Fernando Belaunzarán
Don Federico Arreola
Director de SDP
noticias
Presente
Distinguido Director:
En el título de su
columna del sábado 22 de marzo, así como en las últimas líneas de dicho texto, expresa
descalificaciones contra mi persona sin otro sustento que el de su palabra, la
cual piensa que debemos creer porque sí, por auto de fe. Vamos por partes.
De manera forzada, pues
el tema de su columna –que le ocupa más del 90% de las palabras- es una
polémica sobre supuestas o reales filias y fobias de un distinguido señor de
apellido Palacio que escribe en el medio que dirige, por lo que, supongo.
resulta de gran interés para sus lectores, pero que no tiene ninguna relación con
lo que usted me achaca, insisto, sin razón alguna.
Usted afirma que he
sido “terriblemente injusto” con dos diarios, La Jornada y la Razón, por
comentarios que al respecto he hecho y que a su modo de ver son en “términos
morales e intelectuales de un nivel muy bajos”. Pero olvidó hacer algo que el
mínimo rigor, pudor y profesionalismo periodístico obligan. No cita cuáles son
esos tuits supuestamente “terribles”, “injustos” y “bajos” de los que habla y,
por tanto, no permite que los lectores constaten sus juicios de valor. Solicito
tenga a bien darlos a conocer y poder discutir sobre el contenido de los mismos
y no sobre lo que usted dice e interpreta que dicen.
No niego que en twitter
he hablado sobre lo dicho por el ex director de La Razón, Pablo Hiriart,
respecto a las presiones que la directora de La Jornada, Carmen Lira, hiciera
sobre el dueño de La Razón, Ramiro Garza Cantú, de acuerdo a su versión de los
hechos que lo llevaron a renunciar, misma que coincide con la de importantes
columnistas de dicho diario que decidieron acompañarlo y que también fue
asumida por prestigiadas plumas de otros medios como Ciro Gómez Leyva, José
Cárdenas, Ricardo Alemán y Jorge Castañeda.
Por alguna razón usted
decidió confrontarme sólo a mí, llamándome “mentiroso”, por retomarla en unos
tuits y no a los demás que, por cierto, escribieron hasta artículos. Y lo hace
no sólo sin citarme, como ya dije, sino incluso sin leerme correctamente, pues
en varios de ellos escribí con el condicional “si”, es decir, en caso de que la
versión fuera cierta.
No obstante lo
anterior, que desmiente su señalamiento, no tengo problema en decirle que sí doy
credibilidad a lo dicho por Hiriart, y no así a su desmentido. Le explico por
qué.
Hay que hacerle más
caso a los hechos que a las palabras no corroboradas. Que Fernando Escalante,
Gil Gamés, Raymundo Rivapalacio, Elisa Alanís y Alicia Alarcón –más los que se
acumulen- hayan renunciado a su columna en La Razón aludiendo la misma presión
de Carmen Lira es un hecho contundente. ¿Nos va a venir con la cantaleta de que
todo fue un compló?. Frente a ello, usted no presenta nada. Dice que tras
“investigar un poco” llegó a la conclusión de que es mentira, pero no nos dice
qué fue lo que descubrió. Da a entender que habló con Garza y Lira, pero en ese
caso sólo se estaría sosteniendo en la palabra discreta de ambos, pues ninguno
la ha hecho pública. En fin, no da una sola prueba que desmienta la versión de
Pablo Hiriart y sólo llama a que le creamos porque sabe cosas desconocidas para
el resto de los mortales que se niega a compartir y porque conoce a los
implicados, a los cuales les extiende certificado de buena conducta. No lo tome
a mal, pero su dicho no basta para exculpar a nadie.
Otro dato es que usted
mismo le da verosimilitud a la versión de Pablo Hiriart en una columna anterior,
del 19 de marzo. Ahí recrea –quizás por qué ya había hablado con los dos
dueños- un probable diálogo. Carmen Lira le dice a Ramiro Garza: “Oiga, don
Ramiro, cuántas cosas dicen en su periódico sobre nosotros, de mí en
particular. No es que me importe, alguna gentuza que trabaja con usted no tiene
importancia. No le reprocho nada, pero ¿verdad que no le gustaría que La
Jornada publicara notas sobre sus negocios petroleros?”. Usted afirma que eso
no sería chantaje ni amenaza, pero yo sostengo lo contrario. Si se dio en esos
términos, a mi parecer se trataría de una evidente extorsión, a penas
encubierta con buenas y gentiles maneras.
