martes, 27 de marzo de 2012

BENEDICTO XVI EN MÉXICO

Fernando Belaunzarán
Twitter: @ferbelaunzaran

Aunque la corrección política en un país laico quiera presentarlo como tal, la llegada de un Papa a México no es sólo “la visita de un jefe de Estado” más. Se trata del líder de la iglesia notoria e históricamente mayoritaria y no es posible –ni deseable- coartar los sentimientos religiosos de los mexicanos. El impacto mediático y social es enorme y, en consecuencia, también su potencial peso político, el cual quiso hacerse evidente al invitar a la misa masiva a los candidatos a la presidencia, sabiendo que ninguno se daría el lujo de desairar a tan distinguido e influyente personaje. No es sólo lo obvio, que en la lucha por los votos nadie quiere renunciar a los devotos, sino también poner en el centro y presionar a favor de una insistente demanda que, por cierto, estaba incluida en la reforma al artículo 24 Constitucional, pero que fue retirada: quitar toda restricción al culto público.

Juan Pablo II fue un Papa carismático y con notable pasión e instinto político. Él jugó un papel innegable en la caída del Muro de Berlín y de las dictaduras del llamado “socialismo real” en Europa del Este. Así mismo, Karol Wojtyla entendió la importancia geoestratégica de México al ser frontera entre el protestantismo anglosajón con la zona de mayor número de católicos en el mundo, América Latina, y por eso dio un trato prioritario y especial a nuestro país, lo cual digo sin demérito de la empatía y el fuerte lazo generado entre los creyentes mexicanos y el Sumo Pontífice. Quizás por identificar erróneamente la lucha de la “Teología de la liberación” con el sistema que padeció y combatió en su natal Polonia, lamentablemente decidió enfrentar con todo rigor esa tendencia eclesiástica que atendió a su manera el llamado de la “opción preferencia por los pobres” del Concilio Vaticano II en una zona de gran injusticia, pobreza y autoritarismo.

Pero más allá de las polémicas sobre su papel político, de las que sale bien librado si a resultados nos remitimos, hay una mancha inocultable de la gestión de Wojtyla con los escándalos de pederastia que en todo el mundo surgieron en las postrimerías de su vida y en donde existen claras evidencias de encubrimiento. Marcial Maciel fue un amigo muy cercano durante su pontificado y las denuncias en su contra fueron por décadas desestimadas en virtud de las influencias que gozaba. Por eso extraña que el tema de las víctimas del fundador de Los legionarios de Cristo no haya sido abordado en la reciente visita papal a México, sobre todo cuando Joseph Ratzinger fue el encargado de hacerle frente a esa penosa situación de la Iglesia y, aunque tarde, él mismo fue el responsable de que se castigara a Maciel.

Pero sería un error responsabilizar a Benedicto XVI de esa omisión. Se ha reunido en otros países con víctimas de pederastia y ha enfrentado el problema de acuerdo a sus convicciones. A diferencia de su antecesor, él no es político y carismático, sino más bien intelectual y académico, y si bien no es un reformador es obvio que se ha ocupado del asunto como nadie antes que él. Más bien fue un veto de la Iglesia mexicana que, compartiendo la misma cultura, actúa de manera muy parecida a la clase política del país y cree que la mejor forma de responder a la crítica es descalificarla, perseguirla o ignorarla. Como era de esperarse, lejos de reducir el impacto de la demanda de justicia por parte de las víctimas, la amplificaron y mantienen sobre sí la sospecha del encubrimiento. Tan fácil que hubiera sido abrirle un espacio de tiempo a Ratzinger para que éste los escuchara e hiciera evidente lo que ha demostrado en otros momentos y lugares: la preocupación y ocupación de la Iglesia por encontrar solución a tan espinoso expediente.

Benedicto XVI no vino a mostrar sus dotes y preparación como teólogo, ni a disertar sobre los misterios y el conocimiento de la revelación y la fe, por lo que es reconocido en todo el mundo. Su mensaje fue más bien sencillo, partiendo del sentimiento de dolor, desasosiego e incertidumbre que hay en la sociedad mexicana para dar esperanza en que “el mal” puede ser derrotado, pese a todo, tal y como lo demuestra la “redención del Cristo crucificado”. Nada nuevo, aunque no niego el consuelo que pudieron producir esas palabras dichas por él entre los fieles.

Lo fundamental fue su presencia para impulsar una agenda pendiente que de manera discreta mencionó en sus homilías, pero que impulsó de manera muy decidida a través de sus ministros en pláticas privadas con las autoridades mexicanas, tal y como ha trascendido. Se trata de la “libertad religiosa” entendida como la ausencia de trabas legales a la labor pastoral de la Iglesia. En especial, pusieron énfasis en dejar sin condiciones el culto público y que se les permita el acceso y propiedad de medios de comunicación masiva, dejando la educación para un mejor momento. Recordemos que todo eso fue retirado de la iniciativa de reforma al artículo 24 de la Constitución que ahora está a punto de aprobarse con el ingrediente adicional de que lo haría junto con la modificación al artículo 40 que establece de manera explícita que México es una República laica.

