente como el que le dan a AMLO, no obstante la represión, censura y violación a los Derechos Humanos que se han dado en esa Nación. Cuestionar dichos excesos del oficialismo no significaría respaldar posiciones golpistas sino simplemente tener la mínima congruencia de demandar allá lo que acá dicen defender.

En lo personal mi experiencia es de claroscuros. Conocí y aproveché el compromiso de La Jornada con los movimientos sociales, siendo activista estudiantil de la UNAM. Fui testigo de la solidaridad del periódico hacia nosotros, tanto con Payán como con Lira y sería malagradecido no reconocerlo. Pero cuando el Subcomandante Marcos escribió una larga respuesta a una carta que le dirigí en el Correo Ilustrado, a la directora no le pareció correcto concederme derecho de réplica y mi respuesta nunca se publicó.

Hace poco, en la discusión en la Cámara sobre la reforma fiscal, el reportero de La Jornada, Roberto Garduño, puso en mi boca, entrecomillando, frases que nunca dije. Incluso mandé al periódico la grabación para que lo constataran. No corrigieron nada. A penas la semana pasada un columnista de la nomenclatura mintió con descaro al acusar al PRD de votar a favor de la reforma energética y, no obstante la réplica concedida por Carmen Aristegui y que la falsedad es constatable sin margen de duda, no tuvo la ética periodística de reconocerlo. En ese diario, además, cobijan a un antisemita calumniador como Jalife y han promovido como nadie el resurgimiento del sectarismo en la izquierda.

Sin embargo, reconozco que, con todo y todo, usted está en su derecho de creer en la supuesta palabra privada de Garza y Lira, aunque considero que el periodismo debe regirse por convicciones –y no para quedar bien con los amigos; y yo en la pública de Hiriart, Escalante, Gil Gamés, Alanís, Alarcón, Rivapalacio, Goméz Leyva, Cárdenas, Alemán y Castañeda. Si tiene algo más que los dichos desconocidos de los directores, hágalo saber y quizá cambie de opinión.

Resulta curioso, y hasta un tanto cómico, que defienda al Santo Oficio que prende hogueras morales a las que no pocos fanáticos lo llevan a usted también. Cada quien. De mi parte, agradezco algo: sin inquisidores no habría(mos) herejes.

Reconozco el espacio y la convicción democrática que muestra al conceder mi derecho de réplica. Quedo de usted, no sin antes expresarle mis consideraciones y enviarle un fuerte abrazo.


Fernando Belaunzarán

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