No conozco al dueño de
La Razón, Ramiro Garza Cantú. Lo respeto como a cualquier persona y entendería
sus temores ante la posibilidad de que un diario como La Jornada involucre a su
empresa petrolera con Oceanografía, tal y como ha trascendido. Pero al margen
de ello, y de que yo solía discrepar de su línea editorial bajo la conducción
de Pablo Hiriart, es indiscutible que La Razón sufrió una merma considerable, en
calidad y cantidad, en su planta de colaboradores y que la libertad de
expresión en México se lastimó al reducirse la pluralidad de voces en la prensa
nacional.
De La Jornada y Carmen
Lira tengo más elementos de juicio. Reconozco la historia de lucha democrática
de ese periódico frente a un régimen autoritario, nacido de la censura al Uno
más Uno. Triste paradoja para un medio que fue ariete de la libertad de
expresión en momentos difíciles que ahora sea algo tan distinto. Con Carlos
Payán vivió su época dorada y el cambio por Carmen Lira, quien no ha dejado de
reelegirse en su dirección desde hace más de veinte años –¿podría recordarme
quién está hablando de neoporfirismo en el país?-, si bien reforzó su carácter
militante, también ha promovido la intolerancia desde sus páginas.
Gente de izquierda de
toda la vida como Pablo Gómez y, en dos ocasiones, Marcos Rascón renunciaron
alegando censura de la directora por sus críticas a Andrés Manuel López
Obrador. Ese periódico llevó a cabo un lamentable juicio contra la revista
Letras Libres del historiador Enrique Krauze bajo una concepción autoritaria y
contraria a la libertad de expresión –celebro que la Suprema Corte haya estado
a la altura y no se dejara presionar por el acostumbrado linchamiento de los
“buenos y puros”.
Y es de todos conocido
las campañas de odio, persecución y linchamiento moral de La Jornada contra
quienes discrepan de la ortodoxia del caudillo y que tienen un rancio tufo
estalinista, lo cual, es verdad, no ha evitado que hagan las primeras planas
más apologéticas de Enrique Peña Nieto en la prensa mexicana, incluso
superiores a las de la Razón. Por eso he calificado su línea editorial como
“pejepeñista”.
Un elemento que también
hace verosímil la versión de Hiriart es que el respaldo editorial de La Jornada
al chavismo y al gobierno de Maduro en Venezuela es tan evidente como el que le
dan a AMLO, no obstante la represión, censura y violación a los Derechos Humanos
que se han dado en esa Nación. Cuestionar dichos excesos del oficialismo no
significaría respaldar posiciones golpistas sino simplemente tener la mínima
congruencia de demandar allá lo que acá dicen defender.
En lo personal mi
experiencia es de claroscuros. Conocí y aproveché el compromiso de La Jornada
con los movimientos sociales, siendo activista estudiantil de la UNAM. Fui
testigo de la solidaridad del periódico hacia nosotros, tanto con Payán como
con Lira y sería malagradecido no reconocerlo. Pero cuando el Subcomandante
Marcos escribió una larga respuesta a una carta que le dirigí en el Correo
Ilustrado, a la directora no le pareció correcto concederme derecho de réplica
y mi respuesta nunca se publicó.
Hace poco, en la
discusión en la Cámara sobre la reforma fiscal, el reportero de La Jornada,
Roberto Garduño, puso en mi boca, entrecomillando, frases que nunca dije.
Incluso mandé al periódico la grabación para que lo constataran. No corrigieron
nada. A penas la semana pasada un columnista de la nomenclatura mintió con
descaro al acusar al PRD de votar a favor de la reforma energética y, no obstante
la réplica concedida por Carmen Aristegui y que la falsedad es constatable sin
margen de duda, no tuvo la ética periodística de reconocerlo. En ese diario,
además, cobijan a un antisemita calumniador como Jalife y han promovido como
nadie el resurgimiento del sectarismo en la izquierda.
Sin embargo, reconozco
que, con todo y todo, usted está en su derecho de creer en la supuesta palabra
privada de Garza y Lira, aunque considero que el periodismo debe regirse por
convicciones –y no para quedar bien con los amigos; y yo en la pública de
Hiriart, Escalante, Gil Gamés, Alanís, Alarcón, Rivapalacio, Goméz Leyva,
Cárdenas, Alemán y Castañeda. Si tiene algo más que los dichos desconocidos de
los directores, hágalo saber y quizá cambie de opinión.
Resulta curioso, y
hasta un tanto cómico, que defienda al Santo Oficio que prende hogueras morales
a las que no pocos fanáticos lo llevan a usted también. Cada quien. De mi
parte, agradezco algo: sin inquisidores no habría(mos) herejes.
Reconozco el espacio y
la convicción democrática que muestra al conceder mi derecho de réplica. Quedo
de usted, no sin antes expresarle mis consideraciones y enviarle un fuerte
abrazo.
Fernando Belaunzarán