La misa papal masiva no atenta en absoluto contra el Estado laico, pero la asistencia de los candidatos, invitados en esa condición, es otra cosa. Ya vimos a los mismos acudir juntos –aunque no revueltos- a la industria de la radio y la televisión, a la reunión con el Vicepresidente de los Estados Unidos y ahora al evento eucarístico del Papa. Mientras las instituciones muestran su debilidad, los poderes fácticos se ven como factótums de la elección presidencial… ¡y lo son!

En México, todo habitante debe contar con la libertad para creer en la religión de su agrado o no creer en ninguna y tener las convicciones éticas que decida. Pero eso sólo es posible en un Estado laico. Aspiro a que esta convicción sea compartida por todas las iglesias, incluida la católica. Dicho lo cual, Benedicto XVI, como cualquier otro líder religioso, será siempre bienvenido.

Sigueme en twitter: @ferbelaunzaran

3 comentarios:

Alejandro dijo...

Estimado amigo,

Sin duda, una buena reflexión Fer y buen artículo. Creo que la asistencia de algunos (o todos???) de los aspirantes a la misa, fue totalmente con fines mediáticos, lo cual, dicho sea de paso es deplorable, ya que no se vale utilizar la fe y creencias de las personas con otros fines, del tipo que ya sabemos.

Si realmente asistieron por fe y creencia al culto, que gran oportunidad de estar cerca del representante de San Pedro en la tierra. Si no fue así, ni hablar, pan con lo mismo.

Creo que el culto y la política no deben de mezclarse, coincido con tu apreciación.

Abrazo

@AlexVallarino

Gabriel Sandoval dijo...

Muy buen articulo, analitico de verdad de la visita de el Papa, yo soy catolico, practicante, pero tambien crítico de muchas situaciones que suceden en la Iglesia, y lo hago para que mejore, no en afán de destruir, y una de las cosas que no termino de aceptar es que se tenga al Papa como cabeza de Iglesia y como Jefe de estado, porque? porque pasa lo que paso en México, una misa, a todas luces es un acto religioso, pero ¿como negarse a una invitación del propio Papa a una misa aun sin ser Catolico? y mas en tiempos electorales, si invita a politicos ¿lo hace en calidad de jefe de estado? debería haber diferencias, si es visita de estado que la haga el primer ministro vaticano, si es visita pastoral que la haga el Papa, pero que sean claros, para mi es una confusión de la cual saca provecho, y muy bien para su causa, la Iglesia Catolica, reitero, religi'on que profeso, practico, y critico.
Saludos y de nuevo felicidades por tus conceptos

Anónimo dijo...

El artículo es bueno, pero me parece que omite o le faltan datos. Por ejemplo, no menciona que Joseph Ratzinger fue prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe (antes Santo Oficio), durante prácticamente todo el pontificado de Juan Pablo II. Afirma que él no es político, desde mi punto de vista es cierto en parte, y sí es más intelectual, pero desde su papel de prefecto siempre estuvo detrás de Juan Pablo II (muchas de sus encíclicas y escritos eran revisados por Ratzinger), fue quien ejecutó la furiosa persecución contra la teología de la liberación y contra otros teólogos (es larga la lista los hay tanto de Europa como de Estados Unidos), a quienes acusó de faltar a la ortodoxia y atentar contra el “magisterio de la iglesia”. Aquí en México, me consta que se ha encargado de desmantelar el trabajo que hizo Samuel Ruiz en Chiapas, por eso primero "pusieron" y luego "sacaron" de ahí a Raúl Vera. Eso no tiene nada de intelectual, fueron ajustes y movidas políticas. Desde la iglesia y para la iglesia, si se quiere, pero es política.
Sobre el caso M. Maciel, no debe extrañar la evasión de Ratzinger para atender el asunto y a las víctimas. Es ampliamente conocido el poder e influencia que tuvieron los "legionarios de Cristo" (y el opus dei) durante el pontificado de Juan Pablo II. Junto con ellos, personajes como N. Rivera, J. Sandoval y J. Lozano Barragán, tuvieron mucha cercanía al papa y por consecuencia se les dio poder (religioso y político). Hablar de Maciel no es hablar de cualquier cura pederasta, se trata de una figura que tuvo influencia en la iglesia y directamente en el Vaticano. Poner en evidencia sus crímenes, en México, implicaría romper con las prácticas de encubrimiento y reconocer que quienes tuvieron (y tal vez todavía tienen) poder han sido cómplices de encubrimiento. Además, lo que me parece grave es que no es simple encubrimiento, es expresión de una forma de hacer política. Como he dicho en otro lugar, Ratzinger es un cura-político-religioso-jefe de estado, todo a la vez.
Un saludo
Samuel M. en twitter @semev