Fernando Belaunzarán
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La historia se mueve por caminos insospechados. No sólo no hay determinismo en ella sino que suele sorprendernos, para bien y para mal. Los augurios de nuevos y luminosos tiempos a partir de puntos de ruptura con épocas oscuras resultaron ser más bien grises y aquello que se pensaba superado, rebasado o derrotado regresa, a veces con nuevas formas, a veces cínicamente igual. No es el “imperio de la razón” que la modernidad anunciaba y que, tras naufragar con las guerras mundiales, los regímenes totalitarios y el mundo bipolar de la posguerra, regresó como promesa tras la caída del muro de Berlín lo que tenemos en el mundo de principios de Siglo XXI. Y tampoco tenemos al México que esperábamos una vez que hubiera competencia electoral y el PRI dejará la presidencia.
El ímpetu democratizador que logró la alternancia decayó y hoy tenemos el riesgo, no que regrese al poder el partido del viejo régimen, sino que lo haga con el estilo y las convicciones que tenía cuando gobernó por setenta años. Es verdad que la sociedad ya no es la misma y que defenderá sus libertades y derechos adquiridos, pero también es cierto que la decepción generada por la falta de resultados, la emergencia de problemas fuera de control como lo son la violencia e inseguridad y, tenemos que decirlo, la falta de distinción suficiente al momento de gobernar por parte de los partidos que empujaron la democratización del país con respecto al pasado, han contribuido a que crezca socialmente la opción restauradora.
No basta con oponerse a la regresión autoritaria. Hay que saber hacia dónde dirigirse, tener una alternativa y ser capaces de convencer a los ciudadanos de sus ventajas y su viabilidad, no obstante el escepticismo comprensible que existe hoy en la sociedad. Y ahí la izquierda política necesita -le urge- definirse, acabar con la ambigüedad y hablar con absoluta claridad sobre los temas fundamentales del país y de sus habitantes. Eso significa acabar con la esquizofrenia en relación con la ley y el Estado de Derecho, las instituciones, la economía, la democracia y las libertades públicas y privadas. Si la izquierda busca generar confianza, entonces debe enviar mensajes unívocos.
Al final del día son las urnas las que definen y, por lo mismo, la prioridad debe ser proponer, convencer, persuadir, escuchar, incluir, acordar, sumar. La apuesta debe partir siempre de ganar el debate público recurriendo a la fuerza de la razón y no a la sin razón de la fuerza. Las causas para un México más libre, justo, equitativo, próspero y democrático son compartidas por la mayoría de la población y sin embargo muchos toman distancia por no encontrar congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, y desconfían justificadamente de quienes apelan a las reglas cuando les conviene y las desconocen cuando no.
Estoy convencido de que el valor supremo de todo ser humano es la libertad y que ensanchar sus márgenes y extenderlos a toda la población es una batalla permanente de primera importancia. Pero para ser libres, los hombres y las mujeres necesitan contar con condiciones mínimas materiales, culturales y circunstanciales; requieren trabajos bien remunerados, educación, acceso a Internet, información, seguridad. No hay libertad sin opciones y un objetivo social permanente debe ser darle el mayor número posible de ellas a cada miembro de la comunidad.
La clase política mexicana tiene un divorcio evidente con la sociedad a la cual se debe. Además de contar con un régimen disfuncional, producto de una transición inconclusa, rebasado por los problemas y que no da certezas sobre el futuro, el grueso de la sociedad sólo es espectadora de los excesos y las incapacidades del poder. Por ello son indispensables dos cambios fundamentales y complementarios: la llamada “reforma política ya” que empodera a los ciudadanos y el establecimiento de gobiernos de coalición que permitan construir e implementar desde la pluralidad un proyecto nacional de largo aliento que le permita al país crecer, distribuir mejor el ingreso, proporcionar seguridad a sus habitantes, proteger el medio ambiente, construir ciudadanía y, muy importante, generar las condiciones legales, políticas, sociales, institucionales y culturales para el ejercicio cada vez más pleno de la libertades en un México plural y diverso.
Con esas convicciones me registré como precandidato a una diputación federal por el Partido de la Revolución Democrática. Me gusta el debate abierto y franco, y siempre voy a su encuentro con el ánimo de convencer o ser convencido, de dar argumentos y escuchar otros, de defender con fuerza las posiciones propias, pero también de conceder razón cuando alguien más la tenga. La discrepancia es, como le gusta decir al ex rector Juan Ramón de la Fuente, un privilegio de la inteligencia y, por lo mismo, considero fundamental promover el diálogo respetuoso y la tolerancia como premisas de la convivencia política en la pluralidad.
Es verdad, como se dice al interior del partido, que “sin canicas no hay paraíso”, que sin “votos amarrados” conseguidos de cualquier manera no hay nada que hacer. Pero también es cierto que sin rumbo menos. Aspiro a convencer a los Consejeros Nacionales del PRD para que me den su voto. En esas ando.
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1 comentario:
No me imaginaría un mejor representante de la izquierda democrática en la Cámera de Diputados. Mucha suerte, Fernando.
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